En 1913, aparece publicado el volumen Por el camino de Swann, el primer libro de los siete que constituyen la ambiciosa obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido. Al comienzo de la novela, su autor nos relata la manera en la que el sabor de un trozo de magdalena fue capaz de trasladarle, mediante la evocación, a un momento de su infancia en casa de su tía en el que probó un bocado del bizcocho mojado en infusión. Sesenta años después, Luis, el protagonista de la película La prima Angélica, evoca a Proust en su casa familiar de Segovia. La relación no es baladí, puesto que el argumento de la película es en sí un ejercicio de rememoración. La película, realizada en 1973, es un ejemplo de aquel cine nuevo y rompedor que por entonces se estaba produciendo en España a pequeña escala. El productor Elías Querejeta, figura clave de este movimiento, se encargó de promover con su productora a directores que por entonces se estaban iniciando en este arte y que con el paso del tiempo acabaron convirtiéndose en auténticos pesos pesados. Sin duda, uno de los enfants terribles más mimados por el productor fue Carlos Saura. De entre todas sus colaboraciones, tal vez La prima Angélica sea una de las más interesantes debido a su peculiar forma de narración.
La historia de La prima Angélica es la historia de un regreso. Un regreso no solo físico o espacial, sino también temporal. Tras muchos años de ausencia, Luis decide volver al lugar en el que pasó los veranos de su infancia en compañía de sus tías, su abuela y su prima. Lejos de sus padres, Luis debía enfrentarse a una nueva atmósfera, caracterizada por una ideología conservadora en contraposición a la progresista en la que había sido educado por parte de su padre, republicano. El choque entre las dos partes de la familia, unido a elementos opresivos generados por la religión, la política o los profesores del colegio en el que se forma, generaron en él recuerdos —en algunos casos traumáticos— que, en el momento presente, permanecerán vivos en su memoria. Ahora, al reencontrarse con aquellos lugares por los que transitó tiempo atrás, estos recuerdos son recreados tal y como sucedieron. Los momentos de realidad serán invadidos por los de la evocación (o invocación), hasta que ambos planos lleguen a confundirse. Los rostros de los personajes que acogen a Luis a finales de los años sesenta serán apropiados por él para construir, en su fantasía, a aquellos otros con los que convivió treinta años antes. Así, el espectador asiste a la repetición de una serie de hechos que ocurrieron tiempo atrás y que el protagonista vivió y almacenó en su memoria. Luis asiste a esta repetición desde su edad adulta, a pesar de que los personajes del pasado le traten como a un niño, es decir, como a la persona que fue en aquella época. El regreso al lugar donde acontecieron estas experiencias resulta fundamental para poder revivirlas.
La música de la película, cuyo responsable fue el prestigioso compositor Luis de Pablo, resulta también un elemento evocador. Sirva de ejemplo la llegada de Luis a la casa familiar, cuando comienza a subir las escaleras del portal a piso, mientras se escucha el tema Dolor, pieza pianística del Padre Donostia. Esta pieza de corte folclórico debía de ser interpretada al piano por su tía cuando este era niño (tal vez con asiduidad, o quizá simplemente es recordada por el protagonista con mayor intensidad que otras). Otro momento musical que juega en este mismo sentido se encuentra en la copla Rocío (compuesta por León y Quiroga e interpretada por Imperio Argentina) que suena en una grabación de la época de la infancia de Luis. Este recurso es empleado en otras películas de Saura, como El jardín de las delicias (1970) con la canción Recordar, y cuyo argumento trata precisamente de la rememoración.
Uno de los elementos más polémicos del film es aquel en el que se reencuentra con su prima Angélica. La historia nos da a entender que tuvieron un pequeño idilio siendo niños y que, en la actualidad, ambos siguen enamorados. Luis transita entre estos dos momentos de la persona a la que ama: la del pasado y la del presente, puesto que en el momento de su infancia él nunca se manifiesta en apariencia física infantil, sino que siempre mantiene su imagen adulta aunque su personalidad sea la de un niño. Al espectador puede resultarle confusa esta imagen de adulto-niño cuando Luis revive los momentos que pasó con ella, siendo ambos pequeños. Sin duda, en aquel amor imposible tuvo que ver la enemistad entre los padres de Angélica y los de Luis debido a las cuestiones ideológicas ya mencionadas (recordemos la imagen impactante de el brazo escayolado del padre de la niña, aludiendo al brazo en alto fascista). Con el paso del tiempo, quizá sea este sentimiento afectivo, que ha continuado permaneciendo en ambos, el más verdadero de todos aquellos a los que hemos asistido respecto de los otros personajes. A lo largo de la película, nos vamos sintiendo identificados con el protagonista y con su mirada hacia ese mundo incomprensible y absurdo en el que vivió y en el que vive, puesto que en la actualidad todavía perviven retazos de aquel pasado en el contexto social, ya que al tratarse de una época tan reciente dentro de nuestra cultura, resulta común que continúen generándose debates acerca de esta memoria histórica.
Podríamos decir que el personaje de Luis es en sí una metáfora del individuo que ha perdido su contexto. Como ya explicó Tzvetan Todorov en El hombre desplazado (1996), el individuo acaba perdiendo su identidad al dejar de pertenecer a un lugar concreto. El filósofo alude a su caso personal al retornar a su lugar de origen, Bulgaria, después de haber pasado gran parte de su vida en Francia, su país de adopción. Del mismo modo, Luis regresa, como un Homero anhelante de su Ítaca, a una Segovia que ya no es la que dejó tiempo atrás: las personas, las costumbres y su propia mirada hacia las cosas han cambiado. Él mismo ya no es quien fue, pues todas esas experiencias pasadas le han marcado y ha cambiado mucho. El que, tras toda una vida, no haya sido capaz de superar el enamoramiento con su prima, le convierte en una persona peculiar y nos hace reflexionar acerca del peso que ese contexto social tendría en él. Aquellas circunstancias, las que le acompañaron a lo largo de su vida, fueron las que condicionaron su evolución y actual personalidad. Lo que convierte a La prima Angélica en una película de referencia es la universalidad que posee a la hora de tratar la cuestión humana; el individuo no es tan sólo el resultado de una combinación genética, sino que a su vez es el total de una suma de vivencias que han tenido lugar en un contexto, en una educación, una cultura y entre unos semejantes con los que compartirlas.