El 23 de abril de 2009 el periódico Chicago Tribune publicó la siguiente esquela:
Nacida en Francia y residente en Chicago durante 50 años, murió en paz el lunes. Segunda madre para John, Lane y Matthew. Un alma libre que tocó de forma mágica las vidas de todos los que la conocimos. Siempre preparada para dar un consejo, una opinión o echar un mano. Crítica de cine y fotógrafa extraordinaria. Una persona realmente especial a quien echaremos mucho de menos pero cuya larga y maravillosa vida celebramos y siempre recordaremos.
Vivian Maier, la mujer que había cuidado a esos tres niños hacía treinta años en una mansión de Chicago, había muerto dos días antes en su apartamento a los 83 años. La nanny a la que tres hermanos habían rescatado in extremis de la indigencia alquilando para ella una casa, no dejaba ni hijos, ni amigos ni familia por el camino. En definitiva, una vida con más pena que gloria que abandonaba este mundo en la más absoluta discreción. Pero Vivian se llevaba a la tumba un enigma jamás resuelto. Un secreto que guardó a cal y canto durante toda su vida en un trastero abandonado.
«Hice una selección a partir de las imágenes que ella misma había copiado» (Anne Morin, comisaria)
Con el fondo en amarillo el selfie en blanco y negro de Vivian atrapa la mirada de quien alza la vista. Un enorme cartel ondea en la fachada de la Fundación Canal de Madrid con el título Street Photographer, anunciando una exposición que tan sólo reúne 120 fotografías (pocas si tenemos en cuenta los más de cien mil negativos que existen) la mayoría en blanco y negro, y 9 películas caseras Super8 que abarcan desde la década de los cincuenta hasta los setenta en las ciudades de Nueva York y Chicago. La comisaria de la exposición y directora de diCHroma Photography, Anne Morin, explica que, a diferencia de la exposición de Barcelona o la anterior en la galería Bernal de Madrid, esta tiene un carácter retrospectivo: «Hice una selección a partir de las imágenes que ella misma había copiado, porque dejó unas cinco mil fotos que había impreso en su laboratorio de Chicago. He seguido las pautas que dejó».
Un centenar de imágenes que bien podrían confundirse con la espontaneidad de los juegos infantiles de Helen Levitt, la energía violenta de William Klein, el humor de Henri Cartier-Bresson, la curiosidad de Diane Arbus o el gesto de Alfred Eisenstaedt o de Robert Doisneau. Todos ellos fueron grandes fotógrafos del pasado siglo, reconocidos, premiados, venerados.
Pero no. El niño que posa con las mangas de la camisa remangada y tupé recién peinado es obra de Maier; la niña con la cara sucia, ojos cansados y un reloj de hombre probablemente encontrado en la basura es obra de Maier; el delicado perfil de una mujer prêt-à-porter con guantes hasta el codo entrando en un taxi; un quiosquero echando una cabezada entre pilas periódicos; la mujer armenia peleando con un policía en la East 86th Street; todas son obras de Vivian Maier y han visto la luz a raíz de una extraordinaria casualidad.
Por 400 dólares, Maloof había comprado sin saberlo el secreto de Vivian Maier
La serendipia quiso que el jovencísimo John Maloof, residente en Chicago, comprara en una subasta de su barrio un trastero embargado por impago. En su interior había decenas de cajas de cartón llenas de fotografías, más de 120.000 negativos, maletas descascarilladas, películas caseras de 8 y 16 milímetros, cientos de cartas y postales, recortes de periódicos, recibos, cintas de cassette, cámaras de fotos, sombreros, camisas con estampado de flores, sobres de fotografías para revelar con un «Please, nice work» escrito a mano… Por 400 dólares, Maloof había comprado sin saberlo el secreto de Vivian Maier.
Hay magia en estas imágenes. Hay arte, hay enigma. Comienza así la historia del documental Finding Vivian Maier
El encuadre, el gesto, el rostro, la sombras y la luz son perfectos. En opinión de Anne Morin, la fotografía de Vivian Maier «es generalmente inscrita en los street photographer, un género americano, pero creo que tiene mucho de la fotografía humanista francesa que ella bien conocía porque había visto la exposición en el MOMA en 1955 que reunía a más de 260 fotógrafos. En su obra hay sentido del humor, hay ironía, hay una cultura europea que no se conoce en el ámbito de la street photography americana». Hay magia en estas imágenes. Hay arte, hay enigma. Comienza así la historia de Finding Vivian Maier, un documental realizado por Maloof y nominado a los Premios Óscar 2015, en un intento por descifrar quién era esa mujer que alternaba su trabajo como niñera y discreta fotógrafa. Pocos datos se sabían de ella, apenas algún registro oficial que demuestra que era hija de dos exiliados judíos: ella, Maria Jaussaud, francesa, él, Charles Maier, austríaco. Los dos huyeron de la Europa fascista y llegaron como tantos otros miles de personas a una Nueva York por hacer. La pequeña Vivian nacía el 1 de febrero de 1923 en el Bronx en medio de una pobreza generacional. Una década después de su nacimiento, su padre desaparece del mapa y madre e hija sobreviven en casa de otra fotógrafa, Jeanne Bertrand, quien tenía cierto renombre en la ciudad de Connecticut.
Con 28 años Vivian regresa de uno de sus viajes de Francia a Nueva York en el barco De Grass con una cámara Kodak Brownie. Le siguen cinco años como niñera en Southampton y otros tres en Chicago. Cambia de ciudad, de familia, de niños, pero siempre lleva su boina raída, abrigos, chaquetas y faldas demasiado grandes para su cuerpo, botas militares y su inseparable, literalmente, cámara Rolleiflex colgada al cuello.
«Creo que ella tenía la intención de pasear y fotografiar las zonas donde se podía sentir cómoda, identificada» (Anne Morin, comisaria)
Durante treinta años Vivian vive a través de su cámara. El clic, como en la canción Picture Book de los Kinks, se vuelve un juego obsesivo: retratos de niños jugando en la calle, sin techo retorcidos en una esquina, ricachonas con abrigos de piel paseándose, detalles de maniquíes desarmados, fachadas decadentes, pobres, ricos, negros, blancos. Tal y como escribe Anne Morin, Vivian se identificaba con las zonas pobres: «Creo que ella tenía la intención de pasear y fotografiar las zonas donde ella se podía sentir cómoda, identificada. Muchas veces retrata a gente que se parece a ella, personas que no son dignas de tener identidad, gente que pasa desapercibida».
¿Pero por qué sólo para tus ojos, Vivian? Aún no hay respuestas a este enigma y quizá sea mejor así
Nada ni nadie se le escapa. Ni tan siquiera ella misma. Su castillo de privacidad se derrumba frente a un espejo, un reflejo, su sombra en el suelo, un autorretrato en el que parece concederse un instante de libertad, de verdad íntima consigo misma. No hay juicios externos, nadie mira. «En sus retratos, hay algo muy potente: fotografía a gente como ella. Hay una especie de comunión entre ellos dos. La imagen de Vivian también se refleja en el otro y viceversa, hay un autorretrato en los mismos retratos que realiza», apunta Morin.
Sus imágenes se dan de bruces con el género humano, con sus debilidades, sus miserias, su humanidad, la sorpresa, la teatralidad, el rechazo y siempre son auténticas, vibrantes, bellas. Vivian se recrea en el acto mismo y simple de fotografiar. ¿Pero por qué sólo para tus ojos, Vivian? Aún no hay respuestas a este enigma y quizá sea mejor así. Nadie comprende por qué Vivian no enseñó sus fotografías a nadie, por qué forzaba su acento francés, por qué se hacía llamar Miss Smith, por qué exigía un cerrojo en su habitación cuando trabajaba de niñera, por qué acumuló recortes de asesinatos y violaciones sin control, por qué huía del contacto físico, por qué Vivian Maier nunca quiso mostrarse al mundo.
Sobre la gestión de la obra de Vivian, Morin apunta con mucha prudencia que «es una cuestión muy delicada. Efectivamente Vivian no quería ser fotógrafa ni vivir de ello. La única cosa que nos está diciendo a gritos a través de cada una de las fotografías es un “yo aquí y ahora estoy construyendo mi propia identidad ya que durante mi vida me ha sido denegada”. Como dice una amiga mía, “le estáis dando una bellísima vida después de su muerte”». Es probable que Vivian hubiera huido de la exposición pública de su obra y de su vida. No lo hubiera permitido, a pesar de que «abandonó a su buena suerte toda su obra en un trastero. Esta es la clave de su historia», como dice Anne Morin. «Si realmente Vivian no hubiera querido que se encontraran sus imágenes, creo que las hubiera destruido. No creo que fuera una casualidad», concluye.
¿Será el egoísmo humano, la necesidad de la belleza, lo que nos mueve a querer más de Vivian, a asaltar su castillo por el tenebroso placer de descubrir el misterio de quién fue? Una mujer que nunca fue madre pero lo fue para muchos, que se aisló del mundo pero pateó las absorbentes calles de Nueva York, que guardó obsesivamente su identidad para ser, a pesar de todo, admirada por la Historia de la Fotografía. La mujer que nunca quiso ser fotógrafa y al final, lo fue.