Otro año más, la que se dice la gran fiesta del cine ha vuelto a defraudar a gran parte de la comunidad cinéfila internacional, porque, otro año más, la Academia ha premiado historias que retratan un mundo de ciencia ficción en el que muchas realidades sociales se quedan fuera.

No obstante —y al margen de las cualidades de los premiados (los ha habido grandes, como The Revenant)—, la 88a edición de los Óscar ha traído consigo una gala con un fuerte componente de denuncia social. La comunidad afroamericana alzó su voz, Iñárritu reivindicó la difuminación de las razas, Sam Smith hizo un ejercicio de empatía con la comunidad LGTB y Anohni (la cantante de Antony and the Johnsons antes conocida como Antony) rehusó la invitación a la gala por sentirse menospreciada en su condición de transgénero. Las minorías han hablado, sí. Pero todavía hay mucho camino por recorrer.

Hollywood, la meca del cine, es hoy un juguete roto que ha muerto de condescendencia

Este escenario pone de manifiesto que Hollywood ya no es lo que era. No lo es su industria, pero tampoco lo es su barrio. Lo dicen sus transeúntes, sus comercios, su asfalto, sus estudios cerrados… Hollywood, la meca del cine, es hoy un juguete roto que ha muerto de condescendencia. Mientras este barrio de Los Ángeles se convierte en el vertedero humano de los ángeles caídos, unos pocos transgresores encuentran el brillo que aún le queda y hacen de la decadencia un objeto de culto y de reflexión.

El director neoyorquino ha confeccionado esta modesta joya fílmica con la ayuda de un iPhone 5S

Tangerine (2015) es una de estas piezas insurrectas que de vez en cuando irrumpen en la escena hollywoodiense. Con ella, su director Sean Baker ha tirado por la borda dos axiomas categóricos de Hollywood y por ende del cine. El primero es desmitificar Hollywood como la alfombra roja de las cosas bellas. El segundo concierne a Hollywood como industria, pues este film supone un cambio en el modelo de creación del cine. El director neoyorquino ha confeccionado esta modesta joya fílmica con la ayuda de un iPhone 5S, hecho que pone de manifiesto la democratización del cine casi un siglo y medio después de su invención.

Oculto, decadente, colorista, sórdido, desobediente y venido a menos, son algunos de los adjetivos que desfilan delante y detrás de la cámara en Tangerine, una película real hecha por y para gente realista. Pocas veces Hollywood se nos ha mostrado con una luz tan cenital, tan real. Solo la escritora Joan Didion y algunos de sus coetáneos norteamericanos consiguieron definir y denunciar con acierto aspectos como la marginación, el crimen, la inmigración o el poder desorbitado que las grandes corporaciones ejercen sobre la idiosincrasia de los barrios angelinos.

Mya Taylor interpreta a Alexandra en Tangerine, Sean Baker, 2015.

Mya Taylor interpreta a Alexandra en Tangerine, Sean Baker, 2015.

Bajo la careta de una historia sencilla y aparentemente intrascendente, Baker narra en Tangerine algunas horas del día en el que una mujer transgénero de origen latino sale de la cárcel. Es uno de muchos, porque en en su oficio de vida alegre y en el contexto de Hollywood, el entrar y salir de la cárcel es como fichar en la oficina.

La película refleja un Hollywood degradado, envilecido y muy alejado de la imagen cinematográfica que las superproducciones americanas acostumbran a vender a sus espectadores

Todavía no hemos presentado a sus dos protagonistas: Sin-Dee Rella, interpretada por Kitana Kiki Rodriguez de una manera fresca y espontánea (tanto que parece pura improvisación) y Alexandra, su fiel compañera, interpretada por Mya Taylor. A través de ellas, el director nos conduce a varios escenarios hostiles que retratan a la perfección el contexto actual de Hollywood. La prostitución, la transexualidad, la homofobia, el proxenetismo, la inmigración, el aislamiento social, la soledad… Todos son factores que forman parte del día a día hollywoodiense, pero pocos han sido los discordantes que se han atrevido a denunciarlos.

Las secuencias por las que nos va conduciendo la película reflejan un Hollywood degradado, envilecido y muy alejado de la imagen cinematográfica que las superproducciones americanas acostumbran a vender a sus espectadores. No obstante, y dado que la relatividad es extensible a todas las cosas, Baker y Radium Cheung (director de fotografía) consiguen transmitirnos la belleza de este barrio en cada uno de sus planos. Una belleza que emana de su decadencia, de las luces de neón, del paso de los años, del plástico («Adoro Los Ángeles, y adoro Hollywood. Ambos son muy bellos. Todo el mundo es de plástico, pero adoro el plástico. Quiero ser plástico», dijo Andy Warhol). Una belleza que inunda fotografías, carteles y locales, y hoy no es más que el poso malgastado del que un día fue el gran teatro del mundo. Pero la ficción se terminó, y con ella el gran teatro. Lo que ahora vemos es la realidad. La más cruda.

Si vas caminando en L.A. eres considerado un Don Nadie

Sin-Dee y Alexandra paseando por Hollywood. Fotograma de Tangerine, Sean Baker, 2015.

Sin-Dee y Alexandra paseando por Hollywood. Fotograma de Tangerine, Sean Baker, 2015.

Tomando como aliados la luz de Los Ángeles y las líneas horizontales de sus edificios bajos, Baker nos guía por esa cara oculta de la moneda poniendo bajo su foco a algunos de los sujetos vulnerables que deambulan diariamente por los alrededores del cruce de Santa Monica Blvd. y Highland, una de las arterias principales de Hollywood. Estos sujetos, siempre a foco por la lente angular del iPhone, caminan despreocupados por las calles aledañas buscando no-se-sabe-qué. Hay un dicho popular en esta ciudad que dice que «nadie camina en L.A.» (en voz de los ochenteros Missing Persons: «Nobody walks in LA»). Detrás de este inocente enunciado se desvelan dos verdades palpitantes de esta ciudad. La primera es que si nadie camina en L.A. es porque la ciudad está concebida para consumir petróleo, como el resto de ciudades americanas cuyo urbanismo, sin apenas zonas peatonales, fue diseñado a principios del siglo XX por las grandes industrias petroleras con ambiciosos y dudosos fines. La segunda es que si caminas en L.A. eres considerado un Don Nadie. Un Don Nadie a quien, viviendo en el país de las oportunidades, le niegan la posibilidad de tener una oportunidad por estar fuera del sistema.

El director de fotografía, Radium Cheung, haciendo un plano de seguimiento con un Iphone y una bici.

El director de fotografía, Radium Cheung, haciendo un plano de seguimiento con un Iphone y una bici.

 

Con la digitalización del proceso cinematográfico nace el verdadero cine independiente (…) y se reduce a la mínima expresión: sacar el móvil del bolsillo

Dejando a un lado este retrato sórdido de Hollywood, Tangerine nos obsequia con otro factor fundamental e igualmente rompedor: la democratización real del cine. Rodada a lomos de una bicicleta con un iPhone 5S, Tangerine nos demuestra que no hace falta contar con grandes tecnologías para hacer arte.

El primer paso para la democratización del cine se produjo con la digitalización del proceso. En el momento en que el cine rodado en material fotoquímico queda obsoleto y los costes se abaratan gracias a la técnica digital, prácticamente todo aquel que tiene la inquietud de hacer cine puede hacerlo. Nace entonces el verdadero cine independiente, el de facto, el que con los mínimos recursos puede crear un producto de calidad y el que desconoce la palabra millón en términos de producción, y en vez de eso utiliza palabras como crowdfunding, creatividad, multidisciplinariedad y el tan común «¡Joder, esto lo sacamos entre todos como sea!». No obstante, la verdadera democratización del séptimo arte viene de la mano de los móviles, ya que el esfuerzo por emprender una aventura cinematográfica se reduce a la mínima expresión: sacar el móvil del bolsillo.

Algunos experimentos anteriores a Tangerine pusieron de manifiesto la posibilidad de hacer cine con un teléfono. Así, títulos como Los Vengadores (2012) de Marvel o el documental independiente Searching for Sugar Man (2012), nos sirven para situar esta tendencia en la escena cinematográfica. Aunque ninguna de ellas estuvo rodada en su totalidad con un móvil, ambas cuentan con varios planos capturados por estos dispositivos. Una nueva ventana queda abierta.

Radium Cheung con su iPhone 5, dando indicaciones a las actrices.

Radium Cheung con su iPhone 5, dando indicaciones a las actrices.

El escaso presupuesto (menos de $100.000) fue la causa directa que impulsó a Sean Baker a rodar su película con móviles iPhone. Sin embargo, cuando el rodaje se puso en marcha, Sean y su equipo fueron poco a poco descubriendo las ventajas de usar este dispositivo frente a un equipo de cámara al uso. La ausencia de virguerías técnicas y el escueto equipo posibilitaron la cercanía con los actores, y así, sin teleobjetivos de por medio, la proximidad de la cámara hizo posible captar la frescura del momento y la intimidad de cada secuencia. Además, gracias a la ausencia de la maquinaria tradicional, Sean y su equipo fueron capaces de moverse alrededor de los actores con mucha más libertad, dando como resultado unos planos mucho más ágiles y ligeros.

Al margen de las especificidades técnicas, las reflexiones posteriores que me generan esta película son casi infinitas. Se podría escribir un capítulo nuevo acerca de la homosexualidad y la transexualidad en Los Ángeles; acerca de cómo estos colectivos han sido progresivamente invitados a abandonar algunas zonas de la ciudad hacia otras ya de por sí deprimidas; o sobre cómo en L.A. hay dos tipos de colectivos homosexuales: los que forman parte del mundo de las estrellas y los que forman parte del mundo de la calle. De este último mundo se podría hablar también durante horas, y de por qué L.A. está atestada de «sintechos». También podría hablarse de la soledad de los inmigrantes en esta ciudad de locos, que se refleja de una manera sutil y muy bella en el personaje secundario del taxista.

Hollywood es hoy un lugar en el que la decadencia y la contracultura convergen bizarramente

No obstante, todas estas son reflexiones que dejamos al espectador para que pueda ir desengranando cada uno de los bastiones de Tangerine y hacerse con ellos un retrato de lo que hoy es Hollywood dentro y fuera de la industria: un lugar en el que la decadencia y la contracultura convergen bizarramente (y entiéndase por  «bizarro» su verdadero significado: el de osado, valiente).

Sea como fuere, y aunque Hollywood no siga siendo la tierra prometida del cine ni la zona de recreo de las estrellas, este barrio de Los Ángeles esconde bajo su asfalto la receta del renovarse o morir. Si se mira a conciencia, uno aprecia que sus vecinos están cansados de vivir de las reminiscencias, y empiezan, poco a poco, a crear una suerte de Neo-Hollywood en el que la mezcla cultural y lo alternativo son los cimientos de una tierra que volverá a estar cargada de promesas.

 


 

Tangerine está disponible en Amazon y en iTunes.