A poco que se repase la historia reciente de España, se podrá ver que Galicia ha sido uno de los principales kilómetros cero de su política contemporánea. Fue en Galicia donde por primera vez, en 1981, AP logró dar el sorpasso a UCD, anticipando quien sería el gran partido del centro derecha de los últimos 35 años. Fue, del mismo modo, en Galicia, donde, por primera vez, una opción de izquierda plural, nacida de abajo a arriba, que no era ni el PSOE ni el tercer partido (en el caso, el BNG), lograba dar la campanada y el sorpasso al tercero, anticipando lo que después ha sido Podemos.
Valdría la pena dar un repaso a la historia reciente de Galicia, y a cómo se han ido transformando los vectores (que diría Iñigo Errejón) de la política española desde el noroeste de la península. Valdría la pena, asimismo, analizar cómo han sido y son los procesos políticos de aquel territorio, para sacar algo de luz sobre lo que puede pasar a medio plazo en la política española.
Empecemos por la izquierda: a comienzos de los 80, en pleno momento de predominio del PSOE, se logró un gran acuerdo entre las fuerzas nacionalistas y de izquierdas para dar lugar a un frente amplio, capaz de canalizar todo el nacionalismo de tradición republicana y socialista (que no era poco, vistos los resultados del Partido Galeguista y la ORGA durante la II República). Dicho frente recibió el nombre de Bloque Nacionalista Galego. A diferencia de otras organizaciones, el frente nació y quiso ser un instrumento de abajo a arriba. Como explica Xosé Manuel Beiras en la reciente recopilación de ensayos O proxecto común da nación galega (Laiovento, 2016), se quiso organizar un instrumento político que actuase como una gran carpa que acogiese a todas las organizaciones. Una gran carpa sin paredes, capaz de acoger a todos, al estilo de la gran carpa «inter-peñas» de las fiestas del Pilar de Zaragoza (este gráfico ejemplo aragonés es mío): sin perjuicio de que cada peña tuviese su local, se articulaba una carpa común en la que el peso relativo de cada peña o grupo político fuese proporcional al del número de miembros que aportaba, pero sin dominio de una parte sobre otra.
«Fue en Galicia donde Pablo Iglesias pudo comprobar cómo era posible la irrupción de un nuevo agente político que canalizase la indignación»
Evidentemente, para que esto funcionase haría falta una gran generosidad y un mínimo riesgo por parte de las diferentes peñas, sobre todo por parte de las más grandes, que tienen que asumir una cierta pérdida de control (a eso se refieren cuando hablan de generosidad en la formación de coaliciones). Articulada la gran «carpa», se confiaba en su capacidad de expansión más allá de los grupos que han dado lugar a la misma, admitiendo miembros a título individual no pertenecientes a las peñas fundadoras. El tiempo le dio la razón a este planteamiento: el BNG creció exponencialmente hasta cierto momento (municipales de 1999) en que comenzó su declive. Un declive que Beiras atribuye al cambio de modelo: de un sistema de «carpa abierta», se pasó a uno de círculos concéntricos en el que un grupo (la Unión do Povo Galego, el partido más fuerte dentro del frente, con peso parecido al del PCE dentro de IU) o bien un centro de gravedad institucional (gobiernos, o el grupo parlamentario en la oposición) era el círculo interior, y la militancia el círculo exterior, que se supeditaba a este. En este esquema, que pasaba a dominar la organización de arriba abajo, la militancia de base disminuía considerablemente su capacidad de influencia y, por tanto, su entusiasmo.
En ese contexto de caída del BNG y sometimiento del mismo a un sistema más jerárquico, Beiras sale de la política, y empieza un tiempo dedicado a la reflexión y la formación, con abundantes charlas por todas partes («polo pais adiante», dirá él). Fue entonces cuando percibió una verdadera sed de un movimiento popular que canalice la indignación. Y es recogiendo esa indignación, siguiendo un esquema similar al del BNG original, como se promueve, en las elecciones gallegas de 2012, la conocida como Alternativa Galega de Esquerdas, una coalición integrada por Anova (la nueva fraternidad de beiristas salidos del BNG), IU, Equo y Espazo ecosocialista. A dicha campaña acudió como asesor de campaña, a costa de IU, un joven profesor de la Complutense llamado Pablo Iglesias. Y fue ahí donde éste pudo comprobar cómo era posible la irrupción de un nuevo agente político que canalizase la indignación. El corresponsal de La Vanguardia en Galicia, Anzo Lugilde, relató al detalle este encuentro en su libro De Beiras a Podemos, la política gallega nos tempos da troika (2012-2014) (Praza- Meubook, 2014).
Lo que ha pasado después es de sobra conocido: Podemos prende a nivel nacional, el modelo de carpa abierta o partidos instrumentales es copiado por todas partes (con gran éxito en Madrid, Barcelona, Zaragoza, Santiago, Coruña y Cádiz), y se dibuja un nuevo mapa de partidos. Un nuevo mapa en el que los viejos partidos no terminan de desaparecer, y así hemos visto el pasado otoño una capacidad de resistencia sorprendente por parte del BNG.
Simultáneamente, en la derecha, el proceso de progresiva suma y absorción de grupos que disputaban el espacio al PP tuvo en Galicia mucha más enjundia que en otras partes: hasta la llegada de Fraga, coexistían los restos de la UCD, Centristas de Galicia, Coalición Galega, grupos independientes…con el PPdeG, que fue absorbiendo a los demás partidos mediante una macroestructura popular incomparable en el resto de España. La «gran carpa», en versión conservadora. Un partido que repartía miles de raciones de empanada en el Monte do Faro (Chantada, centro geográfico de Galicia), en romerías de partido tipo PNV, donde Aznar se comprometió a bailar una muñeira si llegaba a la Moncloa (otra promesa incumplida).
Curiosamente, en su reciente visita a Galicia para presentar una de las ponencias del Congreso del PP, Soraya Sáenz de Santamaría aprovechaba para recordar que el PP «se hace de abajo arriba» y criticar el funcionamiento jerárquico de Podemos.
Creo que nadie puede dudar que la manera de funcionar del PP es más jerárquica y más tendente al sometimiento concéntrico de círculos desde la Moncloa hacia los alrededores que un movimiento popular donde los sectores de la militancia tengan peso. Pero también es cierto que el PPdeG es mucho más «popular» que el PP central, y no en vano hay una diferencia de 5 puntos entre los resultados en Galicia de Rajoy, y los de Nuñez Feijóo.
«Si se quiere suscitar un movimiento que canalice la indignación se debe hacer de abajo arriba»
¿Podemos sacar alguna conclusión válida para el resto de España de cara a los próximos años? Al menos estas tres:
- En cuanto a modelo organizativo, si se quiere suscitar un movimiento que canalice la indignación o cualquier otro estado de pensamiento de relevancia política, se debe hacer de abajo arriba. Para ello hace falta que haya un poso de esa tendencia en la sociedad, y que los que quieran lanzarse a dicho proceso tengan opciones reales de participar en partidos instrumentales, carpas abiertas…estructuras acogedoras. De no ser así, de ser un mero sistema de círculos concéntricos de arriba abajo, la decepción no tardará en llegar (¿acaso no le está pasando esto a Podemos?), y las escisiones tampoco.
- Ahora bien, estos nuevos movimientos deben saber que llegan a un campo abonado de reglas y costumbres previas. Se deberán enfrentar entonces al reto de ser capaces de combinar su frescura inicial con las exigencias del medio en que van a actuar. De las dificultades que encuentren en este proceso sacarán partido los partidos tradicionales, que podrán sobrevivir de la inexperiencia de los nuevos: el electorado demanda cierta solidez, no basta la novedad líquida, y así es como muchos viejos partidos resistirán, como el PSdG- PSOE o el BNG.
- Paralelamente, los viejos partidos habrán de combinar su «ley de hierro de la oligarquía» (gráfica expresión de Michels que ha dado lugar a un libro reciente de Negro Pavón [Encuentro, 2014]) con un enfoque en el que «tiren los muros» de los círculos concéntricos con los que están acostumbrados a funcionar, para propiciar una gran carpa. Si no lo hacen, tal vez no surjan movimientos alternativos, pero si una abstención dura, que votará a veces sí y a veces no (como la diferencia entre Rajoy y Feijóo dentro del mismo territorio).
El panorama político es una compleja selva donde resulta complicado abrir líneas claras que permitan comprenderla. La contraposición entre el esquema jerárquico (de círculos concéntricos de arriba abajo) y el popular (de carpa abierta de abajo a arriba), permiten comprender parte del proceso político reciente, en el que Galicia ha sido, al menos dos veces, kilómetro cero del sistema de partidos.