En el aniversario del 15M un plató de televisión donde mantenían un coloquio los distintos agentes políticos fue abruptamente abucheado por los manifestantes que se congregaron en Sol. Ellos, quizás sin saberlo, intuyeron que ese escandaloso escenario obedecía al régimen representativo que encorsetaba la política a determinados tiempos, actores y espacios. Después de cinco años, el movimiento se ha extendido bajo diversas formas y lo que anteriormente se entendía como «la política» ha conseguido abrirse a todos los ámbitos de la vida mediante asambleas, mareas, asociaciones vecinales, nuevas librerías, espacios culturales y de ocio. Todo movimiento social de esa magnitud es, ante todo, un acontecimiento estético y creativo que fricciona los modos habituales de estar en comunidad. En este nuevo contexto cultural han nacido numerosos espacios alternativos que abren el circuito artístico de Madrid: Centros autogestionados y mediactivistas[1] que, desde posturas micro, entienden que lo político no está determinado por el arriba y el abajo de la hendidura vertical jerárquica. Este factor es de suma importancia a la hora de entender el nacimiento de estas iniciativas; como explica Franco Berardi (Bifo): «La difusión reticular de la comunicación es el plano privilegiado de la autoorganización social»[2]. Lo que se pretende es enriquecer, refrescar y crear articulaciones alternativas, «intercambios rizomáticos entre emisores»» —volvería a decir Bifo—, muy diferentes a las lógicas del mercado artístico y de la gestión cultural institucional.

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Es aquí cuando decidimos abrir El Cuarto de Invitados en nuestra casa de Lavapiés. Un espacio más, que comparte ciudad con otras iniciativas con peculiaridades y matices distintos: Hidráulicas, Espacio Proa, Despliegue, El Tipi, Storm And Drunk, Habitar la Intimidad, el Salón de Ángela Cuadra y muchos otros que de momento desconozco… Todos estos espacios experimentales comparten el deseo de un «hacer en común», muy cercano al paradigma estético que nos mostró Felix Guattari a partir del mayo francés.

Planteamos una política sucesoria de comisarios (…). Cada uno nombraría al siguiente pasándole el testigo. El resultado de esta idea ha sido un dispositivo de apertura constante muy enriquecedora

Fotografía de los miembros de ECI en la inauguración de Dos Jotas y Susi Blas.

Fotografía de los miembros de ECI en la inauguración de Dos Jotas y Susi Blas.

Cuando abrimos El Cuarto de Invitados (ECI) el 12 de diciembre de 2015 a las 12 de la mañana con la exposición de Abdul Vas, comisariada por Óscar Alonso Molina, ya sabíamos que el carácter experimental del espacio nos llevaría a una deriva impredecible, donde asomarían elementos apetecibles y familiares, y otros que se alejarían bastante de nuestro interés más inmediato. La política sucesoria de comisarios que planteamos para ECI fue muy sencilla pero efectiva. A modo de juego, cada comisario nombraría al siguiente pasándole el testigo. El resultado de esta idea ha sido un dispositivo de apertura constante muy enriquecedora. Creemos que en estos seis meses, todo lo que ha entrado de alguna manera u otra en la maquinaria de ECI ha sido digno de estudio.

Óscar pasó el testigo a Susi Blas, que nos trajo un acertado y coherente proyecto de Dos Jotas que volvía a incidir en la gentrificación, después de pasar por Espacio Trapecio. Las peculiaridades de ECI, siendo una casa y su oportuno contexto en el barrio de Lavapiés, fueron muy bien aprovechadas por el artista para hablar sobre la imposibilidad de acceder a una vivienda digna, y sobre algo muy común que se da sobre todo en esta zona de Madrid; las denominadas «camas calientes» como ejemplo de una precariedad habitacional que, en silencio y en la sombra, se muestra como algo tan cotidiano como oculto.

Literas en ECI, obra de Dos Jotas.

Literas en ECI, obra de Dos Jotas.

Siguiendo la política sucesoria de ECI, Susi Blas nombró a Javier Díaz Guardiola como tercer comisario. Parece que el periodista del ABC y bloguero de Siete de un Golpe quería sentirse como en casa, traer a mucha gente y cuidar mucho a los componentes de ECI; así nació Los Piscolabis del Cuarto, una propuesta que nos ha acariciado a contrapelo y que podréis ver hasta el 26 de Junio. Guardiola nos ha dado la posibilidad de conocer a muchísima gente interesante de manera íntima y casera. No me detendré en el proyecto en sí, ya que lo podéis encontrar todo aquí. Solo explicaré de forma resumida que Guardiola nos ha traído diversos agentes que conforman el arte contemporáneo; desde críticos, coleccionistas, galeristas, gestores de ferias, directores de museos y artistas (¡faltaría más!). Cada uno tiene una cita con los miembros de ECI cada semana para explicar sus experiencias particulares dentro de su ámbito y desempeño. Con estas mesas redondas que llenamos con piscolabis para almorzar, merendar, comer o lo que toque, son recibidos los invitados. No suelen tener mucha hambre pero se están tomando muy en serio su labor pedagógica. A veces estas intervenciones han sido charlas magistrales, y otras no nos han dicho nada que no sepamos. Pese a ello, eran a puerta cerrada, solo para nosotros, y nos daba muchísimo apuro sentir ese privilegio elitista, tan caspa y tan casta de algo que sucede solo para una minoría. Ese claustro está siendo tan lejano a los principios de ECI que me he visto obligado a dar respuesta con esta crítica un tanto amable.

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Guardiola invitó a merendar a los dueños de la Galería Ponce+Robles para hablar del mercado del arte

Los visitantes que se acerquen a ECI (abrimos los fines de semana de 12:00 a 14:00, C/Mesón de Paredes nº42, 2ºA) podrán ver una exposición colectiva. Cada invitado al Piscolabis ha traído previamente una obra de su colección particular para generar lo que viene a ser una muestra bastante heterogénea, que se mantiene durante los dos meses que duran los Piscolabis. Hay obras de Blanca Gracia, Raúl Díaz, Germán Gómez, Julio Falagán, Hatsuko, Isidoro López Aparicio y Olga de Dios. Sin duda lo que nos sorprendió fue el alto poder de convocatoria de Guardiola. Hay que decir ante todo que cada comisario y artista han entendido las posibilidades de ECI de manera peculiar. En esta tercera propuesta Guardiola pretendió dar «una vuelta al planteamiento inicial del espacio que la alberga» ya que, según explica en la nota de prensa, «Los jóvenes artistas de ECI querían conocer el mercado». Esta afirmación comienza a contener ciertos alfileres después de que, en la tercera cita semanal del Piscolabis, Guardiola invitara a merendar a Raquel Ponce y José Robles, dueños de la Galería Ponce+Robles. Ambos tenían una energía envidiable y hablaron de su negocio con gran pasión. Prácticamente se quitaban la palabra de la boca, algo de lo que eran muy conscientes. Por eso mismo nos avisaban, muy de vez en cuando, del necesario nerviosismo con el que un galerista ha de estar en este negocio. «Trabajamos 24 horas al día», nos aseguró Raquel.

Las afirmaciones de Ponce y Robles sobre el mundo galerístico hicieron de aquel Piscolabis el más provocador, y el detonante de este texto que están leyendo

Ponce y Robles en el tercer Piscolabis del Cuarto.

Ponce y Robles en el tercer Piscolabis del Cuarto.

Como buenos empresarios, la postura que mantenían respecto al arte contemporáneo pasaba directamente por el beneficio económico. Una de las ideas que pusieron los galeristas sobre la mesa, la más provocadora desde mi punto de vista, era la importancia del esfuerzo empleado por el propio artista profesional en el labor de establecer redes, contactos y todos aquellos trabajos sociales que ahora podríamos definir como ejercicios de amiguismo. Este tipo de afirmaciones, sinceras y directas, de personas que se encuentran involucradas en el ámbito galerístico, hicieron de aquel Piscolabis el más provocador, y el detonante de este texto que están leyendo. La causa de ello no solo radica en la energía y crudeza con la que nos hablaron del mercado del arte y de su particular concepción profesional del artista sino, más bien, a que en esas semanas, yo como futuro doctor sin pacientes, me encontraba en una etapa de la tesis donde leía con entusiasmo la filosofía económica marxista de Antonio Negri. Las posturas entre los galeristas y el filósofo chocaban como dos proyectiles.

¿Qué pasaba con todos aquellos gestos artísticos que no pasan por el beneficio económico?

También es de rigor aclarar que la charla del Piscolabis se mantuvo siempre dentro del ámbito que envuelve al mercado del arte, espacio muy legítimo y necesario para que muchos artistas sigan produciendo. Pese a ello, ya sabemos que el arte se puede expandir por todos los rincones de la existencia y que en ocasiones lo auténticamente revulsivo y revolucionario se escapa al capital; desde el museo, la institución, la galería, hasta la toma de las plazas y en nuestros hogares. Es aquí cuando comenzamos a pensar en plural y advertir que la mejor forma de desencadenar el singular mensaje que ofrece el lenguaje artístico —sea una obra pictórica, vídeo o performance— no pasa por la subsunción al mercado; ni tampoco por la objetualización —a veces interesada y forzada— de una determinada experiencia estética; sino en la potencia de construir un horizonte común, encaminado a producir sentido en base a una voluntad colectiva nueva.

José Antonio Mondragón en un Piscolabis de El Cuarto de Invitados, una visita propuesta por Javier Díaz Guardiola. Foto: Facebook de ECI.

José Antonio Mondragón en un Piscolabis de El Cuarto de Invitados, una visita propuesta por Javier Díaz Guardiola. Foto: Facebook de ECI.

Con Ponce y Robles hablando del mercado, los miembros del ECI nos preguntábamos con fuerza: ¿Qué pasaba con todos aquellos gestos artísticos que no pasan por el beneficio económico? Esos gestos circulan en una cadena deseante expansiva, enormemente creativa, con un excedente capaz de generar un levantamiento social, una marea ciudadana o un cambio en la subjetividad de todos aquellos que han tenido ese encuentro con la alteridad que ofrece una experiencia estética. Ahora mismo estoy hablando por la boca de Marcelo Expósito. Transcribí hace tiempo una entrevista en radio que decía lo siguiente:

Desde el punto de vista de la construcción política, el arte activista o la gestión política del trabajo cultural tiene valor por lo multiplicable. El trabajo singular y único no sirve, no tiene valor para los demás. No tiene valor político para los demás. Ni siquiera valor existencial. Creo que producir algo que sea singular, pero que al mismo tiempo sea multiplicable, sea apropiable por otros, significaría una transformación completa del sentido común con el que hasta ahora hemos operado en términos de artistas individuales y gestores culturales. Porque estamos hablando de una cooperación que entra en contradicción con la competencia por la obtención de recursos. Hay que hacer una gestión muy virtuosa de esa articulación entre competencia y cooperación. Si escarbamos en esto nos lleva inevitablemente a un cambio de paradigma.

No quiero parecer infantil con esta postura tan romántica, pero me parece de rigor estudiar los territorios desde donde se emiten los enunciados; nunca desde una posición frontal con el mercado pero sí valorando qué posibilidades y relaciones se establecen en los distintos espacios y estrategias expositivas que emanan del mismo. Es decir, tener en cuenta cómo el arte puede operar y desplegarse en un adentro o en un afuera de los sistemas de puesta en valor del capital.

«El modelo productivo en el cual el creador, encerrado en su buhardilla, trabaja esperando que el empresario viniera a llamarle a la puerta, está obsoleto (Robles)»

Con todo ello, he de decir que tanto Ponce como Robles eran conscientes desde qué situación concreta hablaban de sus experiencias con el arte contemporáneo. El nombre de Expósito —como artista, investigador, docente y ahora congresista por En comú podem— apareció en la conversación, y sirvió para poner nombres y apellidos a aquellas prácticas que se escapan de las cadenas que impone el capital y se deslizan fuera de los muros de las instituciones museísticas como quintaesencia de la cultura que, irónicamente, es incapaz de formar ciudadanos ilustrados y críticos.

Robles nos habló de las relaciones actuales entre artista y galería. Nos previno al asegurar que era obsoleto un modelo productivo propio de la modernidad en el cual el creador, encerrado en su buhardilla, trabaja esperando que el empresario viniera a llamarle a la puerta. «Establecer lazos es clave»», apuntilló Raquel. Es muy cierto que ahora el artista ha de crear relaciones fuera del cascarón que supone su encierro en el taller. Es fácil pensar ahora en el cambio de paradigma, en la transformación del trabajo que supone el posfordismo. Si en el sistema fordista existía una hegemonía productiva basada en la fábrica —o en el taller como el caso que nos ocupa—, ahora la producción requiere un desplazamiento hacía otros sectores más sociales e inmateriales, basado en la movilidad y la flexibilidad, integrando la inteligencia, la comunicación y el poder de la información. Ya sabemos que, en un proceso globalizante, la separación entre valor de cambio y valor de uso es abismal, casi definitiva. «Todo lo sólido se desvanece en el aire». Ahora bien, hay que tener en cuenta que estas relaciones profesionales que operan en un adentro de la puesta en valor del capital se basan en la competencia. No obstante, como nos explica Expósito, si cambiamos la competitividad por la cooperación, podemos desligarnos de las férreas lógicas del mercado. Al cooperar los posibles sentidos del arte se desencadenan y multiplican con mayor potencialidad (pienso en la efervescencia del 15M). Existe cierto carácter democrático en aquellas propuestas artísticas o en sus modos de producción que se ponen al servicio de construir aquellas cosas que el dinero no garantiza y que justamente el neoliberalismo arrebata.

Para Negri, un arte que opera en un afuera generaría solidaridades y un lenguaje común, a través de la actividad artística que se pone a circular por la mente de todos aquellos sujetos expuestos a la experiencia estética

Nos surgen varias preguntas en esta disyuntiva: ¿Arte o mercado? Frente a esta inmaterialidad circulante, ¿cómo podría el mercado del arte encajar su función crítica, de apertura cultural capaz de crear espectadores emancipados? Y lo que es más importante, ¿cómo podría salir el arte, tanto su exposición como su producción, de ese atolladero que vacía su potencia reduciéndola a un precio? Antonio Negri es claro al respecto: «La reproductibilidad de la obra de arte no es vulgar sino que constituye una experiencia ética: ruptura de la nulidad existencial del mercado. El arte es el antimercado en tanto que pone la multitud de las singularidades contra la unicidad reducida a precio»[3].

De esta manera, para el filósofo, un arte que opera en un afuera generaría solidaridades y un lenguaje común, a través de la actividad artística que se pone a circular por la mente de todos aquellos sujetos expuestos a la experiencia estética. Un arte que circula y no se posee, sin lugar, ni dueño, ni beneficio más allá de generar comunidades que ponen en práctica un proceso de liberación para un mundo que corre el riesgo de asfixia.

Para terminar me gustaría retomar unas imágenes preciosas de prácticas artísticas en Nuit Debout. En la primera, un anónimo (por lo menos yo desconozco si hay autor) escribe con los proyectiles lacrimógenos la frase «estado autoritario» en una zona de la manifestación. (Con lo dicho anteriormente nos toca ahora repensar como se desplegaría ese mismo dispositivo dentro de una galería).

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La siguiente imagen, la he cogido del muro de Facebook de Amador Fernández-Savater y algunos la han llamado «la noche de las luciérnagas». Corresponde a un momento en el que la policía requisó las ollas de comida y el ayuntamiento apagó las luces de la plaza. La respuesta devino en un aparato estético de gran belleza. Un montón de voluntarios trajeron lucecitas para poder iluminar. «Esta noche la plaza estaba brillando, como si fuésemos luciérnagas». Que metáfora tan perfecta. Entendemos ahora por qué aquellos manifestantes en el aniversario del 15M se tiraban de los pelos con el plató de Ana Pastor en medio de la plaza, vomitando miles de vatios al maquillaje de los actores políticos del régimen representativo, como imágenes caducas y edulcoradas frente a lo que realmente está ocurriendo. Por estas razones podemos decir que el trabajo liberado en la práctica artística es el que mayor potencia desencadenante ofrece para todo esto que ocurre entre los cuerpos y las plazas. Sin duda, una vez más, nos encontramos en una difícil encrucijada para el arte, el activismo y el mercado.

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Desde esta reflexión lanzo la pelota a Semiramis González, la siguiente comisaria que sucede a Guardiola. He de prevenirla públicamente de que las chicas de ECI, después de tanta charla de salón burgués, tanta contemplación y tanto ensimismamiento con cuadros colgados en la pared (todos geniales), tienen muchas ganas de pasar a la acción. Ignoramos de momento cómo conseguirán Semiramis y sus artistas elegid@s romper los muros de nuestra casa. Lo que sí sabemos es que lo hará con nuestra ayuda.

¡Os mantendremos informadas!


 

[1] Para Franco Berardi (Bifo) «el mediactivismo es la acción autónoma de los productores semióticos liberados de las cadenas de la sumisión al trabajo. La nueva generación ha adquirido competencias de producción semiótica, técnica, informática, comunicativa, creativa, que el capital quiere someter a su dominio. Pero los productores semióticos pueden organizar sus competencias por fuera del circuito de la producción capitalista y pueden crear espacios de autonomía de la producción y también de la circulación cultural. Los centros sociales, las radios libres, los blogs alternativos, la televisión de calle (TV comunitaria) son esos espacios de autoorganización del trabajo semiótico» http://www.lavaca.org/seccion/actualidad/1/1675.shtml (15/06/2016)

[2] Berardi, F., Félix Narración del encuentro con el pensamiento de Guattari, Cartografía visionaria del tiempo que viene, Buenos Aires, Captus, 2013. (página 48)

[3] Negri, A. Arte y Multitudo Nueve cartas seguidas de Metamorfosis, Madrid, Trotta, 2016. (Página 42)