Pese a que Bulgaria es un país europeo reconocido como cristiano ortodoxo, de sus siete millones de habitantes ochocientos mil forman parte de la minoría turca. Se trata de ciudadanos búlgaros de religión musulmana cuya lengua materna es el turco. Muchos de ellos tienen pasaporte tanto de Bulgaria como de Turquía y todos hablan búlgaro como cualquiera de sus conciudadanos. Esta comunidad turca utiliza ambas lenguas indistintamente, incluso entre aquellos que viven a caballo entre ambos países. A lo largo del siglo XX, los Balcanes fueron el escenario de tensiones y guerras civiles entre eslavos cristianos y musulmanes. Tristemente famosos son los casos de Bosnia y Kosovo. Sin embargo, la historia de los turcos búlgaros es distinta y poco conocida.
Entre las Edades Media, Moderna y Contemporánea, Europa se movió a dos velocidades: por un lado Europa Occidental y Central, que evolucionó del feudalismo a los regímenes nacionales surgidos en el siglo XIX, pasando por absolutismos, guerras, imperios de ultramar, el despotismo ilustrado, el Renacimiento, el Barroco, la Inquisición, los cismas en la Iglesia, la Revolución francesa o las unificaciones italiana y alemana. Pero en los Balcanes la historia europea se detuvo cuando los turcos, una vez que conquistaron Anatolia, Constantinopla y el resto del Imperio Bizantino, sometieron a toda la península de los Balcanes Bajo el yugo [1] del Imperio otomano.
Durante esos tiempos, cuatro o cinco siglos según el país, las aportaciones de Grecia, de Bulgaria, de Serbia y de todas las actuales naciones balcánicas a la historia universal fueron nulas, en tanto que su propia historia se diluyó en la del Imperio de la Sublime Puerta. No fue hasta el siglo XIX cuando los países de los Balcanes se levantaron contra el sultán con el fin de erigirse en naciones independientes, aprovechando la decadencia del Imperio y, es cierto, también en sintonía con los nacionalismos del oeste europeo. No fueron guerras de independencia fáciles ni simultáneas. Todos los países necesitaron ayudas y apoyos externos: en el caso de Bulgaria, fue el zar Alejandro II de Rusia quien acudió en su auxilio. Tras la victoria rusa en la guerra contra los turcos, el Tratado de San Stefano proclamó la primera autonomía de Bulgaria, aún dependiente del Imperio otomano. De modo que no fue hasta 1908, con la coronación del zar Fernando I de Bulgaria, cuando el país balcánico alcanzó la plena independencia y la unificación de sus territorios. Esta progresión impidió cualquier proyecto político de homogeneización cultural, social o nacional, con lo que muchos musulmanes de etnia turca quedaron como ciudadanos del nuevo reino independiente.A partir de ahí, y a diferencia de en otros países del entorno, nunca se planteó un conflicto social abierto entre cristianos y musulmanes en Bulgaria. Tal vez fuese por el carácter eminentemente comercial y práctico de los turcos, a lo que ayudó el final del Sultanato y la proclamación de la República de Turquía, totalmente laica, tras el fin de la Primera Guerra Mundial. Esta convivencia pacífica no quita para que una buena parte de la población eslava cristiana permaneciese un cierto resentimiento por los considerados como cinco siglos bajo el yugo, ni para que la minoría turca —pese a su diseminación por todo el país— mantuviese precisamente ese carácter de minoría con intereses comunes. Pero en general, nada grave. Tras la Segunda Guerra Mundial, en la que Bulgaria prestó un cierto apoyo a los países del Eje, el Partido Socialista tomó el poder, expulsó al jovencísimo zar Simeón II y proclamó la República Popular de Bulgaria. Desde sus primeros tiempos, el régimen fue el más absoluto satélite de la Unión Soviética de entre todos los países tras el Telón de Acero, hasta el punto de ser el único que pidió formalmente ser la decimosexta república socialista soviética, sin que esto llegase nunca a suceder. Así, en el afán de equiparación total con Rusia, con lo considerado como genuinamente eslavo, la cultura turca era claramente disonante. Un proyecto totalitario en lo político y en lo social como un régimen socialista, en este caso con un modelo soviético, no podía tolerar esta falta de armonía en una parte tan significativa de la población, en concreto un 10 % sobre el total de nueve millones de habitantes en la Bulgaria de entonces. Una situación similar a la de los tártaros en Crimea.
Los dirigentes comunistas idearon un plan para difuminar totalmente la cultura turca en Bulgaria: cambiarles los nombres y apellidos por otros eslavos
No se trataba de religión, puesto que la Iglesia ortodoxa fue considerada también como un estorbo para el estado socialista, al menos en un primer momento. Se trataba de cultura, y sobre todo de lengua y de nomenclatura. La lengua turca fue desde el principio suprimida de la administración y la educación. En cuanto a los apellidos, la tradición búlgara es igual a, por ejemplo, la rusa. El primer apellido, que más bien funciona como un segundo nombre, viene directamente del nombre de pila del padre; mientras que el apellido propiamente dicho es el que se transmite de generación en generación. En ambos casos se declina en masculino y femenino, con lo que el hijo de un tal Petar Dimitrov Georgiev se llamará, por ejemplo, Vasil Petrov Georgiev, mientras que su hija será, digamos, Liudmila Petrova Georgieva. Los turcos, en cambio, no tuvieron apellidos hasta el advenimiento de la República de Turquía y sus leyes civiles, y no siguen el mismo sistema que el de los nombres eslavos. De modo que en las postrimerías del socialismo, en los ochenta, los dirigentes comunistas idearon un plan para difuminar totalmente la cultura turca en Bulgaria: cambiarles los nombres y apellidos por otros eslavos.
Los métodos fueron cuanto menos drásticos, obligando a familias enteras a o bien cambiarse el nombre en el acto, o bien ser desterrados a Turquía u otros países. Muchos se cambiaron el nombre y otros tantos prefirieron marcharse. Con la democracia, en los primeros años noventa se les concedió a todos los afectados la posibilidad de recuperar sus antiguos nombres y apellidos. Al producirse el cambio de nombre y su recuperación en tan poco espacio de tiempo, muchos exiliados decidieron volver a Bulgaria, mientras que otros permanecieron en Turquía, lo que no fue óbice para que pudiesen recuperar la nacionalidad búlgara sin renunciar a la turca. De estos, la mayoría viven en la zona del mar de Mármara, con especial presencia en la ciudad de Bursa. En esta ciudad de Anatolia están casi todos los turcos de ascendencia balcánica, no solo búlgara.
En cuanto a los que se quedaron en Bulgaria, y los que volvieron después, hoy se encuentran repartidos por todo el país. Con especial presencia en la ciudad de Plovdiv, la zona fronteriza con Turquía, y los Rodopes; cordillera montañosa que crea una frontera natural con Grecia, donde viven los llamados Pomacos, una verdadera cultura balcánica de mayoría musulmana presente en Bulgaria, Grecia y en la propia Turquía. Desde la caída del régimen socialista, el mayor empeño de la minoría turca en Bulgaria es el de asimilarse por completo a los demás búlgaros, o más bien de no llamar la atención más de la cuenta. Existe, no obstante, un partido político llamado Movimiento por los Derechos y las Libertades que defiende sus intereses y es en todas las elecciones el partido bisagra entre conservadores-liberales y socialdemócratas. Mucho se cuida este partido de utilizar solo la lengua búlgara en público y de llevar las banderas de Bulgaria y la Unión Europea en toda su propaganda. Pero hoy en día, ni son todos los que están ni están todos los que son. Hay turcos en los dos grandes partidos políticos búlgaros, y hay eslavos cristianos en el partido considerado como turco-búlgaro. Todo esto es la teoría, porque más o menos abiertamente sigue funcionando como una plataforma de intereses económicos, políticos y sociales, con logros siempre discretos pero reales. El más discreto de todos es el rato diario en que la televisión pública de Bulgaria habla en turco. En el otro extremo menos discreto, cada periodo de elecciones hay acusaciones de autobuses que llegan de Turquía a Bulgaria sólo para votar, y de una estrategia electoral pactada con el Gobierno turco. Es en épocas de elecciones cuando se generan las mayores suspicacias y recelos por parte de los búlgaros eslavos, por la sintonía y la unanimidad con la que actúa toda la minoría turca.
La población turca búlgara es en general próspera: terratenientes, financieros, industriales y sobre todo comerciantes, con intereses tanto en Bulgaria como en Turquía. La realidad social es de lo más variopinta, incluidos cristianos que hablan turco y eslavos que sin hablarlo profesan la fe musulmana. Afortunadamente no hay conflicto social, salvo casos aislados en los que pequeños grupos nacionalistas búlgaros protagonizan episodios violentos contra la población turca. En realidad, cada vez pierde más sentido el mismo concepto de turco-búlgaros, puesto que son considerados ciudadanos como cualesquiera otros. De los políticos depende que la distinción como minoría, ya carente de toda razón de ser, desaparezca.
[1] ^Bajo el yugo, de Ivan Vazov, es considerado un clásico de la literatura universal, y la novela búlgara más paradigmática. En un contexto nacionalista y con un estilo romántico, el autor relata el heroísmo y el martirio de los búlgaros en su lucha por la independencia del Imperio otomano frente a la extrema crueldad de los turcos en sus métodos para someter a la población cristiana, según describe la obra.