«Las ONG tienen más influencia, dinero y capacidad que nunca para mejorar los lugares a los que acuden. A la vez, su imagen se encuentra en el peor momento de su historia debido a los abusos de unas pocas y a los descuidos de otras tantas», confiesa el periodista David Jiménez, en un intento de explicar la paradoja de las organizaciones no gubernamentales de la que fue testigo durante su estancia en Asia en 2006.

En los últimos años hemos visto aumentar exponencialmente el número de organizaciones de emergencia que acuden en masa a diferentes catástrofes naturales y crisis humanitarias, dada la posible financiación y la presencia de medios de comunicación. La crisis de refugiados en Grecia, particularmente, ha atraído a miles de voluntarios y de trabajadores humanitarios, así como una multiplicidad de ONG de diferentes nacionalidades y sectores, que se unen a esta causa para paliar las necesidades en los campos desprovistos de cualquier servicio.

Ese es el caso del campo de Katsikas, una ventana al complejo mundo de la acción sobre el terreno. En marzo de 2016 se puso en marcha un plan para descongestionar las islas griegas y se distribuyeron a los refugiados en diferentes campos en Grecia continental. Katsikas, situada al noroeste de Grecia y a dos horas de la frontera con Albania, es un pueblo montañoso de la región de Ioannina no muy conocido fuera de sus fronteras. En abril, este campo contaba con 1.200 refugiados, la mayoría sirios, kurdos e iraquíes, pero también afganos y palestinos, ubicados en un antiguo aeropuerto militar.

A su llegada, los servicios mínimos eran escasos, los baños y duchas insuficientes y sucios, y en las tiendas de campaña, sus habitantes dormían sobre un suelo de piedras puntiagudas por la falta de camas. Además, hasta el comienzo del verano las lluvias fueron casi diarias y no había ni agua caliente ni calefacción. Katsikas era, para muchos, «el peor campo de Grecia».

Al aire de las montañas.

Al aire de las montañas. Fotografía de María Torán.

Varias ONG internacionales llegaron rápidamente al campo para paliar estas necesidades, pero enseguida se vieron desbordadas por la falta de servicios básicos e incapaces de poner en marcha sus proyectos. Entre las ONG que trabajan en Katsikas (y que pude observar durante mi estancia entre julio y agosto de 2016), encontramos varias españolas, como Olvidados (la primera ONG en llegar al campo), Pangea y A.I.R.E (Asociación Integral de Rescate en Emergencia), o la sueca LightHouse Relief, una organización que empezó su labor en Lesbos al comienzo de la crisis. También están presentes grandes organizaciones como ACNUR, OXFAM, Médicos sin Fronteras (que actualmente se ha retirado de Grecia salvo para los servicios psiquiátricos) y Médicos del Mundo.

Sin duda, la situación de los refugiados en este campo ha mejorado desde marzo. Estas organizaciones han hecho posible el desarrollo de muchas instalaciones, como almacenes de ropas o un colegio y un espacio para mujeres. También han mejorado la gestión y la organización del campo, poniendo en marcha, por ejemplo, proyectos para abastecer de suplementos alimentarios a niños y madres embarazadas.

No se puede negar que el afán y el trabajo de los actores humanitarios presentes han hecho de Katsikas un lugar mejor donde, a pesar de las condiciones todavía indignas de las personas que viven allí, se pueden notar condiciones mucho mejores que en otros campos del país. Sin embargo, la buena voluntad de los individuos y sus ganas de ayudar no son siempre sinónimo de buen trabajo.

Volver a ser un niño.

Volver a ser un niño. Fotografía de María Torán.

El reto de trabajar juntos

En Katsikas, pude observar el azote de uno de los grandes problemas actuales en la acción humanitaria: la falta de cooperación y de coordinación entre las diferentes organizaciones. El campo de refugiados de Katsikas debería ser un caso práctico de libro para todos los profesionales de la acción humanitaria.

Tradicionalmente, las ONG trabajan de manera muy independiente y, como consecuencia, pocas veces han trabajado conjuntamente sobre el terreno, por lo que no tienen costumbre de coordinar sus acciones con otras ONG, organismos internacionales o fuerzas militares.

El terremoto de Haití en 2010 es un claro ejemplo de estos problemas. Según, Pierre-Jean Roca, profesor de SciencesPo Burdeos y antiguo trabajador en la crisis del terremoto de Haití, la ayuda humanitaria en esta crisis fue catastrófica.  Esto fue, en parte, debido a la falta de coordinación de la ayuda, la competición entre ONG por las donaciones económicas y su preocupación por marcarse más éxitos que los demás.

El verdadero obstáculo sigue siendo la falta de difusión de la información entre los diferentes actores

Juguete de acero oxidado.

Juguete de acero oxidado. Fotografía de María Torán.

En este contexto, y con el fin de armonizar la ayuda humanitaria, se creó en 1997 el Sphere Project, un acuerdo para desarrollar los estándares mínimos de asistencia humanitaria. El objetivo principal de este proyecto era aumentar la calidad de la asistencia y mejorar la rendición de cuentas del sistema humanitario en respuesta a los desastres. Sin duda, el mayor logro de este proyecto fue la publicación del manual Humanitarian Charter and Minimum Standards in Disaster Response, un texto que debería servir de base de acción para todas las organizaciones que afirmen integrarlo.

En esta guía se explican cuáles son las formas operacionales de la buena gobernanza en las crisis humanitarias. Uno de los puntos desarrollados es la importancia de la creación de clusters (agrupaciones) sectoriales en el terreno para mejorar esta situación de caos entre las diferentes organizaciones.

Aunque vemos avances en el reconocimiento de este problema, su puesta en práctica es aún una tarea pendiente. Es cierto que en el campo de Katsikas, se ha integrado la costumbre de mantener reuniones semanales entre todas las organizaciones del campo para compartir impresiones, ponerse al día de los diferentes proyectos y problemas del momento e intentar buscar soluciones. Pero tales reuniones se ven como algo forzado en el que los actores se guardan información y crean más rencillas entre los organismos, minando las posibilidades y ventajas del trabajo en conjunto. El verdadero obstáculo sigue siendo la falta de difusión de la información entre los diferentes actores.

Tony recordando a Aylan.

Tony recordando a Aylan. Fotografía de María Torán.

El monopolio de la información: la posesión del poder

«La información es poder», explicaba David Hume, y así la usan las diferentes organizaciones, en detrimento de los refugiados, mareados por las afirmaciones no contrastadas que les llegan de diferentes voces y que sólo generan confusión.

Un claro ejemplo de esto, fue lo que ocurrió en Katsikas cuando, tanto refugiados como organizaciones, se dieron cuenta que era necesario encontrar un lugar alternativo para pasar el invierno. En la región donde se encuentra Katsikas, antes de la llegada del invierno llueve abundantemente, las temperaturas alcanzan los -15 ºC y se puede llegar al metro y medio de nieve. Estas condiciones hacen impensable que los habitantes del campo puedan seguir en tiendas de campaña en los meses de frío. ACNUR estaba buscando una solución a este problema y, aun así, tras muchas demandas por parte de pequeñas ONG y de los refugiados para obtener información sobre dónde iban a pasar el frío invierno del noroeste de Grecia, no parecía haber ninguna respuesta concreta.  El silencio, así como la incertidumbre de no saber qué iba a ser de ellos y de sus familias en los próximos meses, aumentaron la frustración de los refugiados hasta provocar una manifestación de éstos en la plaza del pueblo de Katsikas. El discurso de algunos actores sobre el terreno con respecto a esta situación fue el rechazo a ACNUR y criticarlos por no estar haciendo su trabajo ni buscando alojamiento para el invierno.

Clases de teatro.

Clases de teatro. Fotografía de María Torán.

La realidad era, sin embargo, muy diferente. Una fuente anónima de dentro de ACNUR, afirma que mientras en el campo de Katsikas se decía que ACNUR no estaba haciendo su trabajo, éstos estaban intentando renovar 11 edificios para alojar allí a todos los refugiados tras la llegada del invierno. El problema principal que se planteaba, y que se plantea todavía, es que la comunidad local no quiere tener una casa de refugiados en el vecindario y la mayoría de los hoteles (el hospedaje en hoteles también se utiliza) no quieren tener huéspedes refugiados.

Existe cierta lógica competitiva entre las ONG, que parecen enfrentarse entre ellas para tener el monopolio del conocimiento

A pocas horas de mi llegada al campo ocurrió algo que me impactó sobremanera. La coordinadora de voluntarios de la organización nos presentó las instalaciones, y al cruzarnos con trabajadores de ACNUR sus palabras fueron: «Estos son de ACNUR, si os piden ayuda para dar información sobre el programa de reubicación, no se la deis, lo único que hacen es mentir y dar falsas esperanzas». así empezó mi primer día en el campo de refugiados de Katsikas, entrando de lleno en la batalla campal de las organizaciones.

Por una parte, muchas ONG en el campo rechazan a ACNUR por ser una agencia de la ONU, y de la misma manera a las demás organizaciones internacionales. Esta posición provoca que las opiniones políticas se sobrepongan a la acción humanitaria, aún cuando la Declaración Universal de los Derechos Humanos debería ser el único código de conducta, al margen de principios ideológicos. Por otro lado, las organizaciones internacionales, cansadas de esta falta de profesionalidad por parte de algunas ONG, no comparten como deberían la información acerca de sus acciones. De esta manera, se esfuma cualquier expectativa de cooperación y se refuerza el círculo vicioso de la competición.

Desde lo que yo pude observar, existe cierta lógica competitiva entre las ONG, que parecen enfrentarse entre ellas. Como si quisieran ser las únicas en tener el monopolio del conocimiento; las únicas en poder ponerse galones en sus uniformes, sin dejar que otras ONG, quizás con mayor competencia y experiencia en ciertos sectores, compartan sus triunfos, pudiendo alcanzar mejores resultados. Esta competición puede llegar a causar daños colaterales, como la mala praxis, la incapacidad de puesta en marcha de proyectos y, muchas veces, el empeoramiento inconsciente de la situación. Todo esto va en contra del principio de Do No Harm, regla básica a la que están sujetas todas las organizaciones habiendo firmado la carta humanitaria Sphere, que consiste en evitar la exposición de las personas a daños adicionales como resultado de sus acciones.

Lluvias en la casa de los Yazidi.

Lluvias en la casa de los Yazidi. Fotografía de María Torán.

De competición a coordinación

¿Qué se puede hacer para acabar con la lógica competitiva entre ONG? «Es necesario luchar contra el déficit de información mediante la observación de los actores y sus acciones. Una solución sería la creación de un observatorio que analizase a los diferentes agentes sobre el terreno, así como quienes son los más aptos en cada situación», explican Antonio Zurita Contreras y María José Vázquez de Francisco en las conclusiones de un debate sobre «El eterno reto de la coordinación. Cooperación descentralizada, ONG y Administración Central», en el libro La universalidad cuestionada: debates humanitarios en el mundo actual.

Por lo tanto, a parte de los clusters o reuniones de coordinación, no solo es necesaria la incorporación de instancias descentralizadas de las diferentes ONG en las negociaciones entre organizaciones, sino que en las reuniones de coordinación deberían estar representadas todas las organizaciones, tanto pequeñas ONG como grandes organizaciones Internacionales. La consecuencia de que las pequeñas ONG hagan reuniones para coordinar sus acciones y que solo se reúnan con las grandes para negociar o echar en cara ciertos comportamientos es precisamente lo que resulta en esta dinámica de guerra entre ellas.

Espacio de mujeres.

Espacio de mujeres. Fotografía de María Torán.

Asimismo, compartir la información y aumentar la transparencia entre todas las ONG es fundamental para poder gestionar de manera correcta las diferentes acciones y utilizar el material de forma eficiente. Parece que todavía cuesta comprender que las donaciones de las que dispone el campo son por y para los refugiados, y deberían ser utilizadas por todas las organizaciones de manera indiscriminada en beneficio de estos. Hoy, tenemos la suerte de contar con las nuevas tecnologías que nos permiten recibir y enviar información en tiempo real. Dichas tecnologías de la comunicación deben ser integradas como instrumento esencial de coordinación en el terreno.

Otro problema son las situaciones de amiguismo, largas burocracias y enemistades políticas, que suelen estar más presentes en las sedes que en el campo. El terreno debería ser un lugar de entendimiento donde cada organización llevara a cabo tareas para sí misma y para otras organizaciones en función de lo que mejor sepan hacer y donde tengan mejor competencia. Para ello, las herramientas de las que disponen las organizaciones, como las cartas de acción humanitaria, les permiten llevar a cabo una labor más profesional priorizando la situación de los refugiados, y son por lo tanto un instrumento indiscutible.

La coordinación y cooperación entre ONG sobre el terreno requieren, por lo tanto, una serie de disposiciones, como la existencia de un órgano directivo de coordinación que haga consenso y que sea respetado por todas las organizaciones. Para esto, es necesario mejorar la formación de los agentes y elegir a los más cualificados para ocupar el puesto de la coordinación de todas las organizaciones. La educación es nuestro mejor aliado. La creación de altos cargos de la acción humanitaria e individuos con grandes competencias en este sector por parte de las universidades es esencial para acercarse lo máximo posible al consenso a la hora de resolver el caos humanitario.

Atardecer sobre el campo de Katsikas.

Atardecer sobre el campo de Katsikas. Fotografía de María Torán.