En febrero de 2016, Yanis Varoufakis presentaba en Berlín el proyecto DiEM25 (Democracy in Europe Movement 2025), un movimiento político «democrático, paneuropeo y transfronterizo». Frente a las diversas crisis (deuda, banca, pobreza, baja inversión y migración) que atraviesan el continente, y como una manera de afrontar la desintegración de la unión, la misantropía y el ascenso de la xenofobia y el nacionalismo tóxico, DiEM25 se proponía construir una Europa democrática desde un proyecto internacionalista.

En julio del año pasado, con tan solo año y medio de existencia, uno de los miembros de su comité asesor, el filósofo italiano Franco ‘Bifo’ Berardi, presentaba su carta de dimisión: «Hemos confiado en que Europa podría superar su historia de violencia, pero es momento de reconocer la verdad: Europa no es nada más que nacionalismo, colonialismo, capitalismo y fascismo. (…) El nazismo es la única forma política que corresponde al alma de los europeos», declaraba. Bifo escribía esta carta en respuesta a la actuación de la Unión Europea ante la crisis de los refugiados, comparando los campos de refugiados levantados a orillas del Mediterráneo con los campos de concentración creados por el nazismo: «Auschwitz en la playa». La reiteración de la historia del continente —«cinco siglos de colonialismo, capitalismo y nacionalismo»—, se muestra para Bifo como cíclica, y por lo tanto síntoma de una violencia que ha pasado a ser estructural, irreparable. La naturalización que trae consigo la repetición ha conseguido que el alma de los europeos se haya convertido en la violencia misma, haciendo finalmente imposible un proyecto democrático.

A lo largo de los últimos años, hemos presenciado el resurgir del fascismo en Europa con una nueva versión de las antiguas derechas nacionalistas, que han llegado a convertirse en una realidad presente dentro de los Parlamentos y del tejido político y social de los países del territorio europeo. Una situación que, sin lugar a dudas, va en aumento. El Frente Nacional en Francia, Jobbik en Hungría, Amanecer Dorado en Grecia, el Partido de la Libertad en Austria, los Demócratas de Suecia, el nativista Partido Popular Danés, la Liga Norte en Italia, los Verdaderos Finlandeses, el PVV en Holanda, AfD en Alemania, Prawo i Sprawiedliwosc en Polonia… Ante tal panorama parece razonable pensar que este renacer responda a esa violencia que Bifo identifica como endémica, originada en el mismo centro del ser (del existir como) europeo.

 

Una lógica de las supervivencias

Solo unas décadas atrás, a mediados de los 70, Pier Paolo Pasolini hacia una valoración similar en El artículo de las luciérnagas («Il vuoto del potere» o «L’articolo delle lucciole»), en su caso acerca de la desaparición del espíritu popular. Recordaba Pasolini en el texto una imagen de su juventud en la que, en los campos que rodeaban a la ciudad de Roma, las luciérnagas conformaban una comunidad luminosa que emitía señales para comunicarse. Al tiempo de escribir, Pasolini señalaba cómo la contaminación las había hecho desaparecer durante la década previa. De igual manera, la industrialización ocurrida en los años 70 en Italia estaba terminando con la diversidad de las culturas particulares, y por lo tanto borrando todo rastro de humanidad, de comunidad, de solidaridad. Debido a la mutación del capitalismo, la «comunidad de luciérnagas» desaparecia y, respectivamente, lo hacía la capacidad de los pueblos de emitir señales en la noche para comunicarse entre ellos. La máquina totalitaria del poder amenazaba la «vocación antropológica por la supervivencia» y con ella la capacidad de resistencia política.

Pasolini ante la tumba de Gramsci, 1970. Fuente: Wikicommons.

En su libro Supervivencia de las luciérnagas, Georges Didi-Huberman entraba en diálogo con este juicio de Pasolini. Comienza recordando la relación establecida por Dante en su Infierno: «En el seno del infierno, en el foso de los “consejeros pérfidos”, se agitaban las pequeñas luces de las almas malvadas, bien lejos de la gran y única luz prometida en el Paraíso». Pero este universo se ha invertido, continua Didi-Huberman. Ahora el infierno está bien iluminado, y allí sus «políticos turbios» están sobreexpuestos, gloriosos bajo la luz emitida por la pantalla de la «sociedad del espectáculo». Mientras, las almas del pueblo se han convertido en las pequeñas luces que tratan de escapar de la amenaza. Pequeñas luces que emiten leves destellos pese a todo, como luciérnagas. En este nuevo orden de cosas, la cultura «no es ya lo que nos defiende de la barbarie». La luz absoluta del infierno ha hecho imperceptibles sus resplandores, convirtiéndose en «el medio mismo en el que prosperan las formas inteligentes de la nueva barbarie». Si la cultura ya no está en manos del pueblo, ¿qué puede el pueblo? ¿Ha sobrevivido la capacidad de resistencia política que Pasolini daba por perdida?

Didi-Huberman, siempre optimista, dirige nuestra mirada hacia esos parpadeos que emiten las luciérnagas, y nos regala así un canto al futuro; un lugar para el pensamiento desde el que enfrentarnos a la desesperación. Las luciérnagas no han desaparecido, solo se han movido a otro lugar adonde no las hemos seguido. Pasolini solo había dejado de identificar las señales emitidas entre los pueblos. Para poder verlas es necesaria una mirada especial, un «juego dialéctico de la mirada y de la imaginación», dice Didi-Huberman recordando a Benjamin. Si observamos de manera apropiada, el pensamiento encuentra la forma de revelarse y de generar un más allá de lo ya pensado. En ese momento queda libre de la violencia ejercida por las sociedades de control y puede generar una realidad nueva a través de la imaginación. En otras palabras, en ese momento las imágenes generan una ruptura o un cambio en el sistema de codificación de los signos que determina nuestra comprensión de la realidad. Destellos de libertad del espíritu, quizás diminutos, pero que no dejan de ocurrir, solo desaparecen de nuestra vista. Esta es la lógica de las supervivencias.

Las luciérnagas no han desaparecido, solo se han movido a otro lugar adonde no las hemos seguido

La violencia asola el territorio y el imaginario político europeo, es innegable. El discurso de la identidad nacional, cuyas consecuencias Europa aún debería recordar, ha reaparecido. De cara al futuro, es imprescindible reflexionar sobre el fascismo y dilucidar si se trata de huellas en el cuerpo, o del cuerpo mismo. Para tal labor, propongo seguir la lógica de las supervivencias y así evitar caer presa de la clausura de la imaginación que trae el derrotismo: ver el presente como anuncio del horror venidero, y el futuro como continuación de la infamia del presente. Empecemos por el mismo gesto de renuncia de Bifo, que a priori parecía consecuencia de dicha clausura.

Varoufakis respondía a Bifo a través de otra carta: «Escribías una espléndida y oportuna carta “J’accuse” a los europeos, como un europeo verdadero, recalcitrante y harto. Y al hacerlo has ofrecido a Europa una pequeña, diminuta, pero importante oportunidad de salvar su alma». Varoufakis encontraba un destello: si Bifo (cuyo ser es irremediablemente europeo) manifiesta su desprecio hacia aquello en lo que Europa se ha convertido, es porque esta aún es capaz de crear pensamiento democrático y, por lo tanto, de ser algo «otro» no originado en la violencia: de ser pueblo.

El pasado septiembre Bifo volvía a escribir. Una última carta sobre el futuro del DiEM25. Como primera acción política necesaria, proponía «preparar lo imprevisible»: «hacer visible aquello que ahora no somos capaces de ver (…) más allá del apocalipsis que domina y oscurece nuestra visión». O lo que es lo mismo, poner en marcha la mirada dialéctica que, como ya hemos dicho, es un juego con la imaginación.

La presente desestructuración de Europa ha convertido la inmigración en centro de atención de todas las agendas políticas

Pocos previeron lo que ocurría en los campos de concentración del nazismo; aquella era una realidad sin imágenes. El régimen se preocupó de ocultar el verdadero objetivo de los campos controlando los registros fotográficos, y la capacidad de imaginar (de poner imagen) de la población no tenía referentes suficientes para dar rostro a la barbarie. Ahora, los campos de refugiados en el Mediterráneo están creados para invisibilizar a los ojos de los votantes la violencia allí ejercida. No son transparentes y apenas hay imágenes en la prensa. En nuestro presente, la imagen es quien determina lo cognoscible y, por lo tanto, aquello que se escapa a nuestra mirada sencillamente no existe. La diferencia es que ahora sí contamos con imágenes de las expresiones máximas de violencia, estamos advertidos por la historia. Desde este planteamiento, la comparación de Bifo toma otra dimensión. A diferencia de Pasolini, Bifo no habla desde el pesimismo, sino a través de un uso performático de las palabras y de las acciones que otorga una imagen a la presencia opaca de los campos del mediterraneo. Activa un espacio de nuestra imaginación y, con él, da presencia a lo que nos ha sido ocultado. Lanza un destello, genera una resistencia para el pueblo —o una supervivencia por seguir con las palabras de Didi-Huberman— que nos ayuda a sobrevivir pese a todo.

Clases de teatro en Katsikas. Fotografía de María Torán.

 

Imágenes desde el feminismo, «resplandores» para Europa

La obsesiva defensa de las políticas neoliberales por parte de la Unión Europea y las subsiguientes crisis derivadas de ellas han engendrado la desconfianza (ese llamado euroescepticismo) entre los ciudadanos europeos. Además, los procesos de desterritorialización implícitos en estas políticas económicas han roto nuestra conexión con los mapas simbólicos, dejando afectada la construcción misma de identidad. Como consecuencia, la población europea ha quedado a merced de la angustia y de la necesidad de rearraigo, caldo de cultivo más que apropiado para la vuelta del fascismo y los discursos nacionalistas.

Al igual que en el fascismo clásico, las nuevas ultraderechas europeas pretenden una protección de las diferencias culturales específicas y de los modos de vida basados en el colectivo de la nación, articulada en retóricas xenófobas y racistas. Prometen reparar la precariedad cada vez más flagrante de la existencia apelando a signos míticos de pertenencia, en vez de resolver políticas para la satisfacción de los derechos fundamentales. Una mera distracción. No obstante, como apunta Boris Groys, hay una importante diferencia entre los movimientos fascistas clásicos y esta nueva derecha nacionalista europea: mientras que los primeros eran agresivos y expansionistas (buscaban el establecimiento de un orden universal), la nueva derecha se presenta como un acto de repliegue: es defensiva y proteccionista. Como decíamos, la presente desestructuración de Europa ha otorgado espacio a argumentos xenófobos y racistas, y la inmigración (cuya máxima expresión vemos cada día en las costas del Mediterráneo) se ha convertido en centro de atención de todas las agendas políticas.

Sin embargo, el origen del conflicto parece ser más profundo. El mismo Groys señalaba en Art Power cómo lo que tradicionalmente se ha asociado a los valores europeos (respeto por los derechos humanos, democracia, tolerancia al otro y apertura a otras culturas) son en realidad valores universales. Ello supone una paradoja que habita en el núcleo mismo del ser europeo: Europa, entendida como único garante de dichos valores, solo puede definirse negando la legítima posesión de estos a todas las demás culturas. Parece una conclusión lógica, entonces, deducir que una Europa democrática no puede darse en una Europa que sigue definiéndose de tal manera. Si queremos un futuro democrático, es urgente reformular el ser europeo respecto del mundo, dejando atrás ese entendimiento eurocéntrico del «reparto de lo sensible», empleando términos de Ranciere.

La potencia del feminismo radica en la rearticulación de nuestro lenguajes y nuestra realidad al generar imágenes de realidades antes invisibles

Busquemos por lo tanto —pese a todo— un lugar desde donde definir una subjetividad que reconcilie el ser uno y en el mundo de una manera ecológica con todas las culturas, que articule la diversidad a través de un proyecto común. Recordemos que en la tradición del pensamiento político europeo no solo se han dado el liberalismo y el nacionalismo. Recuperemos un entendimiento internacionalista del ser. Sigamos la lógica de las supervivencias y pensemos que la solidaridad en la que se basa el pensamiento socialista ha sobrevivido, en algún lugar, y se encuentra emitiendo destellos.

Para el futuro de Europa, aspiramos a construir un proyecto transfronterizo, independiente de las sujeciones económicas o identitarias que los actuales sistemas de gobierno proponen. Hoy día, ningún proyecto de izquierda parece estar capacitado para capitalizar el descontento en forma de proyectos de futuro. Es necesario que busquemos alternativas en otras formas del lenguaje que rompan la oposición maniquea entre la derecha y la izquierda. Quizás en el feminismo podemos encontrar un atisbo de lo que podría ser nuestro punto de partida.

La revolución de las mujeres es la lucha histórica por derrocar el régimen patriarcal a través de la defensa de una democracia radical. Su dimensión y sus objetivos hacen que esta afecte a todos los sujetos, atravesando de diferentes maneras las condiciones que determinan nuestras identidades (bien sean estas de clase, origen étnico, género, etc). Se trata entonces, por definición, de un movimiento transfronterizo, que afecta a la población mundial en su totalidad. Es la solidaridad misma puesta a trabajar en aras de conseguir una empatía universal incondicional.

A día de hoy, el feminismo es un lugar desde donde crear una colectividad que desarticule constantemente la creación de alteridad. Su potencia radica en la rearticulación de nuestros lenguajes y nuestra realidad al generar imágenes de realidades antes invisibles dentro de las sociedades capitalistas y patriarcales (por ejemplo, al hacer visibles las cifras de agresiones o asesinatos de la violencia de género). Estas imágenes componen nuevas dialécticas desde las que proponer nuevas formas de ser, y por lo tanto, desde donde pensar una Europa más allá de Europa.

«Marine Le Pen: el verdadero voto feminista». Fuente: Reddit.

Por supuesto, este es un camino que no está exento de desvíos. En los últimos años hemos visto cómo el feminismo ha pasado de zonas culturalmente marginales a formar parte del sistema global de información, permitiendo que cada vez más personas se identifiquen con él. Sin embargo, esta diseminación ha traído consigo la apropiación del término por parte de las lógicas capitalistas de la esfera de la información, poniendo a trabajar al feminismo al servicio de proyectos radicalmente antagónicos ideológicamente. Así, nos encontramos con discursos pretendidamente feministas dentro de las diferentes derechas nacionalistas europeas y de los programas políticos neoliberales, que amenazan con despolitizar la lucha deformando el contenido de la palabra misma al adaptarla a sus consumidores. Digamos que le otorgan imágenes, y con ellas significados, que no le corresponden. Un futuro feminista no puede darse junto a discursos totalitaristas basados en el racismo y la xenofobia. Tampoco junto al fomento de la diferencia que impulsa el neoliberalismo económico, que pone las diferencias al servicio de la explotación económica capitalista. En ambos casos el feminismo caería en una contradicción, convirtiéndose en algo monstruoso.

De cara a afrontar la paradoja de Europa y pensar nuevas formas de ser a través del feminismo, es necesario que seamos conscientes de los riesgos que conlleva este rapto, y de que un día puede que su significado haya dejado de estar tan claro. Tendremos que recordar entonces que la fuerza de la solidaridad no desaparece, solo se mueve de lugar. Tendremos que evitar caer en el pesimismo que asolaba el espíritu de Pasolini y buscar, como Bifo, resplandores, imágenes desde las que recuperar la solidaridad.

 

*Imágen de portada: #documentaSceptic, obra de Thierry Geoffroy. Proyecto desarrollado durante Documenta 14 para cuestionar el evento.