El rugir de los timbales, furioso,

Nos lleva de la mano

Hacia lo que nos supera a nosotros, bandidos.

 

Nos tiembla el entendimiento,

Pero no hay mueca más allá de la barbilla

Con los ojos cerrados, nos vamos.

 

Atracciones de papel en un parque de mayores,

La hierba mojada es nuestro colchón.

Pepitas de chocolate para merendar,

Quién nos mandaría ir sin agua…

 

Patalean los tambores,

Las muecas empiezan a bailar,

Las carcajadas llenas de swing,

Y los pájaros se unen,

Traen consigo las maracas.

 

Todos alrededor de la mesa

Con patas de césped,

Los cinturones abrochados,

—«Bienvenidos a bordo»—

No hay hora en estos corazones,

—De nuevo, «Welcome on board»—.

 

Viaje que rompe y cose la capa

De ozono

Reinas de la luna, cortada

Por la mitad, nos sirvió de cúpula.

Refugio de nuestra energía,

Energía supra lunar.

 

Las bicis despidieron sus ruedines,

La lluvia nos supo a río, a Amstel,

Mejor que nunca,

Y el sol, como nosotras,

Ajeno a sus horarios por esta vez,

Salió, salió como la voz de un arpa sin estrenar.

 

Nos miramos, con los ojos bañados en sinceridad,

Unos húmedos y otros  contemplando.

Conscientes de la realidad,

La misma que siempre pero, despeinada, ajena a las facturas

(bonito despeinarse en ocasiones).

 

En nuestra atemporalidad,

No entran números,

ni de cuentas bancarias ni de valores añadidos,

Ni de presidarios sin caminos.

 

En esta caja musical cabía

la inocencia del poeta recién nacido,

la rica salsa cubana,

el giro de los molinos holandeses

y el olor a naranja recién exprimida.

 

El verde seta encontró la paleta de colores, los miró todos

Sin hacer uso de su córnea.

Un loro asemejándose a una fila de arcoíris.

 

Mudamos de la hierba a la arena,

De la lluvia al sol y de la luz a la noche,

y de la Chouffe a la caipiroska, y de Anna Frank al Corcovado.

Volamos de Amsterdam a Ipanema.

 

Dejamos de planchar tanto las palabras antes de ponérnoslas

Y sin pensar,

Nuestras emociones se traducían solas.

Ni San Salvador Dalí podría pintarlas, fue algo más natural.

Jarabe de palo consiguió acercarse tres pasos más,

Lo cantaba todo bonito,

Todo nos parece bonito.

 

Un flash para inmortalizar lo que nunca tuvo fecha de caducidad.