El origen del presente texto, lejos de deberse a las inclinaciones y gustos del que lo escribe, se debe en gran parte a la casualidad. Hace unos días pasaba un importuno y soporífero lunes, o sea un lunes cualquiera en la biblioteca, cuando a las tres de la tarde —hora en la que, por cierto, hacía un frío que pelaba y llovía— el tipo que tenía al lado se levanta y desaparece dejándose el móvil en la mesa.
Hacía tiempo que no veía un tipo así, con cierto aire a ratón de biblioteca pero totalmente normal; llevaba pantalones chinos, camiseta gris, gafas sin montura y zapatillas. Deberían verlo todos los encargados de diseñar las últimas campañas de marketing que se empeñan en vendernos el normcore como la última tendencia. Ese tipo destilaba la inocencia de la normalidad, la inocencia que destilaba el Alcampo si no llega a ser por la canalla campaña mediática que, por suerte o por desgracia, le ha tocado vivir estos meses.
El caso es que aquel tipo se levanta y deja la biblioteca como si se tratase del hombre invisible, pero su móvil se ha quedado entre los libros.
Como si lo hubiese hecho a propósito, cierra la puerta y le llaman. Las caras de los allí presentes son una delicia y, lo que es mejor aún, el tono de llamada es “Nazi Baby” de los Vibrators. Pensé que Blondie era lo más parecido al punk que ese tipo podía escuchar. No puedo aguantarme la risa y las miradas me piden que lo apague. Pero qué va, ese momento no lo iba a apagar nadie, “Nazi Baby” sonando en la biblioteca de una universidad pública que cada vez lo es menos.
«I’ve been looking for a little lady who wants to get down,
and when I find her I’m gonna hold her tight».
(«He estado buscando una chica que quiera ir al grano,
Y cuando la encuentre voy a abrazarla muy fuerte»)
“Nazi Baby” sonando en el móvil de un tipo tan normal, estaba claro que no lo iba a apagar. En realidad, la canción lo único que tiene de nazi es el título, pero para eso hay que atreverse a escucharla. En ese momento no puedo resistir la tentación y me levanto a cotillear qué narices está leyendo. Lo que faltaba: La Naturaleza, de Lucrecio y un manual de gramática latina.
Me siento encantado en mi silla, se acaba la canción y gracias a la sorpresa que me he llevado me doy cuenta de que formo parte del paletismo industrial y consumista que ha alimentado gran parte de la música de los últimos veinte años. ¿Por qué tenía que sorprenderme ese tono de llamada? Más que nada porque el punk es accesible y practicable por cualquiera, no reclama unas condiciones que cumplir a priori. ¿Por qué no lo iba a estar escuchando aquel tipo? No hay más que ver el vídeo de un directo en el CBGB para darse cuenta de que, lo que está en juego, no es lo bien o lo mal que lo hagas, sino que lo hagas, como solía decir Glen Matlock, bajista de los Sex Pistols.
Puede sonar chocante hablar de punk en el 2014, pero si tienen el oído fino, escucharán cómo en España desde hace unos cuatro años cada vez que un joven acaba su licenciatura y se pregunta qué hacer con su vida lo que oye no son sabias recomendaciones, sino el eco de Johnny Thunders cantando “Born To Lose” (Nacido para perder) o los berridos de unos cuantos londinenses diciendo a coro “No Future” (Sin futuro). Y aunque España no sea el CBGB y la mayoría de los tipos entre los que me incluyo no tengan las pelotas Glen Matlock cuando plantó cara a la discográfica EMI, deberíamos hacer algo productivo y no una cresta, que es un coñazo.
Mucha gente ve el punk como unos pantalones pitillos, unas tachuelas, crestas y malas caras. Si estuviéramos a final de los setenta estaría de acuerdo, pero no hoy. Al menos no en todo aquel que se siente punk. ¿Por qué cuando los situacionistas realizaban su dérive sobre la propia calle se les llamaba artistas y, sin embargo, cuando el punk busca algo sin rumbo para explotar las posibilidades que el azar le ofrece, se le llama maleante? Misterio. Malas caras.
Entonces, ¿qué es el punk y por qué creo que sigue siendo relevante hoy en día?
Yo diría que el punk entraña una ideología basada en el cuestionamiento constante de las diversas sociedades y formas de vida. Como postulaba el famoso y aceptado “No Future” ⎯articulado sobre la desolación, el conservadurismo, el negocio, la pobreza de unos pocos y la cotidianeidad⎯, el punk propone la creación como una plataforma expresiva, la creación en pos del cambio social de «una comunidad alternativa con nociones como el respeto a las diferencias, la reflexión sobre las distintas opciones válidas que poseemos como comunidad para aminorar el avance de este sistema, la solidaridad, la autonomía intelectual y afectiva, etc.», como dice C. Mora en su e.p The Other Side. La tendencia en la imaginación global al hablar de punks son los hardcoretas hechos polvo por los ochenta, pero no todo el punk es así. Creo que se ha de concebir como una corriente positiva y fresca que está dispuesta a cambiar el estado de cosas.
¿Y las pintas? Qué importan. Antiguamente tenían un sentido muy concreto: el escándalo. Mostrar que se podían hacer cosas distintas y no pasaba nada. Ahora que el capitalismo ha logrado que la diferencia se apodere no solo del mercado del arte sino de todo el mercado global, ahora que la gente lleva camisetas de grupos no tan extraños que no han escuchado en su vida, ahora que la diferencia vende y se convierte en la norma, ¿qué importa una cresta? A ver si nos enteramos de que el punk no se trata de eso, a diferencia de ciertos grupos culturales emergentes unidos por una estética determinada y una ausencia de verdad que se queda suspendida en el vacío.
El punk baila como le da la gana, viste como le da la gana y busca siempre algo mejor.
Como dice el escritor y crítico musical Greil Marcus en su libro Rastros de carmín, «aquí, en el arte, yace el primer punto localizado de antagonismo entre los partidarios y adversarios de las razones oficialmente dictadas para vivir».
Si le preguntamos a cualquier punk de Gràcia, en Barcelona sobre el antimilitarismo, por ejemplo, seguramente respondería con el Wasted Life de Still Little Fingers, que decía con ese tono inconforme: «no seré un soldado / matar no es mi idea de la diversión / quieren gastar mi tiempo / y ya me lo han robado». Del mismo modo, si le preguntamos a los Satanic Surfers acerca del consumo de productos de origen animal, nos responderán que «sabemos que somos superiores / pero no actuamos de forma responsable, no. / De lo contrario, inseminamos a los animales, les cebamos y los enjaulamos».
El punk ni olvida ni perdona. Así que, lejos de la tendencia casposa que conceptualiza el movimiento punk como una pandilla de guarros, quizás debería pensarse como un movimiento que no se encoge de hombros ante la problemática actual ⎯gesto maestro de la clase media actual⎯ y opina salvajemente desde la más pura ignorancia.
La problemática que entraña la lucha punk es que es obligadamente subterránea, dado que procura esquivar las manazas del mercado consumista. ¿Alguien sabía que el pasado 24 de octubre estuvieron los Dictators en Madrid dando un concierto? Probablemente no, porque el punk huye de la multinacional, huye de la televisión, de la venta masificada; pero ellos saben, pese a su discreción obligada, que el punk sigue ahí. Ese tipo normal de la biblioteca estará escuchando a los Vibrators en su casa. Y ese es el porqué de un escrito como este: hacer presente al punk, llamarle, sacudirle un poco de tanta discreción e intentar cambiar las cosas, que últimamente no parece que vayan demasiado bien, sobre todo para la juventud. Lograr que vuelvan a sonar un poco más y nos haga reflexionar sobre lo presente.
DISCOS ESCUCHADOS MIENTRAS SE REDACTABA EL ARTÍCULO:
Inflamable Material – Stiff Little Fingers
Pure Mania – The Vibrators
V2 – The Vibrators
L.A.M.F – The Heartbreakers
Going Nowhere Fast – Satanic Surfers
Ilustraciones de Paco Tuercas
Brutal
Enhorabuena Sonrisa de Pájaro,
Gran artículo.