El pasado fin de semana tenía lugar en Madrid el 39º Congreso Federal del PSOE. Un Congreso diferente, al que se ha llegado tras la mayor confrontación entre el aparato y las bases que se recuerda en la historia; con un Secretario que ya había ganado primarias, que fue forzado a dimitir, que se ha recorrido España por su cuenta, y que, derrotando a lo que ahora se le llama el establishment (lo llamemos como lo llamemos, es cierto que el poder mediático que sostuvo al PSOE no le apoyó en las primarias: basta ver el demoledor editorial de El País, El Brexit del PSOE del 22 de mayo, o el editorial Decepcionante PSOE del pasado lunes), volvió a la Secretaría General. Desde entonces, no ha logrado en ningún momento el apoyo de la opinión pública más centrada, ni ha recuperado grandes simpatías en el aparato. En vista de ello, ha tenido que diseñar un organigrama anti-aparatos disidentes, lo cual va a ser toda una novedad en la forma de llevar el PSOE.
El periódico que más apoyó al PSOE estos años decía en el mencionado editorial, un día después del Congreso, que se había desarrollado con «tacticismo y confusión ideológica». Seguramente ambas cosas son verdad. Lo que no está tan claro es que sean malas. Y es que el nuevo PSOE nace de abajo arriba, del descontento de una base agitada por la aparición de Podemos (conflicto generacional en muchas familias de izquierda), y sabe que hay algo nuevo que presentar, pero seguramente ni ellos ni sus votantes sepan todavía qué es; no por vicios imputables, sino porque pretenden responder a una realidad cambiante en la que todavía no se sabe qué sobrevive de lo viejo ni cómo se va a configurar lo nuevo, y la que en consecuencia, no habiendo camino trazado, no hay más remedio que hacer camino al andar (como en el poema de Machado). Pero aguantar el cambio sin novedad (fieles a un patrón ideológico que ha funcionado desde la postguerra mundial a la socialdemocracia en Europa) es lo que han decidido que no van a hacer.
Procede entonces señalar algunos vectores por los que tal vez podría ir el nuevo PSOE con este espíritu pendiente de formalizar cuerpo. Un ejercicio intelectual no sencillo, y en el que seguramente nos equivoquemos, pero que merece la pena intentar. ¿En qué podría consistir la novedad de la nueva alternativa? Se me ocurren tres ámbitos que en España han marcado mucho el debate: el territorial, el económico, y el político- ideológico.
A día de hoy la trifulca territorial mueve muchos votos en ambas direcciones
En cuanto al primero, la realidad se ha cebado con el PSOE. En el verano de 2003, en Santillana del Mar, el PSOE quiso diseñar una estrategia para que el ámbito territorial no fuese un problema. A lomos del tripartito catalán del Estatut, derrocó a Aznar, lo que le valió una nueva victoria en 2008. Sin embargo, unido el problema a la crisis, se produjo una polarización que le ha perjudicado enormemente: el PP volvió al poder, y el independentismo creció. A día de hoy la trifulca territorial mueve muchos votos en ambas direcciones. Le va bien al PP en el resto de España, y les va bien a los independentistas y quien más se abre a ellos: Podemos, quien logró en las generales ser la fuerza más votada en los dos territorios más sensibles. Alguien dijo que el futuro de Sánchez pasa por Cataluña. Una afirmación que creo que tiene su reverso, y en él encontraremos la explicación.
En España es evidente que hay problema territorial con Cataluña, sí. Pero lo interesante no es eso, si no qué efecto tiene lo de Cataluña sobre otras partes, y ver hasta qué punto la posición de esas otras partes es inamovible. Y es que resulta que si Cataluña se separa, hay quien dice que el PIB de Galicia bajaría entre el 2 y el 3 % % (según el Foro Económico de Galicia), y que Andalucía, al ser la más grande de las comunidades que reciben del reparto actual, sería inviable como modelo. El PSC puede aguantar que le digan que no a la independencia de Catalunya, pero el PSOE-A no resiste el sí. Por tanto, la posición del PSOE-A va a ser siempre un no. Y si el único modo de articular el no es oponerse a una coalición de gobierno con los nacionalistas al precio de abstenerse y permitir el gobierno de Rajoy, lo va a hacer. Hasta ahora, lo ha hecho arrastrando a todo el PSOE. En el futuro, lo seguirá haciendo, incluso aunque ello le suponga separarse del PSOE central.
Con lo cual, con la actual aritmética, Rajoy tiene el futuro asegurado. ¿Qué ha de hacer Pedro? Seguramente buscar el justo medio: una solución capaz de coser dos intereses irreconciliables (el de Catalunya y el de Andalucía). Y tal vez la fórmula para eso pase por lo que yo he llamado la «sana foralidad», lo cual además le puede permitir hacer la OPA a las confluencias de Podemos por sus eslabones más débiles: pactar con todos los grupos regionalistas no secesionistas de izquierdas, que piden un marco más beneficioso para su zona, pero no la independencia (CHA, Mes, Nueva Canarias -ya lo tiene-, tal vez Compromís, e incluso En Marea o Geroa Bai). El hecho de que a día de hoy el PSOE presida las tres comunidades autónomas de la «Corona de Aragón» que no son Cataluña (Aragón, Valencia, Baleares) no es casualidad, y tal vez al modelo sanamente foral que allí se vive (el Presidente Puig celebraba la asunción del modelo valenciano) responda la posible solución, la suavización del problema territorial que el PSOE necesita para poder competir en un juego tan polarizado. La solución que se proponga, sin embargo, tiene que ser asumible en Castilla y Andalucía. Si no lo fuere, el PP tiene ganada la partida para muchos años (por lo menos los mismos que el PP ganó Valencia y Murcia gracias al tema del agua, hasta que han llegado las contradicciones).
Un PSOE que propugne un capitalismo popular frente al capitalismo clientelar puede incluso arrastrar voto de centro
Por lo que respecta al tema económico, es una gran verdad que la crisis ha generado nuevos perjudicados, nuevos pobres, nuevas desigualdades. Frente a ellas, sin embargo, el discurso hasta ahora desarrollado por los partidos de izquierdas se queda únicamente en proponer medidas de redistribución de la riqueza a través del Estado propias de otro tiempo, y que en muchos casos resultan hoy de imposible aplicación si consideramos la tendencia a la deslocalización de las fortunas (causante, por ejemplo, de que permanezca tan bajo el impuesto para ciertas inversiones). Hoy no basta con un socialismo de Estado; además debe ser un socialismo competitivo. A veces una bajada de impuestos bien aplicada, si permite recaudar más (básicamente lo que ha hecho el PP o propone Ciudadanos), resulta mucho más beneficioso para la redistribución que subidas que produzcan huida de capitales y recauden menos. A ello hay que unir que España forma parte de la UE, y que cualquier política económica tendrá que estar dentro de sus límites, algo que ya hizo caer al socialismo en mayo de 2010. Un nuevo socialismo económico habrá de ser por tanto creativo dentro de los márgenes que ordene Bruselas.
Y en conexión con esto, hay un hueco que bien puede ocupar el PSOE: el del combate, no contra el capitalismo en sí, sino contra el capitalismo clientelar (en la jerga, «capitalismo de amiguetes»). Y es que es una realidad que hoy por hoy lo que los desfavorecidos rechazan no es tanto que ciertas cosas estén en el mercado, sino que su mercantilización no permita competir a todos, o que las condiciones de prestación de servicios sean inasequibles para el pequeño comerciante. A veces se podrá estar en contra de que ciertos bienes o servicios se sometan a competición, cuando tal vez se prestaban mejor pensando en la cooperación, valor que «el druida de la izquierda» Beiras, considera antitético de la competición, aunque no todo el mundo lo vea así (pensemos en la polémica de los taxis). Pero de lo que no se está en contra es del mercado. Y así las cosas, frente a un Podemos unido a IU y tendente en muchos aspectos al estatalismo de viejo cuño, un PSOE que propugne un capitalismo popular frente al capitalismo clientelar podría cosechar buenos apoyos. Cuestionar la apertura comercial los siete días de la semana para permitir la competición de los comerciantes españoles sin que les desborden negocios chinos y grandes superficies; ampliar las posibilidades en el mercado de quien hoy se ve excluido del mismo (por ejemplo en materia de vivienda, como sugeríamos en otro artículo hace poco); cambiar la competición por la cooperación en ciertos sectores; o proteger en suma a los pequeños, no tanto con medidas de gasto, si no con leyes justas, puede ofrecer un recorrido muy atractivo al PSOE, capaz incluso de arrastrar voto de centro.
Si el PSOE sabe reconocer a estos «otros» descontentos del sistema podría acoger votos inesperados en lo que podríamos llamar nuevas minorías
Por último, en lo ideológico, es evidente que existe una nueva tensión sistema/antisistema en la que el PSOE tiene mucho que decir. Una tensión que se manifiesta de diferentes formas: en Francia con el rechazo al inmigrante (FN) o el capital (Francia Insumisa), en Italia contra la corrupción (5 estrellas), en Inglaterra contra la UE (UKIP, brexit), y en España contra la desigualdad (Podemos). Para bien o para mal, Sánchez ha sido el candidato del pueblo frente al establishment del viejo PSOE. Su viejo mentor mediático PRISA (a quien tanto rechaza Podemos) se ha encargado de mostrarle muchas veces su rechazo, como hemos mostrado antes.
En este punto, hay que tener en cuenta que la tensión sistema/antisistema no responde siempre a antiguas divisorias derecha/izquierda. Así, se producen «extraños compañeros de cama» que llevan a que pueda estar contra «el sistema» (entendido este por UE/OTAN/«los valores del nuevo orden mundial») lo mismo un «podemita» que un católico ortodoxo. Ya hay quien habla, de hecho, de katejones para referirse a los católicos antisistema. Y es que no se puede olvidar que «el sistema» promueve cosas tales como la gestación subrogada (que el PSOE ha rechazado). Si el PSOE sabe reconocer a estos «otros» descontentos del sistema, y ofrecerles algo que les resulte menos intragable que lo que ofrezcan PP o Ciudadanos (que podría ser aupado por la prensa oficial a la condición de nueva UCD o En Marche «versión española»), podría acoger votos inesperados en lo que podríamos llamar nuevas minorías. Algunas, sí, otrora conservadoras. Y es que no podemos olvidar que, por ejemplo, en los países de mayoría no católica, durante años, los católicos votaban izquierda (por ejemplo, al partido laborista en Reino Unido o al demócrata en EE. UU.).
Y es que al igual que se suele decir que «en España no hay periódicos amarillos porque todos amarillean un poco», tal vez no lleguemos a tener un populismo como el de los países de alrededor porque nuestros partidos centrales tienen el suficiente ingrediente populista. Un ingrediente que hasta ahora se usaba a favor del «sistema» (por ejemplo, las bajadas de impuestos del PP y otras de sus medidas electoralistas), pero que no creo que haya inconveniente en usar también en su contra si conviene, y más considerando que, al no ser fuerzas formalmente populistas (nacidas contra el sistema), sino un mero deje de fuerzas homologadas (nacidas en el sistema), siempre hay un margen de maniobra diferente, pues la censura exterior no va a ser la misma con quien pertenece a una internacional homologada como la IDC o la internacional socialista.
Corría diciembre de 2015 y dije en estas páginas que había sido un logro resistir el sorpasso por parte del PSOE, quien seguía siendo el partido central de nuestro «régimen del 78». El logro se confirmó en 2016, y con ello se ganó la vida futura del partido. Esta empieza ahora. El desgarro ocasionado por el tema territorial entre el aparato y la base ofrece un nuevo PSOE. Si este sabe seguir siendo la pieza clave, y más ahora que parece que el PP (simple tesorero del sistema, salvo cuando le sonríe la campana territorial, pues en el resto de temas apenas plantea batalla ideológica) está amortizado, podemos ver un PSOE nuevo y muy interesante. Un nuevo PSOE cuyo camino todavía no se ve: «caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar».