La transformación de la ciudad transforma también nuestro modo de vida, nuestras percepciones de cada día. El paseante urbano contempla la maraña de logos, imágenes comerciales y estructuras resplandecientes que se repiten en fachadas y escaparates; y casi siempre se siente abrumado. Otras veces, en cambio, los ojos del paseante reparan en la ventana refrigerada de una casa de comidas o de un restaurante y la boca se le hace agua. Esa ventana ofrece una composición original elaborada con alimentos frescos y apetecibles, de colores intensos pero sin artificios, que han sido dispuestos con el mayor esmero, como si se tratase de un lienzo de un bodegón del siglo XVII.
El bodegón de restaurante debería considerarse una obra de arte perecedera, que cambia cada día según el humor de quien lo elabora y los alimentos que tiene a su alcance
Aunque a algunos pueda parecerles un reclamo publicitario anticuado, el bodegón de restaurante debería considerarse una obra de arte perecedera, que cambia cada día según el humor de quien lo elabora y los alimentos de temporada que tiene a su alcance. El arte no solo vive en los museos ni todos los artistas son reconocidos. Las llamadas “naturalezas muertas” siguen estando vivas en algunos restaurantes de Madrid. Son verdaderas obras enmarcadas de alimentos frescos realizadas normalmente por el camarero, quien, del mismo modo que un artista anónimo, crea una obra nueva cada día para ser admirada por aquellos que pasan por delante del cristal y se paran a contemplarla.
Animales, frutas brillantes y hortalizas conforman composiciones coloridas, óleos temporales cuyo marco es la fachada, que evocan los bodegones pintados por los maestros flamencos. Además de los artistas holandeses, que contribuyeron a la máxima expresión de este género, artistas españoles como Zurbarán, Velázquez o Picasso pintaron bodegones soberbios; desde el naturalismo y la contención de las obras marcadas por la ética protestante hasta la explosión de color y de vida de las recreaciones de Picasso. El bodegón o naturaleza muerta permite recorrer los últimos siglos de la historia de la pintura con una mirada cotidiana a la vez que exquisita. Los alimentos no son solo una necesidad básica o solo una forma primaria de interacción social, sino también una inspiración artística constante.
El proyecto Still Lifes de Víctor G. Carreño reivindica la belleza, con frecuencia desapercibida, de esta manifestación artística que se está perdiendo poco a poco
El proyecto fotográfico Still Lifes de Víctor G. Carreño —artista de La Colmena— reivindica la belleza, con frecuencia desapercibida, de esta manifestación artística que se está perdiendo poco a poco a medida que las cadenas de comida rápida invaden la ciudad. El fotógrafo recorre Madrid siguiendo una ruta bien definida, y capta con su cámara las pequeñas variaciones diarias de los bodegones de restaurante que todavía sobreviven, tanto con luz natural como cuando son iluminados por los fluorescentes al caer la noche. Still Lifes no tiene, de momento, una fecha de finalización, porque todavía es posible hacer nuevos descubrimientos artísticos a la vuelta de la esquina, antes de que sea demasiado tarde.
Algunos de los bodegones de restaurante que Víctor ha fotografiado durante los últimos tres años ya no son obras perecederas que se renuevan cada día, sino que han perecido para siempre. Arriba podemos observar un mapa que marca la ruta de los bodegones de Madrid e indica esos espacios artísticos desaparecidos con un punto rojo y los que están en peligro de desaparición con un punto naranja; cada vez hay más puntos rojos en ese mapa. Las espléndidas fotografías de Víctor son el vestigio de un esplendor que se apaga.
Día a día, las calles de las ciudades están sometidas a un proceso de clonación que va borrando las huellas de su personalidad
La desaparición progresiva de los bodegones de restaurante podría atribuirse al hecho de que los establecimientos de comida típica están siendo sustituidos por franquicias con productos menos frescos y saludables. La crisis económica ha acelerado el proceso: las ofertas a bajo coste proliferan con el pretexto de hacer frente a la recesión, pero su calidad dista mucho de la ofrecida por los lugares tradicionales. De este modo, la originalidad y la creatividad también se pierden: los comercios se repiten en serie y la comida preparada y de baja calidad —escondida bajo una imagen corporativa de apariencia amable y seductora— invade el espacio urbano. Día a día, las calles de las ciudades —sobre todo las plantas bajas de los edificios donde se sitúan los establecimientos comerciales— están sometidas a un proceso de clonación que va borrando las huellas de su personalidad. Las ciudades acaban pareciéndose unas a otras y el paseante urbano abandona el centro de la ciudad para dejar paso a un turista cuyo teléfono móvil retrata un ambiente cada día más anodino.
Still Lifes reivindica una extraordinaria manifestación de street art que, al contrario que el grafiti, está en peligro de desaparición
Still Lifes se propone detener el tiempo: de algún modo, quiere atesorar y afianzar la identidad propia de la ciudad, en este caso la de Madrid, a través del bodegón de restaurante, una extraordinaria manifestación de street art que, al contrario que el grafiti, está en peligro de desaparición. Still Lifes es un proyecto de nostalgia anticipada, pero también es un reconocimiento al artista anónimo que sigue esmerándose cada mañana en reavivar la naturaleza muerta; una reivindicación del carácter propio de la ciudad y una manera limpia de contemplar aquello que no deberíamos dejar que desaparezca.