EL VIZCONDE DEMEDIADO
ITALO CALVINO
Traducción: Esther Benítez
Siruela
Madrid, España. 2013 (96 Págs.)
En algún momento del siglo XVII, durante tiempos de guerra y epidemia, el vizconde de una de las más nobles familias del Genovesado, Medardo de Terralba, y su escudero Curzio se unen al ejército cristiano para batallar contra los turcos en Bohemia. Entusiasta e inexperto, había entrado en guerra solo para complacer a ciertos duques.«Tenía —nos cuenta el autor— la edad donde los sentimientos se mezclan en un confuso impulso». Pero de modo casi inmediato, en ese campo dantesco, sembrado de cadáveres desmembrados, entre una nube de moscas zumbando sobre la montaña de muertos, una bala de cañón le da en el blanco, partiéndolo simétricamente de cuello a entrepierna. De esta desafortunada lesión, el vizconde se convierte en dos personas. La mitad derecha, Gramo (el malo), y la mitad izquierda, Buono (el bueno). El primero, tirano y rufianesco, vive en un castillo aterrorizando a la población a través de actos tan crueles como gratuitos, y el otro, en el bosque, como un asceta, ayudando a los más humildes y convalecientes a través de insólitos actos de altruismo. Como nos hace querer entender el narrador, ambos extremos por sí solos resultan perjudiciales. Sólo el amor hacia una misma mujer, la pastorcilla Pamela, podría, gracias a la fuerza unitiva del Eros, regresar a las dos mitades antagónicas al justo equilibrio.
El cronista de esta nouvelle es un niño, el sobrino del vizconde, que ofrece una perspectiva del relato lleno de matices. No se tarda en comprender que la fúnebre hilaridad es un elemento incondicional. Por ejemplo, cuando Calvino se refiere a la nodriza Sebastiana, leemos: «había amamantado a todos los jóvenes de la familia Terralba, y se había ido a la cama con todos los más viejos, y había cerrado los ojos a todos los muertos». Los pasajes donde el estilo elegante y verboso del autor de Palomar corresponden a aquellos puestos a merced de la invención más pura y surreal. No escasean los ejemplos. Según rumores, en una aldea no muy lejana donde vive el vizconde, llamada Pratofungo, donde residen únicamente leprosos, allí sus pobladores tocan extraños instrumentos inventados por ellos: «arpas de cuyas cuerdas colgaban muchas campanillas, y cantan en falsete, y pintan huevos con pinceladas de todos los colores como si fuera siempre Pascua». El libro en su integridad está horadado por todo tipo de episodios derivados de ese impulso frenético por inventar. Se ramifica en núcleos creativos y expansivos en el hilo argumental. Una legítima discusión, a veces implícita y otras explícita, sobre la fantasía libre.
Publicada en 1952 por el prestigioso sello italiano Einaudi, El vizconde demediado (Il vizconte dimezzato), sin duda, es una novela fantástica, el resultado de una feliz conjunción entre historia y fantasía: una fábula, y de las más divertidas por haber. Su autor italiano Italo Calvino (1923-85) inició con ella lo que fue la célebre trilogía Nuestros antepasados, conformada por las novelas El barón rampante (1957) y El caballero inexistente (1959). Fue gracias a ese mordaz tríptico cuajado de fantasía y buen humor como se inició su reconocimiento internacional hasta convertirse en uno de los más destacados escritores del siglo XX.
La presente alegoría rigurosa sobre el dualismo humano, no tanto inspirado en la idea de cuerpo y espíritu, como de buenas y malas intensiones, pone en funcionamiento los mecanismos de la fábula clásica. Una elaboración narrativa de corte moralizante basada en los contrastes y que, a su vez, operan como técnica narrativa precisa para tratar temas espinosos. ¿Quién suele estar hecho de algo más que la suma de sus mitades?
Se sabe que, en su singular y versátil obra, Calvino se encargó de anotar la poesía de su amigo Cesare Pavese, coquetear con el nouveau roman y la metaficción más radical. Halló tiempo para antologar dos voluminosos tomos de cuentos y fábulas e, incluso, conferenciar y legar ensayos visionarios sobre el arte de narrar. No obstante, rara vez logró alcanzar el mismo nivel de invención desenfrenada como en estos diez efímeros capítulos que se leen en un suspiro. La frecuencia frenética de ideas insólitas, puestas en función de problemas reales, asombra. El desenlace, el inolvidable clímax de esta historia extravagante, el del duelo, literal lucha de yoes, es una maravilla de ingenio, solo comparable con el vertiginoso Copi, y las exquisitas páginas absurdas de Alphonse Allais.