El Parlamento de los Cuerpos se trata de la experimentación, no de la representación.
El Parlamento de los Cuerpos. Documenta 14
Hace ya un año que inauguramos El Cuarto de Invitados, un espacio expositivo experimental —o un laboratorio, que dirían algunos— en el salón de nuestra casa situada en el barrio madrileño de Lavapiés. Lo creamos para experimentar lo que podía ocurrir, o no, dentro de un formato expositivo fuera de las lógicas del mercado. Desde un primer momento lo que identificó a nuestro proyecto fue la adopción de una política de sucesiones comisariales, en la que un/a comisario/a elegía al siguiente, y así sucesivamente. De esta manera nos asegurábamos un ambiente familiar y una enriquecedora incertidumbre en el devenir del Cuarto. Una incertidumbre que siempre ofrecía nuevas y variadas reflexiones que iban definiendo qué era, y qué no, El Cuarto de Invitados.
¿Es la figura del comisario realmente imprescindible en el arte contemporáneo? ¿Obedece su visibilidad a aquella imperiosa necesidad de generar discurso alrededor del arte ―como nos avisaba Vila-Matas―? ¿Cuál es el lado político del comisario? Y si es que lo tiene, ¿su labor también podría tener una función social y emancipatoria?
En este artículo reflexionaré sobre estas cuestiones a través de la experiencia de nuestra primera convocatoria para comisarios Puerta Abierta en la que resultó ganador el proyecto Lumieres du Midi. Pero, sobre todo, explicaré porqué supuso un antes y un después la mesa redonda que organizamos para debatir acerca de la figura del comisario.
El Cuarto de Invitados como laboratorio: La tormenta después de la calma
A mediados de julio de 2016 lanzamos Puerta Abierta, nuestra primera convocatoria para participar con un proyecto comisariado en el Cuarto. Desde un primer momento, hubo críticas que nos culpaban de haber adoptado el clásico dogmatismo legal que tanto nos acercaba a todo aquello de lo que nos queríamos alejar, como la institución y su inmóvil estructura. No es para menos, ya que en un ataque de exacerbada profesionalidad replicamos prácticamente las bases de Inéditos, un proyecto similar llevado a cabo por la Casa Encendida, para guardarnos en salud y cubrirnos las espaldas. La crítica que suscitó la convocatoria nos empujó a repensar nuestro primer impulso y decidimos preparar un encuentro para debatir acerca de fórmulas más creativas. Tras al menos dos horas charlando con unas 17 personas, reelaboramos una segunda edición de las bases incorporando muchas de las cuestiones que se expresaron colectivamente en el encuentro.
Incorporamos la posibilidad de que el comisario participase en calidad de artista y viceversa. Esto fue la simiente que nos empujó a valorar la posición política que venía manteniendo el comisario
Con post-its, notas al margen en distintos colores y a mano alzada, fuimos tachando y escribiendo todo aquello que por su naturaleza escurridiza suele quedarse fuera de este tipo de concursos institucionales. Ante todo, lo más importante fue darse cuenta de que no había una única forma de hacer las cosas. Podíamos hacer una convocatoria, claro que sí, pero no debería imitar modelos institucionales, sino proponer nuevos modos de hacer y de relacionarse, aunque fuera en el marco de una simple convocatoria. Nada era inocente. Así, a un nivel formal, las nuevas bases estaban escritas con gesto nervioso y cierto arrepentimiento, algo que inevitablemente corporalizaba el texto y afectaba a su lectura. Ya no era un documento distante con tintes «oficiales», sino una carta más personal y cercana que eliminaba el carácter legal; porque, a fin de cuentas, no dejábamos de estar en un hogar.
Por otro lado, un punto a resaltar fue que incorporamos la posibilidad de que el comisario participase en calidad de artista y viceversa. Eliminar esa dicotomía no fue un gesto menor, ya que fue la simiente que nos empujó a valorar la posición política que venía manteniendo el comisario, tanto en el Cuarto, como en todo el sistema del arte contemporáneo.
Tras escanear y publicar las nuevas bases recibimos unos 14 dosieres que tratamos con mucho mimo. El jurado estaba compuesto por nosotras y los comisarios que pasaron por nuestra casa: Óscar Alonso Molina, Susi Blas, Javier Díaz Guardiola y Semíramis González. El 20 de septiembre se anunció como ganador el proyecto Lumieres du Midi con los artistas Tatiana Abellán y Rafael Fuster, y comisariado por Rodrigo Carreño. Los trabajos de Rafael y Tatiana hablaban de la luz y de la memoria, y cómo estos pueden cambiar el sentido de nuestra percepción, utilizando formatos de video y fotografía. A pesar de ser un proyecto clásico que fácilmente podría instalarse en una galería convencional nos pareció que fue, hasta ese momento, uno de los proyectos más exquisitos y pulcros que hemos acogido en nuestra casa.
Tras haber transcurrido cuatro semanas desde la inauguración de Lumieres Du Midi, nos vimos en la necesidad de preparar una mesa redonda con Tatiana, Rafael y Rodrigo para conocer de cerca todo el proyecto; pero, sobre todo, para reflexionar entre todas y todos la nueva figura comisarial que despuntaba desde que reelaboramos colectivamente las bases de Puerta Abierta. Aquel encuentro fue todo un acontecimiento, pues se convirtió en el detonante de un posible cambio de rumbo en la gestión e identidad de El Cuarto. Tomé muchísimas notas de todo lo que se dijo y salieron auténticos destellos de genialidad de algunas personas que acudieron al encuentro. Lo que viene a continuación son apenas balbuceos de ideas e indicios que apuntan a reflexiones más profundas.
Por caprichos del destino, dos días antes del encuentro cayó en nuestras manos la entrevista que le hizo Gustavo Pérez Diez, redactor jefe de ARTEINFORMADO, al comisario Miguel Ángel López (Lima, 1983). Como si aquello fuera un manifiesto insoslayable, la entrevista marcó los derroteros del debate. «No necesitamos más curadores que aspiren a escalar al número 1 de las listas de los más poderosos en el mundo del arte», explicaba López.
Invitamos a las chicas de Espacio Proa, Hidráulicas, a nuestra vecina Galería Gotelé, a distintos comisarios como Carlos Copertone, y a más amigos y curiosos que no conocíamos pero que desde el primer momento no dudaron en aportar ideas. Con todo ello, tras la charla, salimos con más preguntas que respuestas. Cuando se piensa en colectividad muchas cuestiones salen volando rápido y no terminamos de agarrarlas del todo. Pese a ello, con la lectura aún fresca de la mencionada entrevista, se habló mucho del mercado (del que ya hablé en este artículo), de los modos de actuar en un adentro del sistema productivo que salpica inevitablemente el ego, al empresario de sí mismo, la competitividad y la figura del intelectual ensalzado.
Ahora que puedo recordar con distancia todo lo que se dijo aquel día en el Cuarto, la mayoría de las cuestiones planteadas por todas y todos incidían en el escaso posicionamiento político que en determinadas ocasiones mantiene la labor comisarial. Esta es una posición en ocasiones ambigua ya que «el comisario mantiene siempre un pie dentro del hueso de la institución», como dijo un anónimo en el encuentro. Hay una negociación ética ―pensamos todas―, una tensión irresoluble, entre la estructura centrípeta de la cual parte el comisario como representante de la institución y la maquinaria artística, siempre en movimiento centrífugo, que se extiende a su alrededor. «Un comisario debe ser capaz de encontrar tesoros», dijo alguien más tarde.
Hay que olvidarse definitivamente de que el peso de contribuir a transformar la historia social solo recae sobre los hombros de los artistas
En un ámbito como el del Cuarto de Invitados ―un experimento expositivo precario a la deriva y sin ánimo de lucro―, los enunciados de la entrevista, y lo que se dijo aquella tarde en el encuentro despuntaban cierto amor por las iniciativas frágiles y las posiciones políticamente valientes. Finalmente, entendimos que la figura del comisario era importante para contribuir a transformar una historia social que urge reimaginar. Hay que olvidarse definitivamente de que ese peso solo recae sobre los hombros de los artistas.
El posicionamiento político del comisario: Representación / Investigación
¿Se ha desligado la labor comisarial de posiciones políticas que se dirijan a la emancipación social? En la citada entrevista, López opina que «necesitamos una práctica curatorial políticamente situada: es decir, una curaduría decidida a usar su capital cultural para combatir (…) formas sociales de inequidad e intervenir en determinados climas de opinión existentes, muchas veces conservadores o regresivos. (…) curadores que consideren que su labor consiste en implicarse políticamente en sus propios contextos (…) e incluso, curadores que sean capaces de usar estratégicamente sus privilegios de clase y los lugares que ocupan para ir en contra de los ritmos empresariales neoliberales que inundan la máquina cultural contemporánea, a fin de interrumpir esas lógicas y convertir sus propias inquietudes en formas oposicionales de producción de valor y de sentido».
Necesitamos un comisariado que se aleje de los modelos de competitividad y protagonismo, de autoridad célebre y voz experta, soberana e individualizada. En definitiva, parece que a la figura del comisario le han resbalado como agua tibia todos aquellos requisitos y posicionamientos políticos que le fuimos exigiendo al artista desde los años sesenta.
Por otro lado, López rechaza el paradigma del comisario como figura del espectáculo. Ya sabemos que, para Guy Debord, el espectáculo es la comunicación humana transformada en mercancía. Lo que se ofrece como espectáculo en el caso que nos ocupa es la comunicación de un orden discursivo que interpela siempre un proyecto comisariado, es decir, el lenguaje verbal como tal. Un régimen semiótico que campa a sus anchas en la industria cultural del posfordismo —algo de lo que Hans Hollein se dio perfectamente cuenta ya en los años ochenta—.
En una postura similar se encuentra Paolo Virno. En su artículo «Virtuosismo y revolución: notas sobre el concepto de la acción política», el filósofo de orientación marxista se apoya en la distinción entre las dos líneas divisorias que componen la acción política; hablamos del Trabajo y el Intelecto. Resumiendolo en exceso para el caso que nos ocupa, según Virno- quien lee con atención a Hannah Arendt- cuando las capacidades Intelectuales de cualquier persona se ponen al servicio del Trabajo —es decir, a toda la instrumentalización en aras del sistema productivo—, ocurre una «legitimación extrema, anómala y sin embargo vigorosa, del pacto de obediencia hacia el Estado». Virno habla desde la filosofía política, pero desde aquí podemos tomar el Estado y el capitalismo como la misma cosa; a fin de cuentas, ambas mantienen el monopolio de las decisiones políticas. Esta simbiosis entre Trabajo/Intelecto mantiene un posicionamiento político al servicio del sistema productivo, que repercute, como no podría ser de otra manera, en el rol profesional del comisario en la industria cultural. Hablamos de una cultura que, tal y como apunta el crítico literario Terry Eagleton, «lejos de aportar un antídoto al poder, resulta que es profundamente cómplice de él (…). En vez de ser lo que podría salvarnos, quizá tengamos que devolverla a su lugar».
La industria cultural, bajo un imperialismo discursivo y una lógica representacional, cumple un rol importante dentro de los medios de producción capitalistas. De esta manera, y pareciendo yo un tanto catastrofista o un «todólogo» como Luis Racionero, puede darse que en la frágil situación de algunos artistas, ávidos por mostrar sus enunciados al público, no le quiten ojo a la batuta que el comisario mueve en su orquesta particular. Aun así, ya no solo sería el comisario que critica López, sino, más bien, la institución, en el amplio sentido de la palabra, la que alimenta la idea del artista como un sujeto secundario y accesorio. En esta misma línea Virno nos advierte que «cuando el Trabajo asume tareas de vigilancia y coordinación, es decir, cuando “se coloca junto al proceso de producción inmediato, en vez de ser su agente principal”, sus funciones ya no consisten en perseguir un fin particular, sino en modular (más que variar e intensificar) la cooperación social».
En cambio, en la otra cara de la moneda, cuando el Intelecto se pone al servicio de la Acción política, lo que aflora es una defección fuera de los márgenes del territorio familiar. Nos decía López que su trabajo «se caracteriza por los ritmos lentos de la investigación y la escritura, y también por una apuesta hacia lo colectivo, lo cual significa que es una labor más modesta y silenciosa que los ritmos que a veces impone el mercado». Se me ocurre ahora mismo que quizás lo que se echa de menos en la profesión comisarial es la investigación seria, el ensayo de prueba y error y la contingencia que ofrece todo marco experimental. Siguiendo con Virno, la postura política de López es una huida autónoma y emprendedora cuyos enunciados son capaces de escaparse del poder estatal o «su configuración como recurso productivo de la empresa capitalista». Solo así, con estos modos de hacer, sería posible que la acción política fuera un proceso que interrumpe lo consolidado y lo conocido para adentrarse en las lógicas del acontecimiento.
¿Se encuentra preparado nuestro concepto de institución, que regula y normativiza, para transitar el territorio maquínico de la incertidumbre?
En esta última dirección, Lazzarato nos explicaba que «lo que necesitaríamos sobre todo es un arte del acontecimiento, un arte de las posibilidades de existencia, de los modos de subjetivación, del no dejarse gobernar o del gobierno de sí». Y aquí es donde nos damos cuenta de que lo interesante de este punto de vista es que la contingencia, al igual que en la política, también se vuelve la dimensión crucial para el arte. La hipótesis final resulta de lo más interesante si miramos de cerca lo que ha venido sucediendo en las plazas. ¿Se encuentra preparado nuestro concepto de institución, que regula y normativiza, para transitar el territorio maquínico de la incertidumbre? Nosotras en el Cuarto solventamos esa tensión preguntando y reflexionando en colectividad los problemas comunes, lo que apunta claramente a una estrategia política tan antigua como vilipendiada en la política actual, la democracia. La posición comisarial, como la de todo intelectual, no debería ser testigo mudo de los reclamos sociales ―aunque, por otra parte― personalmente no tengo expectativas de alcanzar una unidad sin fisuras entre el poder instituido y todo acto instituyente.
Me despido con esta elocuente imagen. Se trata de la obra Where we are now?(Who are we anyway?) de Vito Acconci. En 1976 el artista tapió la entrada de la Galería Sonnabend, en el Soho de Nueva York, un barrio que ya estaba reconocido como centro artístico contemporáneo por excelencia. En el interior del espacio unos taburetes rodean una mesa alargada que sale por la ventana a modo de trampolín, mientras una voz en off nos habla del fracaso con el incesante tic-tac de un reloj. Una buena metáfora para pensar en la incertidumbre y el vértigo que siempre impone la toma del conocimiento basado en la experiencia y la experimentación.