Thriller social o documental-comedia, la película ¡Gracias jefe! no es fácil de definir. Se trata de una película híbrida entre diferentes géneros estéticos, entre el mundo del cine y el de la acción política. Su historia parecía adaptarse más al tipo de documental destinado a ser proyectado en festivales de documentales alternativos, bastante exclusivos y poco concurridos. Sin embargo, ¡Gracias jefe! llegó a ser considerada como una de las inspiraciones de la Nuit Debout, el movimiento social que revolucionó Francia.
¡Gracias jefe! es una iniciativa de la revista satírica Fakir, con base en Amiens (ubicada en Picardie, una región tradicionalmente industrial del norte de Francia) y conocida en los entornos alternativos de la izquierda sindical y asociativa del país. Con un director, François Ruffin, y poco más de 40.000 euros de presupuesto avanzados por los lectores y seguidores de la revista, logró alcanzar un público de más de 500.000 espectadores en Francia. La productora Compacto decidió entonces adquirir los derechos de distribución y traerla a España, donde se estrenó la semana pasada.
Una fábula de clase
La historia que cuenta la película es, ante todo, la de dos rostros simbólicos de una Francia en plena desindustrialización: la familia Klur y el millonario Bernard Arnault.
A pesar de su carácter aparentemente exagerado, la situación de la familia Klur, desgraciadamente, no tiene nada de ficticia: después del cierre de la industria textil local, los dos miembros de la pareja perdieron su empleo. Empieza entonces una espiral de empobrecimiento para la familia: no encuentran trabajo, la comida escasea, las facturas se acumulan y, después de un accidente de coche en el que su hijo daña un todoterreno, se ven amenazados de desalojo por no poder pagar la indemnización al dueño del coche. Esta es una historia demasiado frecuente, tanto en Francia como en España, la de una familia de obreros que trabajaron toda su vida y que, por una multa sin pagar u otro gasto inesperado, terminan perdiendo su casa. Pero Serge Klur tiene un plan: destruir la casa para que al menos los banqueros no se queden con todo el fruto de su trabajo durante años. Ante esta situación, el periodista François Ruffin y su equipo proponen otra solución: vengarse del dueño de la empresa de la que fueron despedidos para sacarle el dinero necesario y así pagar sus deudas.
Para Ruffin y los Klur no se trata simplemente de vengarse del banquero ni tampoco del jefe de la industria que cerró, sino de la compañía de productos de lujo más grande del mundo: LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy) y su dueño Bernard Arnault. Arnault compró sus primeras acciones de LVMH en 1987 y puso en marcha un plan de management que posicionó a la empresa en la cumbre de los negocios de lujo a nivel internacional. Por aquel entonces se comprometió a lograrlo sin romper el pacto social y sin deslocalizar industrias como la del pueblo de los Klur, Poix-du-Nord. La internacionalización del grupo fue un éxito pero Arnault incumplió su promesa: gran parte de la producción fue relocalizada en países del este y fue cuando la fábrica del pueblo de los Klur cerró.
Todos sabemos que lo más importante para una empresa de moda y de lujo es probablemente su imagen. Más que vender ropa, LVMH propone vender un sueño y la imagen de un mundo fantástico, sin visibilizar demasiado todos los detalles prosaicos sobre las condiciones de producción. Es ese mundo de los ricos que viven sin tener que avergonzarse de su riqueza ni apiadarse de los pobres obreros el que François Ruffin quiere sacar a la luz con ¡Gracias Jefe! En la película, este mundo de lujo se alterna con la desolación de las ciudades desindustrializadas, las patatas fritas y el queso maroille típico de la región de Picardie. Cuando el telón de la fábula se cierra queda una imagen: la alianza de los obreros, intelectuales y militantes, una combinación indestructible frente al Gran Capital.
De la estética a la acción colectiva
El guión de ¡Gracias jefe! lo tenía todo para ser otro documental de denuncia contra el capitalismo. Un documental así mostraría la vida real de los obreros de esta zona y trataría de dar el punto de vista de los propios habitantes, de darles la palabra y mostrar su día a día. El público muy probablemente sentiría compasión hacia los Klur y volvería a casa con tristeza o con indignación frente a esa sociedad injusta.
El objetivo del director, sin embargo, es otro. No se trata de dar una lección ni tampoco de apenar al público. Al contrario, lo más importante ya no es educar sino motivar a través de la risa. El propio Ruffin lo expresa en una entrevista para Libération: «Políticamente la denuncia ya no funciona. (…) En vez de despertar, una lluvia de catástrofes puede tener un efecto de aplastamiento. Se trata más bien de abrir caminos para la esperanza, de sacar a la gente de la resignación. Es mi principal batalla».
No se trata de dar una lección ni tampoco de apenar al público. Al contrario, lo más importante ya no es educar sino motivar a través de la risa
El orden de prioridad cambia en esta película respecto a la mayoría de los documentales comprometidos políticamente. Lo primero es el humor, precisamente porque el mensaje político puede ser incluso más comunicable y eficaz a través del humor. Por otro lado, el humor tiene un efecto positivo en la agrupación de las personas que se ríen de forma colectiva, pero también un efecto de estigmatización o de exclusión del objeto de la burla. Ruffin es plenamente consciente de este mecanismo y por eso juega con ello. Como indica el título, el objeto de la burla aquí es el dueño de la empresa. Siguiendo la tradición de la comedia francesa como la de Molière, François Ruffin da una cara única y visible a cada grupo social. Los Klur representan a la clase trabajadora, mientras que el propio Ruffin representa a los intelectuales. Pero el personaje principal sigue siendo Bernard Arnault como representante de los dirigentes capitalistas. A pesar de que su imagen nunca aparece en la película, protagoniza la película a través de las máscaras y las camisetas con su cara.
Como decía, tanto por su historia como por su forma cinematográfica, la película plantea una postura política bastante original. ¡Gracias jefe! no se contenta con revelar una realidad social sino que decide actuar sobre ella. La intriga de la película no es ficticia ni solamente estética sino que es un reto de lucha de clases y de supervivencia para los Klur. El documental se sale de su papel descriptivo o revelador para actuar sobre la realidad de esta familia, convirtiendo la propia producción de la película es una mezcla de acción política en sí misma o incluso en una performance artística.
Sin embargo, aunque en la película se consigue el objetivo inicial —salvar a los Klur— una acción política necesita de un mayor impacto. ¿Qué hay de los demás compañeros de los Klur y de los obreros de las demás fábricas? ¿Qué hay de la gente que sufre los mismos problemas en el resto de la sociedad? Y, finalmente, ¿por qué los Klur y no el resto?
Si la película pasó de la acción concreta al estreno, le toca ahora al público cerrar el ciclo y hacerla pasar del estreno a la acción política
La película parece dejar sin respuesta este dilema. La solución del problema de Klur se funda en una estrategia exclusiva, en una mentira que solo puede funcionar una vez y para un caso individual. ¿Sería el caso de los Klur, pues, una victoria única e irrepetible? ¿Cómo se puede extender a otros casos?
Para resolver esta aparente contradicción es necesario cambiar la perspectiva. Al final, ¡Gracias jefe! nos invita a ir más allá de su propia historia. La película no señala una receta mágica para avanzar en la lucha de clases, o al menos la receta no es el engaño mismo, sino que intenta por encima de todo responsabilizar y motivar al público: si la película pasó de la acción concreta al estreno, ahora le tocaría al público cerrar el ciclo y hacerla pasar del estreno a la acción política.
La primera acción sería pues la de la alianza entre diferentes grupos sociales para generar una correlación de fuerzas favorable. El segundo punto no es una acción sino una manera de actuar: si ganar nos hace felices hay que ver también que la alegría y el humor son claves para ganar. El equipo de la revista Fakir hizo más que grabar la vida y la acción de una familia de obreros. Dió a luz a una criatura. Esa criatura tiene un grito, una mezcla de llamada a la acción política y de pasión positiva, que recuerda al Sí se puede de los movimientos sociales españoles.
Un aviso cinematográfico: de los Klur a las plazas de la Nuit Debout
La estrategia de distribución fue pensada como un plan de batalla con un objetivo claro: asaltar el país con una película. El plan constó de dos etapas. Un año antes del estreno nacional en febrero de 2016, se lanzó una campaña de proyecciones en pequeñas salas de asociaciones, de partidos de izquierdas y de sindicatos. Se trataba de comprobar la reacción de los militantes, de ver si se apropiaban del proyecto para que ellos mismos difundiesen la película en sus centros de trabajo, en sus organizaciones y en sus barrios. La prueba funcionó y el boca a boca entre militantes permitió a la película agrupar a más de 500.000 espectadores, sin contar las proyecciones informales en centros de trabajo, plazas ocupadas por las Nuit Debout, asociaciones y barrios.
En una segunda etapa se aprovecharon de las proyecciones en los cines del país para generar debates. En muchas proyecciones, simpatizantes locales de Fakir intervenían al final para lanzar y moderar un debate, vender la revista o invitar a representantes de organizaciones de izquierda. La idea era aprovechar la energía generada por la película para crear un debate y para que los espectadores no volviesen a casa sin compartir sus impresiones.
Nuestra convicción es que tenemos que hacer de ¡Gracias jefe! un fenómeno para que, por fin, ocurra algo (F. Lordon)
Muy pronto, la energía acumulada en las salas de cine desbordaba la discusión artística sobre el documental. Se hablaba de la izquierda en Francia, de sus fracasos y de sus potencialidades. Se hablaba de la victoria de los Klur y se soñaba con la idea de una extensión de esa victoria al resto del pueblo. Se decía que si se podía ganar al millonario Bernard Arnault con un engaño y una sola familia, entonces se podía ganar al gobierno de François Hollande y a todos los demás Bernard Arnault. Ese ambiente de emulación intervenía en un contexto bastante propicio para la movilización: el gobierno acababa de anunciar su reforma laboral y una parte importante de la sociedad francesa tenía ganas de luchar después de cuatro años de liberalismo de izquierda y sin una sola amplia movilización social. El 8 de febrero se organizó una proyección un tanto especial: en la sala Olympe de Gouges –llamada así en honor a la revolucionaria feminista de 1789– se reunieron cientos de personas, una banda de música y los actores políticos más importantes de la izquierda francesa (desde Jean-luc Mélenchon hasta el filósofo y economista Frédéric Lordon pasando por el equipo de Le Monde Diplomatique). Lordon resumió la situación en los siguientes términos:
«Estábamos pensando que no podíamos dejar a la gente volver a sus casas como baterías llenas de electricidad […]. Nuestra convicción es que tenemos que hacer de ¡Gracias jefe! un fenómeno para que, por fin, ocurra algo, para que ocurra algo más importante que la película misma.
¿Qué iniciativa podemos lanzar? ¿Una huelga general, ocupar una plaza, otra cosa? Ya veremos. Os damos una cita para el 23 de febrero en la Bolsa del Trabajo porque al estar más gente, tendremos más ideas. Si nosotros levantamos la cabeza, ellos pueden caerse».
Pocos días después, el 23 de febrero de 2016, cientos de personas respondieron al llamamiento. Pero ya no se trataba de una proyección de ¡Gracias jefe! sino de traducir en una propuesta concreta la energía acumulada por la película: había que salir del cine y pasar a la acción.
Los participantes de la reunión del 23 de febrero propusieron lanzar un llamamiento a desbordar la manifestación contra la reforma laboral del 31 de marzo convocada por los sindicatos. En pocos días esa idea logró agrupar a más de 200 personas. En la manifestación se distribuyó un panfleto con el siguiente texto: «No volveremos a casa, ocuparemos la Plaza de la República [de París] y la llenaremos de debates, de música, de comida y de una proyección de ¡Gracias jefe!».
El 31 de marzo se produjo un desbordamiento político: la gente decidió quedarse la noche entera en las plazas ocupadas, y el día siguiente, y el otro… hasta ocupar la plaza de la República durante más de cinco meses y extender el movimiento a otras ciudades del mundo. En los momentos de más movilización, hasta 390.000 personas llegaron a pasar la noche en la plaza. La participación de la gente en la Nuit Debout sobrepaso tanto a las expectativas iniciales de los organizadores como a la idea de una sola noche de debates, convirtiéndolo en un movimiento social. Las proyecciones de ¡Gracias jefe! fueron frecuentes en los inicios de las ocupaciones de plazas en toda Francia y se convirtió en un elemento distintivo de estas ocupaciones que anhelaban hacer algo y encontrarse con otros que tuvieran esa misma inquietud. ¡Gracias jefe! solo fue el detonador de algo mucho más fuerte y grande que él.
Desbordamiento e interpretaciones de la película
Ese desbordamiento, provocado y deseado por el equipo de Fakir, fue constitutivo del lanzamiento del movimiento Nuit Debout. Tanto para la realización y distribución de la película como para el proyecto de la Nuit Debout el equipo de Fakir se basó en un principio bastante claro: «si el proyecto es pertinente políticamente, habrá gente dispuesta a apropiarse de la idea y lanzarlo, así que vale la pena», nos comenta Johanna Silva, miembro de Fakir y responsable de la difusión de la pelicula. Y eso es exactamente lo que ocurrió. La gente se apropió tanto del proyecto y del mensaje de ¡Gracias jefe! que se difundió sin el control de la revista.
Esa relación generó, sin embargo, ciertas tensiones. Algunos medios de comunicación de izquierdas e incluso participantes del movimiento vieron a François Ruffin y a su equipo como unos padres reticentes a permitir que sus hijos se independizasen. En uno de los debates después de una proyección, por ejemplo, varios espectadores criticaron cierto paternalismo en la relación de Ruffin con los Klur: daba de ellos una imagen de personajes pasivos y se posicionaba a sí mismo como director de conciencia.
Todo este debate permitió al mismo tiempo plantear una discusión central en la izquierda en Francia: el papel de los militantes y de las organizaciones. La película y el movimiento Nuit Debout pusieron al centro del debate la cuestión de la participación ciudadana, de la necesidad de estrategias inclusivas y del riesgo del paternalismo.
¿Qué queda, pues, de toda esta experiencia social? Hoy, la movilización social que ocurrió durante el verano ya no existe. Sin embargo, quedan nuevas redes entre militantes y se han unido nuevos militantes, pero queda sobre todo la idea de que existen alternativas a la política económica dominante y gente para defenderlas. El equipo de Fakir también continúa sus acciones. Su última campaña es contra el periódico de Bernard Arnault, Le Parisien, que rechazó la oferta de Fakir de que incluyesen publicidad de ¡Gracias jefe!
La esperanza volvió a la izquierda francesa, al menos durante un verano, pero las perspectivas ante las elecciones de 2017 no son tan positivas. Ruffin comenta que «frente al fracaso de los partidos de izquierda, había dado por perdidas las elecciones del 2017. Existen sin embargo en nuestro entorno unos cambios bastantes rápidos: en el Reino Unido con Corbyn, en España con Podemos o en Estados Unidos con Sanders… Pero para 2017 es todavía un poco corto».
Un monstruo es algo sorprendente por sus capacidades, es algo que tiene una forma sobredimensionada pero es también –como los monstruos de la mitología griega– un aviso celeste. ¡Gracias jefe! tiene algo de esto; pasó de ser un documental de bajo presupuesto a un éxito cinematográfico y el motor de un movimiento social. Un monstruo de esperanza.