Rebelde sin causa se ha convertido en referencia obligada para explicar el último acto de la tragedia griega moderna. En la película, Jimmy y Buzz se miden en el juego de la gallina, donde cada uno conduce hacia un barranco, venciendo el último en apartarse. En la actualidad, Syriza y la Troika están al volante y pisan el pedal del acelerador a fondo. Avistando el abismo, Tsipras ha metido la quinta con la convocatoria inesperada de un referéndum el 5 de julio. Con el anuncio del Banco Central Europeo de no aumentar el techo de la Emergency Liquidity Assistance (ELA) y la ruptura de las negociaciones, la Troika ha hecho lo propio y se ha puesto a jugar al Candy Crush. Existen ciertos factores que indican que la salida del Euro supondría una catástrofe para Grecia y una herida mortal para el proyecto europeo, con independencia del riesgo sistémico que podría generar. Los manuales de Historia están llenos de tragedias incomprensibles en retrospectiva, y en los próximos días descubriremos si Europa hace una nueva contribución a la lista. A continuación damos algunas claves de la trama griega.

1. Grecia es insolvente

 El país tiene un evidente problema de liquidez, ya que no puede afrontar sus obligaciones inmediatas sin ayuda externa. Pero más importante aún es su falta de solvencia: no, Grecia no puede pagar una deuda que rebasa 180 % de su PIB. Es cierto que bajo el acuerdo actual los intereses que paga por ella son reducidos —una pequeña fracción de lo que pagaría en los mercados abiertos de deuda— y que Japón soporta una deuda 250 %. Pero, por si alguien no se ha enterado, Grecia no es Japón. De Barry Eichengreen a Kenneth Rogoff, pasando por Paul De Grauwe, cada vez quedan menos economistas reputados que crean que Grecia pueda encadenar superávits primarios superiores al 4 % durante lustros para rebajar su deuda a niveles razonables. La restructuración de marzo de 2012 eliminó 53,5 % del valor nominal de la deuda en manos privadas (106,5 mil millones de €), pero los acontecimientos la han demostrado insuficiente. Tarde o temprano, los acreedores tendrán que aceptar una nueva restructuración. De poco sirve ordeñar a la vaca si se muere de deshidratación. El eminente exinvestigador del Fondo Monetario internacional, Ashoka Mody ha propuesto que se reduzca la griega hasta 50 % del PIB, pagable en 40 años.

2. No hay pillaje griego

Jeremy Bulow y Kenneth Rogoff han calculado que los flujos entrantes de capital superan en Grecia con creces a los salientes desde el inicio de la crisis. En otras palabras, a pesar de su testarudez en rechazar una restructuración y de lo que diga Syriza, los acreedores no se están llevando las columnas del Acrópolis como pago de intereses. Hasta mediados de 2014, Grecia ha sido un receptor neto de fondos de la Troika. De hecho, de 2010 a 2013 los flujos entrantes en exceso superaron los 20 mil millones de euros anuales, más que en el periodo anterior de 2006 a 2009. Esta tendencia se ha revertido ligeramente en el último año, pero la tragedia griega no se explica por la excesiva losa deudora. De hecho, el año pasado Grecia pagó el 2,6 % del PIB en intereses de la deuda, exactamente igual a la media de la eurozona.

Grecia jamás tuvo una capacidad productiva como para ser tan rica como era

3. El origen de la tragedia no es la austeridad…

La situación actual no existiría sin los desmanes de la economía griega en los años de oro previos a la depresión, la corrupción y el clientelismo de las dinastías Papandreu y Karamanlís y las disfunciones del estado griego. Ricardo Hausmann recuerda que el PIB per cápita de Grecia creció al 3,8 % anual entre 1998 y 2007. Mientras tanto, los ingresos por impuestos como porcentaje del PIB cayeron al 2,25 % por la talla descomunal de la evasión fiscal. En 2007, Grecia gastó un 14 % más de lo que produjo. Incluso teniendo en cuenta el último lustro de depresión, el país ha crecido más desde 1998 que Dinamarca, Italia o Portugal. Mientras tanto, Paolo Manesse estima que, en los años de bonanza, la Productividad Total de los Factores apenas varió. En otras palabras, Grecia jamás tuvo una capacidad productiva como para ser tan rica como era.

4. …pero la austeridad ha resultado contraproducente

Que esto lo digan Varoufakis, Krugman o Stiglitz no es sorprendente. Pero hasta Olivier Blanchard, economista jefe del FMI, admitió hace un par de años que se habían pasado de frenada. La variable clave cuando se proyecta el impacto de una contracción presupuestaria en la economía es el multiplicador. Es decir, por cada euro que se recorta, cuánto se va a contraer la economía. Si el multiplicador es elevado, la austeridad puede resultar contraproducente. En una confesión tragicómica, Blanchard admite en un estudio junto a Daniel Leigh que no es capaz de determinar que multiplicador utilizó el FMI para hacer las proyecciones de la economía griega después del primer rescate. El francés y su colega asumen que el multiplicador simulado fue de 0,5 cuando en realidad, estiman, el multiplicar real rondó 1,5.

5. Las pensiones, en el ojo del huracán

Hace una semana parecía que un pacto estaba cerca. La Troika y Syriza diferían principalmente en dos cuestiones: el aumento de la recaudación del IVA y la reforma de las pensiones. El primer obstáculo nunca pareció insalvable, pero el segundo ha colmado la paciencia del gobierno heleno y sus acreedores. Por un lado, la Troika argumenta que representando las pensiones y salarios el 75 % del gasto público primario, parece imprescindible recortarlos para alcanzar el objetivo del 1 % de déficit primario. En concreto, el gasto en pensiones equivale al 16 % del PIB y el FMI propone reducirlo en un punto porcentual del PIB. Por otro lado, Syriza se queja de que los pensionistas ya han perdido más del 40 % de su poder adquisitivo durante la depresión. Yanis Varoufakis afirma que un millón de familias viven gracias a las pensiones de sus abuelos y que una altísima proporción de jubilados vive por debajo del umbral de la pobreza. Grecia propone una reforma gradual, que luche contra la jubilación anticipada y el fraude y haga el sistema sostenible en el largo plazo, pero se resiste a incumplir una de las promesas centrales con las que Tsipras llegó al poder.

6. Grexit sí sería para tanto

Para Grecia la salida del euro provocaría una segunda depresión, casi con total seguridad. Sin acceso a los mercados internacionales ni socios que la financien, el gobierno tendría que aplicar presupuestos equilibrados. Esto exigiría una nueva oleada de recortes que terminarían de arruinar la economía. Los bancos helenos quebrarían en cadena y miles de ciudadanos se verían condenados a emigrar en condiciones irregulares. Además, contrariamente a la creencia popular, la vuelta del dracma apenas favorecería a las exportaciones. Grecia exporta productos de escaso valor añadido (comida, químicos, combustibles…) y el tamaño de su sector exportador es insuficiente para sostener una recuperación económica vigorosa. Alemania, por ejemplo, solo importa el 0,2 % de sus bienes desde Grecia. Además, el aislamiento no haría sino acentuar la fragilidad institucional, la corrupción generalizada (25 % de los griegos admite haber pagado un soborno) y la falta de tejido productivo que ya sufre el país. Para Europa existen dos riesgos. El primero es que un pánico contagioso se instale en la eurozona. La experiencia de Lehman Brothers demostró los peligros del riesgo sistémico. Economistas de la talla de Andrew Haldane o Daron Acemoglu han sugerido que choques relativamente pequeños pueden desestabilizar sistemas altamente interconectados, como es el sistema financiero europeo. Es imposible predecir los efectos que Grexit tendría en los mercados. El segundo riesgo, mucho más profundo, es la desintegración progresiva del proyecto europeo. El sueño de una Europa integrada, adalid de los valores de la Ilustración más allá de las pasiones nacionalistas, necesita de una solidaridad entre europeos difícil de imaginar tras el abandono de Grecia.

 

A principios del siglo XIX, con el inicio de la Guerra de Independencia griega, el poeta romántico Percy Bysshe Shelley escribió: «¡Todos somos griegos!». Evidentemente, no lo somos. Pero como europeos, nuestro futuro está estrechamente ligado al de ese país cuyo primer ministro, Constantino Karamanlís, llamó «un inmenso manicomio». Nadie sale ganando con Grexit, y quienes más caro lo pagarían volverían a ser los más desfavorecidos entre los ciudadanos griegos. Nuestros líderes tienen la obligación de evitarlo.