Las casi 400 entradas de Pompa y Circunstancia: Diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola Ediciones) están cargadas de anécdotas, citas y referencias culturales que ayudan a entender mejor la idiosincrasia inglesa y componen una amplia visión de Reino Unido. Con motivo de las elecciones del próximo 7 de mayo, hemos querido hablar de política y de políticos británicos con su autor, el periodista y escritor Ignacio Peyró.

En Pompa y Circunstancia hay una extensa entrada dedicada al Parlamento inglés, en la que subraya su estabilidad y la influencia que ha tenido en toda democracia representativa. ¿Dónde radica su éxito?

La del Parlamento es la historia del primer pueblo capaz no solo de conseguir «el gobierno de la nación por la nación», como dijo nuestro Alcalá Galiano, sino de «regular el poder de sus príncipes ofreciéndoles resistencia», según observó Voltaire. No hay asamblea desde entonces, ni congreso, ni senado en todo el mundo que no venga, aguas arriba, del genio político de Inglaterra. En Brasilia como en Viena, los legislativos seguirán todavía ese modo de entender la vida parlamentaria, «no como una teoría de gabinete», como dijo Taine, «sino como un asunto de tacto en el que no se debe proceder sino con moratorias, transacciones y acuerdos». Muy resumidamente, podemos decir que del sabio equilibrio de la institucionalidad inglesa —hoy muy extendido; en el XVIII y XIX, objeto de admiración mundial— ha tenido mucho que ver con que los ingleses no hayan tenido cambios cruentos de Gobierno en trescientos años.

No hay asamblea, ni congreso, ni senado en todo el mundo que no venga, aguas arriba, del genio político de Inglaterra

Ignacio Peyró

Ignacio Peyró

El 7 de mayo los lores se juegan poco, ¿no? ¿Qué hay que hacer para ser lord hoy día?

Algo habrán aportado los lores a la política inglesa cuando, tras dos siglos de voluntad de demolición, aún siguen ahí. Eso tiene que ver con la concepción británica de la política más como hija de la experiencia y la historia que de los designios abstractos. Hoy, en la Cámara de los Lores, con un integrante hereditario y eclesiástico, pero fundamentalmente con lores vitalicios, se escuchan algunos de los debates más enjundiosos de la política británica, aunque por supuesto nadie les haga mucho caso. Los viejos lores de la nobleza titulada han dejado paso a pares vitalicios, nombrados por la Reina a instancias del primer ministro. Se ha producido el cambio de un establishment por otro, pero de algún modo la vida sigue igual.

 

En cambio, se eligen 650 comunes por el sistema first-past-the-post (escrutinio uninominal mayoritario en los distintos distritos electorales). ¿Puede pasar de todo?

El escenario está completamente abierto. Cualquiera de los dos grandes partidos puede aspirar a una victoria débil. Ahí pueden intentar gobernar en solitario, con apoyos puntuales —lo que no dejaría de revitalizar el Parlamento— o buscar alguna coalición fija con alguien presentable, que en ningún caso serían Farage [líder del Partido por la Independencia de Reino Unido, UKIP] o el SNP [Partido Nacionalista Escocés], sino Clegg, con la ironía de que un mal resultado de los liberales puede aun así conllevar que tengan gran peso político. En todo caso, la viveza del sistema electoral, asiento por asiento y circunscripción por circunscripción, siempre redunda en sorpresas y en un descrédito de cualquier profecía.

 

¿Abandonará David Cameron el número 10 de Downing Street?

Son las elecciones más competidas en mucho tiempo. Como sea, al anticipar Cameron que no se presentará, en ningún caso, a un tercer mandato —raro anuncio en Reino Unido—, parece garantizar tiempos convulsos entre los suyos: la lucha por el liderato.

 

¿Cameron se llevaría mejor con Thatcher o con Churchill?

Cameron puede inscribirse en la tradición de los tories one nation, que viene desde Disraeli. Hablaríamos, digamos, de un cierto conservadurismo compasivo, o con una cierta conciencia social que, históricamente, se aleja de la concepción de los tories como partido de las elites del poder tradicional inglés. Es una tradición respetable: precisamente con Disraeli, los partidos conservadores empiezan a ser los partidos de la nación. No pocos miembros de esta corriente, como Macmillan, héroe de guerra, terminarían ahí por su contacto con el pueblo llano en las trincheras. A Churchill algunos lo han visto como one nation, pese a su origen archiaristocrático; a la Thatcher, criticada por sus orígenes menestrales por algunas jerarquías tories, no se le deja de ver cierto énfasis moralizante propio de la célebre nación de tenderos. Sin la visión o la grandeza histórica —casi causa risa decirlo— de Churchill, ni el rastro puritano de la Thatcher, Cameron es un político moderado, de síntesis: un one nation. En la práctica, me temo que eso quiere decir que se hubiera llevado bien con los dos…

 

En su libro se revela como un admirador de Churchill, al que califica como «el político más querido del siglo XX, el líder más inspirador de su época, el orador más poderoso de su tiempo y el rostro más elocuente de la libertad» y explica que «en nuestros días no hubiera llegado ni siquiera a vicealcalde: siempre perseguido por el «perro negro» de la melancolía, con una querencia sobresaliente por el alcohol y una media de nueve o diez puros diarios, lo hubiera tenido muy mal en un tiempo en que a los políticos lo que se les exige es montar en bicicleta». ¿Qué ha aportado Churchill a Reino Unido? ¿Y al mundo? ¿Es políticamente incorrecto reivindicar su figura hoy?

No, reivindicar su figura no es incorrecto: es el británico más amado —así lo ha votado la gente— de la historia. A la política de todo tiempo, Churchill le dio una lección de carácter. En la hora crítica de 1940, a los suyos les dio un sentido de misión y resistencia. En la Segunda Guerra Mundial tuvo el genio estratégico de triangular bien con Francia y asegurar la participación de Estados Unidos en la contienda. Ante todo, como indica John Lukacs, fue el antagonista de Hitler y el valedor de unas libertades antiguas frente a la modernidad feroz del totalitarismo. Su grandeza es tanta que incluso su gloria como historiador, periodista o militar parecen adiciones menores.

Churchill fue el antagonista de Hitler y el valedor de unas libertades antiguas frente a la modernidad feroz del totalitarismo

Wiston Churchill HMS Ajax

Winston Churchill abandona la embarcación HMS Ajax en una visita a Grecia en diciembre de 1944. Imagen de dominio público facilitada por el Gobierno de Reino Unido

La que sí que no parece reivindicar usted es la figura de Tony Blair, que ni siquiera tiene entrada propia en Pompa y Circunstancia

Con Blair, la comunicación política llega a uno de sus momentos de paroxismo. Con el new labour quitó la capa obrerista al laborismo y una generación joven se reivindicó orgullosa como labour, plenamente moderna. Como se vio con el funeral de Diana de Gales, sentimentalizó no poco una política inglesa hasta entonces —venturosamente, diré— poco emocional. Tuvo que tomar posturas difíciles —pensemos en Irak, en Irlanda, en Escocia—, con una mezcla curiosa de responsabilidad en algunos momentos y de adanismo en otros. Representa también una tradición europeísta con precedentes egregios a izquierda y derecha en Gran Bretaña, pero hoy ensombrecida y poco visible.

 

Gordon Brown también fue herencia de Blair, ¿por qué no logró seducir a los ingleses?

Brown tuvo no pocos méritos. Muchos británicos aún celebran que se opusiera a la adopción al euro. Supo ver, antes y mejor que nadie, el alcance de la crisis. Y el vigor moral de su discurso ante la cuestión de la independencia de Escocia resultó determinante para la causa del «No». Esto lo cuenta muy bien Daniel Capó, y no está nada mal para —como también dice Capó— un hombre con pinta de secundario en un drama de Shakespeare.

 

¿En qué se diferencia el nuevo líder de los laboristas, Ed Miliband, de sus predecesores?

Pocos más criticados y menos queridos que él a lo largo del tiempo. Se le ha censurado por su excesivo escoramiento izquierdista, por la impiedad con que trató a su hermano, por el relativo desdén que ha merecido entre sus bases, por no ofrecer la solidez de un Brown ni el liderazgo carismático de un Blair. Y sin embargo, ahí está, y con no malas posibilidades pese a todo. Si tuviera que aventurar algo, diría que, por comparación con sus predecesores, su discurso resulta más radical en lo ideológico.

Por comparación con sus predecesores, el discurso de Miliband resulta más radical en lo ideológico

 

Aparte del líder laborista y del actual primer ministro, David Cameron, en el reciente debate electoral tuvo gran protagonismo la ministra principal de Escocia y líder del Partido Nacionalista Escocés (SNP, por su sigla en inglés), Nicola Sturgeon. ¿Les ha sentado bien el referéndum a los nacionalistas escoceses?

Creo que hay que abstraer un poco y no dejarse influir demasiado por el calor del momento, que habla casi de un rebrotar independentista tras las elecciones, cosa que nos sugiere preguntas melancólicas: entonces, ¿para qué sirvió el referéndum? Pero el futuro no está escrito y, a cambio, hay constantes de elasticidad y pragmatismo en la política británica que hacen pensar que habrá algún acomodo para seguir viviendo juntos. Incluso creo que el «No» a la independencia pesará más mañana que hoy.

 

También está teniendo bastante protagonismo el líder del Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP, por su sigla en inglés), Nigel Farage…

Hay algo en UKIP que sintoniza con el enfado del Little Englander —capas de población cerradas, airadas, nacionalistas hasta el desprecio del ajeno, con un sentimiento de amenaza ante la inmigración y la globalización y el Continente, es decir, Bruselas, como gran bicha—.

 

En cambio, como apuntaba al principio, el que parece algo perdido es Nick Clegg. ¿Se le ha atragantado el apoyo a los conservadores o en Reino Unido no hay liberales?

La tradición, en Gran Bretaña, como en todas partes, es que el socio menor de una coalición de Gobierno se quede todas las culpas y ninguna gloria. A lo largo del tiempo, con los liberales británicos ha pasado de todo: han tenido triunfos y líderes históricos, desapariciones radicales, redefiniciones ideológicas desde un perfil economicista puro a un perfil en ocasiones lindante con la socialdemocracia. Sí mantienen la fidelidad a un liberalismo clásico, decimonónico, en temas, digamos, de conciencia, pero conservadores y laboristas le han ido achicando el espacio. El sistema electoral tampoco les favorece. Ahora se postulan, en vista de unas elecciones muy reñidas, como bisagra o instancia de moderación de conservadores o laboristas.

 

Y para terminar, sin entrar a quién votaría Chesterton, al que usted califica de cristiano conservador de corte social, ¿con qué frase cree que este podría sintetizar la situación de la política inglesa?

No creo que el gran genio de Chesterton fuera el político. Pero tiene iluminaciones, por ejemplo, la de saber que el gobierno es «una fea obligación». Una observación, por cierto, que no deja de ser muy británica.