¿Son los cuerpos, con sus pulsiones, afectos y deseos los que tienen la potestad para la emancipación? ¿Realmente podemos admitir en ellos una fuerza originaria revolucionaria? ¿Dónde situamos entonces el lenguaje y su capacidad para interpelar toda esa materia inmanente? En este texto me propongo dar un salto desde el cuerpo, como potencial revolucionario, al discurso como estructura intangible que conecta y reordena la propia realidad.
Haremos un breve recorrido por unas imágenes que remiten al cuerpo, para terminar después en dos performances cuyo objeto de estudio es el propio discurso como estructura que determina la realidad. La primera sucedió en una gala de graduación del auditorio del Campus Aranjuez de la Universidad Rey Juan Carlos. Los alumnos de Bellas Artes Carlos Clemente y Sami Khalaf salieron al escenario y cometieron un asalto institucional en aquella protocolaria escenografía mediante una sutil performance, que fue un sabotaje al complaciente discurso imperante. La segunda se trata del proyecto «NOSOTROS» del artista Omiste que, dentro del festival Hybrid, se inauguró el pasado 15 de septiembre en El Cuarto de Invitados, del cual soy miembro y habitante. Junto con los que gestionamos de El Cuarto más otros colaboradores, Omiste creó una agrupación política que imitaba, hasta la extenuación, el vacío discursivo al que estamos acostumbrados con la llamada democracia representativa.
El cuerpo como texto o discurso
Me gustaría comenzar por esta imagen que ya utilicé en un artículo anterior en el que cuestionaba la posición política del comisario. Se trata de la instalación Where we are now?(Who are we anyway?) de Vito Acconci, en la Galería Sonnabend en el Soho de Nueva York (1976). La obra del neoyorquino que tanto experimentó con el arte corporal, nos ha resultado una especie de código abierto para intentar comprender qué es lo que hacemos en El Cuarto de Invitados. Como dije en la anterior reflexión, la imagen nos parecía una metáfora perfecta para pensar en la incertidumbre y el vértigo que siempre impone la toma de conocimiento basado en la experiencia y la experimentación.
Otra imagen dialéctica que utilizábamos era el famoso salto de Yves Klein, que acompaña el desengaño de la historia del arte más reciente. Esta es una imagen que Avelino Sala tiene muy presente en su serie “21st Century Icarus” (2017), donde nos muestra otra caída libre, mucho más atroz; la de las víctimas del 11S arrojándose en paralelo a las Torres Gemelas.
Estas imágenes nos han ayudado a mantenernos alerta en la gestión que desempeñamos en este espacio cultural tan chiquitito como familiar. Solo decir esta vez, para los que no conozcáis El Cuarto de Invitados, que se trata de un espacio expositivo sin ánimo de lucro, «non profit» dicen algunos, en el salón de nuestra propia casa del madrileño barrio de Lavapiés. Desde aquí hemos intentado visualizar los hábitos institucionales que atraviesan la producción y la distribución del arte para poder esquivarlos; en muchas ocasiones, con unos malabarismos que han terminado en aparatosa caída. Algo muy acorde con la idea del abismo, la caída y el vértigo que explica Josep M. Catalá en La gran espiral. Capitalismo y paranoia:
Pensar al borde del abismo es tan peligroso y difícil –no hay dónde agarrarse– que quizá vale la pena dejarse caer y empezar a pensar en el abismo, durante la propia caída: haciendo de la caída un discurso. El pensamiento del abismo es, por lo tanto, un pensamiento en caída libre que apuesta porque ni el abismo ni la caída terminen nunca, puesto que la interrupción del pensamiento en un estado de caída libre sólo puede resultar en un fatal batacazo.
Aquí Catalá está pensando en las viñetas de Little Nemo escritas por Winsor McCay. En ellas aparece el pequeño despertándose tras caerse de la cama. «Esa nimia viñeta que clausura el sueño y pone punto final a la historieta correspondiente representa el batacazo definitivo que acarrea toparse con la realidad, pero no tanto el golpe que se da el durmiente al caer de las nubes, o de la cama, como el estado de shock que supone la realidad en sí: vivir en ella es vivir en estado de shock, en estado catatónico».
Nos vamos acercando hacia donde me interesa llegar. Como veremos, pasar de la pesada materialidad del cuerpo al mero lenguaje, puede resultar desolador. Con Little Nemo constatamos que su realidad no es más que la ficción de su sueño plasmado en un texto que, a su vez, se desarrolla en el inconsciente para esfumarse tras la caída (de la cama). Pero hay un texto que es más difícil de visualizar, el que nos descubre Dario Sztajnszrajber:
«¿No somos nosotros mismos, en términos identitarios, textos que se están narrando constantemente?»
Todos nosotros, que nos suponemos autoconscientes, nos movemos dentro de un texto. O más bien, «Somos texto. Todo palabras», nos explica Sztajnszrajber. Somos y existimos en el marco de preguntas que determinan las respuestas. Esa realidad, la narración de nuestras vidas, no sería más que una proyección de nuestro propio lenguaje; un lugar o una «localización» (como diría Alain Badiou), donde es posible que algo inusitado pueda ocurrir; la escena donde se encuentra el verdadero campo de batalla ideológico, el que se mantiene en la verdadera disputa política.
El discurso como potencial emancipatorio
Vayamos ahora a otra imagen. Se trata del fotograma de la película Bienvenido, Míster Marshall de Luis García Berlanga (1953), donde los responsables políticos anuncian con verborrea una explicación que nunca llega:
«Vecinos de Villar del Río: como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación. Y esta explicación que os debo, os la voy a pagar, como alcalde vuestro que soy».
¿No se parecería, tristemente, a alguna salida de tono real de nuestro actual presidente del gobierno, como aquel lapsus tan sonado que fue carne de «meme» en el que ya no sabía si eran los vecinos los que elegían al alcalde o eran los alcaldes el que elegían a los vecinos?
¿Y que podríamos decir de la gente de Villar del Río? A través del balcón del ayuntamiento, el alcalde lanza su enunciado a una España profunda que mira ensimismada sin llegar a entender nada. Una plaza que se parece en exceso a esos platós de televisión donde vemos espectadores en segundo plano como atrezo que, por quince euros y un simple bocadillo, se prestan como telón de fondo anulando absolutamente toda capacidad de acción. Sujetos a su asiento, escuchan la tertulia de actualidad política basada en el fango, los «zascas», el ruido y los dientes de Eduardo Inda.
Si con Vito Acconci asistíamos a uno de los retos más complejos del arte contemporáneo —lanzando nuestros cuerpos a través de aquel trampolín, a la búsqueda de nuevos espacios fuera de la galería/institución— con la imagen de Berlanga asistimos a otra caída desde un balcón que, en esta ocasión, funciona como tribuna de oradores. Lo que se lanza en la plaza de Villar del Río no es algo tan pesado, ni mucho menos promete el golpe seco de la carne contra el asfalto que reverbera en el proyecto de Avelino Sala. En este caso, lo que se derrama por el balcón es el acto performativo del lenguaje que constituye la realidad. Es decir: el discurso. La realidad ficticia donde también existía nuestro Little Nemo.
Frente a los pensadores de la emancipación que suelen apelar a una potencia original de los cuerpos (entre los cuales diría que se encuentra Maurizio Lazzarato), existe otra corriente que deriva de la teoría política de Ernesto Laclau, en la que es el discurso lo que constituye principalmente la propia realidad. Los cuerpos y todo lo que emana de ellos también pertenecen a la dimensión del discurso. El pensador Jorge Alemán, muy cercano a Laclau, nos explica que «los afectos, los cuerpos, las pulsiones, están atravesados por el discurso, marcados por sus significantes, determinados por una retórica y una gramática que suspende toda idea de fuerza original e inmanente que se pueda representar directamente». Es decir, que el discurso, más allá de ser mera flatulencia o voz, es lo que determina que es pensable, decible o visible. Una vez entendemos esto, nos damos cuenta de que los juegos del lenguaje y todo el denominado giro lingüístico siguen siendo realmente demoledores.
Quien tenga la capacidad de cambiar el significado a las cosas, tiene la capacidad de cambiar el mundo
Se puede comprender el discurso en la política como un elemento desde el cual se construye un marketing retórico que lo envuelve y le da sentido de una forma o de otra. Frente a esta creencia, el discurso que sostenemos aquí, adquiere una dimensión interna que instituye realidades dentro de las cuales los sujetos se ven interpelados. El discurso no sería meramente lo que se dice sobre cómo son las cosas, sino que es algo que constituye un sentido en permanente disputa. Así, la capacidad performativa del habla es capaz de constituir percepciones colectivas, representaciones que modifican la realidad y, por ende, los equilibrios del poder en una sociedad concreta. Con el capitalismo financiero, hace ya tiempo que nos dimos cuenta de que el verdadero poder no era la propiedad, si no el lenguaje. Quien tenga la capacidad de cambiar el significado a las cosas, tiene la capacidad de cambiar el mundo.
Es a través del lenguaje, y no a través de los cuerpos y afectos, como se determina qué es legítimo en el decir y pensar en torno a un debate político, quién tiene derechos a qué cosas y quién no, quién puede estar y no estar en un determinado lugar. Los acontecimientos que se dan tanto en el arte como en los movimientos sociales (estoy pensando principalmente en los movimientos antiglobalización) son capaces de desestructurar y sacudir el equilibrio social y cultural. Ya sabemos que en el acontecimiento no solo las cosas son las que cambian, sino el propio parámetro por el que medimos los hechos de cambio; es decir, toda la potencia del acontecimiento se da cuando cambiamos nuestras gafas a través de las cuales aparecen los hechos. A pesar de que en la gran mayoría de las ocasiones estos acontecimientos no sean capaces de modificar los equilibrios de poder en el interior del estado, sí son capaces de hacer deslumbrar un nuevo mundo posible. En el acontecimiento, diría Lazzarato, se observa a la vez lo que una época tiene de intolerable y las nuevas posibilidades de vida que encierra. El acontecimiento no es la resolución de un problema, sino una apertura a nuevas posibilidades. Se modifican los parámetros a través de los cuales nosotros mirábamos la realidad encerrada en una estructura discursiva imperante, dando lugar a una lucha por el sentido.
¿Podríamos trasladar esas ideas a la gestión cultural o, siendo ambiciosos, a todo lo que rodea el arte en sí?
Dicho esto, quisiera comentar porqué desde El Cuarto de Invitados nos hemos interesado en esta lógica discursiva para preguntarnos cuál sería el discurso dominante dentro del arte contemporáneo. Podemos ya adivinar, bajo el prisma discursivo que estamos planteando aquí, cuál podría ser el discurso institucional del que constantemente nos queremos alejar. La importancia del discurso radica en la medida en que es el lugar desde donde se estabilizan formas semánticas que, en ocasiones, aceptamos sin darnos cuenta. ¿Podríamos trasladar esas ideas a la gestión cultural o, siendo ambiciosos, a todo lo que rodea el arte en sí? Desde El Cuarto asumimos la labor de abrir narraciones múltiples y dispares para hacer frente a ciertas semánticas institucionales cuyos relatos aceptamos como verdades de un sistema-mundo inmutable. Al final, se trataría de abrir la posibilidad (acontecimental), una brecha por la que el arte escaparía de esa escenografía reglada donde se representa la gran narración de nuestras vidas.
Sami Khalaf y Carlos Clemente frente al discurso institucional universitario
Antes de pasar a analizar la propuesta que inauguramos de la mano de Omiste hace unos días en El Cuarto de Invitados, describiré cómo los alumnos de Bellas Artes Sami Khalaf y Carlos Clemente hicieron estallar por los aires el escenario de la gala de graduación de la Universidad Rey Juan Carlos, fuertemente reglado por la ideología institucional dominante.
Para comenzar debería describir la gala de graduación donde tuvo lugar la performance. Dicha gala obedecía a la típica lógica de la meritocracia, del aplauso muerto, del espectáculo, de la representación de los poderes jerarquizados por una ortodoxia y una disciplinariedad que evitaba toda incertidumbre. En definitiva, se construyó una puesta en escena con unos elementos fuertemente definidos a priori —ya que, como sabemos, el hueso de la institución siempre evita cualquier tipo de contingencia—.
La celebración tuvo lugar en el salón de actos de la universidad, como si de un mitin político se tratara. La madrina de la promoción, una profesora de la propia universidad, abrió la gala leyendo un texto que hablara sobre el futuro, la pluralidad, la tolerancia, la creatividad, la imaginación, el conocimiento, la profesionalización y la importancia de la educación universitaria (pública). Nada podía salir mal… Hasta que los chicos decidieron cambiar las relaciones habituales que se mantienen en esta estructura espectacular y representacional a través de una sutil performance que desbarató la idiosincrasia de la entrega de galardones y menciones varias.
Los jóvenes subieron al escenario con ropa cómoda. La cenefa con el logotipo bordado de la universidad era el único atuendo que revelaba su implicación en la ceremonia. Sin mediar palabra, acercaron una grabadora a los micrófonos del atril y dieron al play. Como si se tratara de una retransmisión por la radio, toda la sala comenzó a escuchar otra vez el empalagoso discurso previo que emitió la madrina de promoción. Se repitieron una a una todas aquellas palabras vacías, ancladas al orden de la ley y al control de los hechos. El discurso de ambos estudiantes graduados, a pesar de no emitir palabra a través de sus bocas, consiguió revelar el sentido fútil y casi siniestro de la ceremonia; a mi modo de ver, consiguieron reactivaron la dimensión corpórea, física, deseante e incluso erótica —que diría también Berardi («Bifo»)—, necesaria para que la comunicación tomara otro sentido en aquella férrea estructura ceremonial. La polisemia de su gesto dejó ver que en el acto comunicativo performático hay algo más y algo menos que una simple transferencia semántica. Abrieron la posibilidad acontecimental y el milagro ocurrió: una experiencia estética provocó el mutis absoluto en la sala. Al terminar el discurso de la madrina en diferido los chicos se bajaron del escenario. Todo el mundo les seguía observando, intentando comprender qué es lo que había pasado.
Y así, después del estallido vino la calma. Tras esta intempestiva acción, los alumnos de Comunicación Audiovisual subieron y tomaron su turno; una chica y un chico con el pelo engominado y vestidos de gala hicieron un remake de la gala de los Oscar de Hollywood. Esta vuelta a la normalidad consensuada provocó de nuevo el aplauso alegre y la carcajada fácil.
En definitiva, lo que me parece interesante resaltar es que el «copia y pega» de aquel discurso que pretendía ser un «asalto institucional» evidencia el hecho de que dos enunciados idénticos —si atendemos exclusivamente a su significado denotativo, es decir, a las palabras que emitió la madrina en el atril— pueden tener distinto significado si transformamos el contexto del propio enunciado y atendemos a «lo dicho». Es decir, el mismo material semiótico puede cambiar de sentido según el contexto del enunciado.
«NOSOTROS» como proyecto artístico y partido político
Aquí presentamos otra tribuna de oradores que funcionaría como elemento metafórico de la propia lógica discursiva. Este dispositivo fue el que utilizó Omiste para su proyecto NOSOTROS en El Cuarto de Invitados, inaugurado el viernes 15 de septiembre. Hay cierta correlación entre lo que propone NOSOTROS y la teoría política de Ernesto Laclau (retomada por sus coetáneos Chantal Mouffe o Jorge Alemán), que sostiene que «la misma posibilidad de percepción, pensamiento y acción depende de la estructuración de un cierto campo significante que preexiste a cualquier inmediatez de los hechos». Es decir, se priorizan los significados en el lenguaje como elementos que construyen la realidad. El proyecto de Alberto Omiste prometía ser un dispositivo acontecimental perfecto para abordar, en primer lugar, cómo la incertidumbre de la contingencia[1] era un requisito indispensable para que un acontecimiento pudiera suceder; y, en segundo lugar, casi como anillo al dedo, ver de qué forma el mero discurso era capaz de producir realidades. O esa era nuestra intención.
El Cuarto se convertiría en una asamblea ciudadana, recordando al encuentro Vistalegre II de Podemos, pero en este caso el partido (si es que se podía llamar así) se llamaría NOSOTROS
El proyecto de Omiste nació de una simple y potente idea: instalar en el balcón de El Cuarto de Invitados una tribuna de oradores, como si de un discurso político se tratara, al más puro estilo Bienvenido, Míster Marshall, pero sustituyendo el pueblo Villar del Río por la plaza Nelson Mandela del barrio de Lavapiés en Madrid. Desde esa incipiente idea el proyecto fue cogiendo forma y en unas semanas ya sabíamos lo que debería haber alrededor de él, formal y conceptualmente. El Cuarto, el mismo salón, se convertiría en el backstage del escenario para un discurso político. Se cubrió el suelo de moqueta, se dispusieron elementos de mobiliario ligero como mesas y sillas plegables, alguna planta que podría recordar a Marcel Broodthaers, un dispensador de agua fría, un gran surtido de canapés, vasos de plástico, la prensa del día y un photocall para asegurar la ironía. El Cuarto se convertiría en una asamblea ciudadana, recordando al encuentro Vistalegre II de Podemos, pero en este caso el partido (si es que se podía llamar así) se llamaría NOSOTROS.
No era baladí el nombre; nosotros como agrupación política cuya ideología es imposible determinar a priori, sus identidades no se encontraban definidas. No había discurso que encerrase nuestra ideología, tan solo existía un «ellos» que se mantenía fantasmal y que daba sentido a nuestro propio nombre. Veíamos la política como un eterno conflicto entre el dualismo antagónico Nosotros vs. Ellos. Respecto a este binomio, Eduardo Maura explicaba, a raíz de un viaje a Reino Unido para presentar Podemos, como el partido consiguió traducir las movilizaciones sociales a un lenguaje institucional, en sentido político y también electoral, por lo menos durante un periodo de tiempo. Esto no era algo nada fácil, ya que todo aquel magma social del 15M era imposible de representar completamente y que, además, no se encontraba en un momento particularmente boyante cuando surgió Podemos. Parece que las líneas que escribe Maura estaban destinadas a encontrarse con este proyecto expositivo acontecimental que nos traíamos entre manos Omiste y nosotras las chicas de El Cuarto:
Simplemente, había algo extraño en cómo se hacía política en España al menos desde mayo de 2011, cuando en las plazas se comenzó a gritar aquello de: «Que (ellos) no nos representan» y todos teníamos claro a quiénes iba dirigido nuestro descontento. Pero aquel «no nos representan» dejaba completamente abierto el campo del «nos». ¿A quiénes no representan aquellos que «no nos representan»? Los compañeros británicos llenaban ese «nosotros» con los movimientos sociales, con las manifestaciones, con identidades desde luego plurales pero muy politizadas y coherentes. Según la interpretación británica, los españoles, quizás por el desempleo y la corrupción, la mala gestión y los abusos, se habían hecho activistas o de izquierdas, ¡por la vía de la lógica! Necesitaban llenar el hueco que dejaba aquel «no nos representan» que se gritaba en las plazas con un artefacto representativo diferente: la izquierda, los movimientos, etc. Sin embargo, a estas alturas parece cada vez más claro que el «nosotros» que estamos construyendo en España es muy diferente, más plural, contingente e imprevisible que el «nosotros» de los compañeros británicos. Por este motivo, podemos hablar de hegemonía, porque no se trata de llenar un hueco que deja el sistema político tradicional con otra identidad perfectamente determinada, sino de articular una mayoría social.
Parece que la representación se tragó toda la ilusión revolucionaria del 15-M. Ha llovido mucho desde entonces, el «exceso de bisoñez» de la que hablaba Juan Carlos Monedero se ha transformado en un hueso institucional con la consiguiente instrumentalización del movimiento que le dio vida. En cuanto al proyecto NOSOTROS, pensamos que rellenar de nuevo ese hueco dentro del ámbito artístico sería un estupendo ejercicio de mofa hacia la democracia representativa; y también una puesta en escena de la contingencia que necesita toda articulación de una mayoría social, que, como bien dice Maura, no estaba destinada a rellenar un hueco vacío con identidades ya definidas, sino a crear una articulación novedosa partiendo de una voluntad colectiva.
¿Sería entonces el discurso, tal y como lo interpreta la teoría política de Laclau, el campo de batalla para la emancipación?
Me gustaría terminar con la tranquilizante y elocuente imagen de del señor Rafael Hernando (Portavoz del PP) tapándose la boca para hablar. Lo que esconde su mano es el reverso que tiene siempre el sistema democrático representativo, la cara oculta que esconde el verdadero sentido de nuestras vidas. Es la imagen perfecta para delatar cómo el cuerpo también se encuentra dentro del orden discursivo o, como mínimo, atravesado por él.
[1] ^ Precisamente esta dimensión contingente en los proyectos que hemos realizado en El Cuarto de Invitados se ha convertido poco a poco en el requisito fundamental para alejarnos de una lógica institucional. Moverse en el no saber, en la incertidumbre o en el mero factor sorpresa nos ha dado resultados inesperados a la hora de posicionarnos tanto en la teoría como en la práctica. Dando, lo que creo que viene siendo la identidad que define lo que hacemos en nuestro espacio.
*Imagen de portada: Tribuna de oradores instalada en el balcón de El Cuarto de Invitados para “NOSOTROS”. Foto de Luis Hidalgo.