«Se observa una tendencia hacia el aumento en los medios informativos extranjeros del volumen de publicaciones que contienen una valoración prejuiciada de la política estatal de la Federación Rusa». Este es un extracto que se encuentra en la nueva doctrina sobre seguridad de la información que se aprobó por decreto el pasado 6 de diciembre en Rusia. Un texto de 16 páginas que alerta sobre la «abierta discriminación de los medios rusos en el extranjero», especialmente entre los jóvenes, en una acción que busca «socavar los valores espirituales y éticos tradicionales rusos» para rematar con que «aumenta la actividad de las organizaciones que espían con medios técnicos a organismos estatales rusos, instituciones científicas y empresas de la industria militar». La información acaba destacando la ambición del presidente Putin por lograr una mayor autonomía del país en el ámbito de las telecomunicaciones ya que «el estado de la seguridad de la información en el ámbito económico se caracteriza por el desarrollo insuficiente de tecnologías de la información competitivas y de su empleo en la producción y la prestación de servicios».

Esta noticia contrasta con la corriente que acusa a Rusia de querer desestabilizar las democracias occidentales mediante una fuerte y extensa campaña de manipulación a través de distintos medios. Esta maniobra forma parte de lo que se conoce como guerra híbrida, aunque en este caso quedaría mejor enmarcada dentro de la guerra de (des)información, una en la que se emplean métodos no convencionales, indirectos y casi imposibles de rastrear. Putin ha movilizado todos los recursos a su alcance, independientemente de su naturaleza, para penetrar en la opinión pública occidental y crear dudas sobre la estabilidad de su sistema político y social. Es complicado medir el éxito de estas acciones, ya que no se tiene la certeza absoluta de quién está detrás, si bien las investigaciones llevadas a cabo hasta el momento concluyen que el mensaje siempre suele proceder de territorio ruso. Conviene contextualizar y analizar este fenómeno para evitar situaciones que provoquen atmósferas de desconfianza; situaciones como la que se dio en el caso de la falsa violación a una joven alemana de ascendencia rusa de 13 años. Mientras la policía lo desmentía ante la ausencia de pruebas, el poderoso y omnipresente ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, continuaba acusando a las autoridades alemanas de querer tapar el asunto y así evitar hablar de los refugiados llegados al país.

Para hacer prevalecer tu relato no vale solo con colocar el tuyo, sino que además hay que eliminar el contrario

La información como herramienta básica

Ni Rusia ni la desaparecida Unión Soviética son actores ajenos a la manipulación informativa. Lo que sucede es que la denominación de tal práctica ha ido cambiando con el paso de los años. Si ahora el neologismo posverdad sirve de flexible concepto para aglutinar noticias falsas, tergiversadas o, directamente, mentiras, antes existió el agitprop (agitación y propaganda, agitatsii i propagandy en ruso), técnica usadas con notable rendimiento ya en la etapa bolchevique. El agitprop fue un movimiento creado por los artistas de la época que pretendía resultar una acción movilizadora de manera directa, sencilla, barata y sin intermediarios. Los revolucionarios se apropiaron del sistema y lo usaron para concienciar a la sociedad de la necesidad de luchar por su causa. La práctica no solo no se abandonó, sino que se fue actualizando durante la época soviética. Encajaba perfectamente en el ideario que defendía que cualquier medio es susceptible de ser usado si con él se defendía la revolución. Dentro de la panoplia de medidas también se hallaba la táctica conocida como kompromat —la acumulación de información comprometida sobre quien pueda suponer un riesgo con el fin de poder usarla como mecanismo de presión—, el uso de la propaganda o el cierre de los medios que fueran contrarios al régimen. Para hacer prevalecer tu relato no vale solo con colocar el tuyo, sino que además hay que eliminar el contrario.

Desfile del Día de la Victoria en Moscú, el 9 de mayo de 2013. Fuente: Wikicommons

Operaciones de información como parte de la doctrina militar

En 2014, el presidente ruso Vladimir Putin aprobó la nueva doctrina militar, documento que revisaba el anterior, datado en 2010. El documento se centra en los principales desafíos: «el aumento del potencial de fuerza de la OTAN y las funciones globales que se otorgaron, e implementadas en violación del derecho internacional, y la aproximación de infraestructura militar de los países miembro de la OTAN a las fronteras de Rusia mediante la estrategia, entre otras, de una mayor expansión del bloque». Dentro de la batería de medidas adoptadas, también destaca que «la Federación de Rusia se reserva el derecho a utilizar armas nucleares en respuesta a ataques con armas nucleares u otras armas de destrucción masiva en contra de Rusia y/o de sus aliados». Más allá de estos puntos, de notable relevancia y que ayudan a comprender el actual nivel de tensión, cabe destacar el planteamiento de las operaciones de información como una forma más de defender los intereses nacionales. Para ahondar sobre la visión rusa atendemos a las reflexiones de Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, recogidas en un artículo publicado en 2013: «Las «reglas de la guerra» han cambiado. El papel de los medios no militares para alcanzar los objetivos políticos y estratégicos ha crecido y, en muchos casos, han superado el poder de la fuerza de las armas en su eficacia». Mensaje enviado: el nuevo panorama requiere presencia militar convencional combinada con la introducción de métodos capaces de adaptarse a las nuevas reglas, ergo, operaciones de información.

El objetivo de Rusia no es tanto acabar con los países u organizaciones de su entorno sino influir en su opinión pública con el fin de desestabilizar y desorientar

Estas operaciones generan información tanto de consumo interno como externo. El primero estará destinado a los propios rusos de cara a mantener despierto el apoyo incondicional a la labor del presidente Putin, desbaratando cualquier movimiento que vaya en contra de los intereses gubernamentales. Un claro ejemplo es la obsesión del Kremlin por no celebrar en 2017 el primer centenario de la revolución rusa, evitando así que pudiera prender la mecha de una posible revuelta. La constante militarización de la OTAN o la agresiva política de ampliación hacia el este por parte de la Unión Europea (UE en adelante) son usados como argumento para mantener vivo el apoyo al presidente.

Mayor relevancia está adquiriendo la repercusión de las actividades en otros estados. El objetivo de Rusia no es tanto acabar con los países u organizaciones de su entorno sino influir en su opinión pública con el fin de desestabilizar y desorientar, penetrando en los debates de actualidad e incitando a poner en duda el valor y solidez de las democracias occidentales. Si bien entre los enemigos destaca los Estados Unidos, como se pudo comprobar en el desarrollo de la campaña electoral de las últimas elecciones, este análisis pretende ceñirse al impacto que Rusia está teniendo en los países de la UE. Dos son las principales herramientas de las que se vale, dos medios de comunicación que han conseguido fuerte presencia en distintos países: Sputnik, servicio público que combina funciones de agencia de noticias y de radio internacional, y RT (originalmente Russia Today), canal de televisión (emitiendo en castellano desde finales de 2009); el dispositivo cuenta con una tercera pata menos visible pero también influyente, el periódico Russia Beyond the Headlines (RBTH). Estos medios, financiados con dinero públicos, generan contenidos en los que se defienden los intereses rusos y cuestionan las medidas que pudieran ir en su contra.

El posible nacimiento moderno de esta inquietud se encuentra en los años noventa, cuando los medios occidentales informaban sobre la primera guerra de Chechenia, creando un relato desfavorable a la actuación rusa. En adelante aprendieron bien la lección, restringiendo el acceso a los enviados especiales durante la segunda guerra y atacando fuentes chechenas que ofrecían su visión del conflicto. Las acciones se repitieron en Georgia en el 2008, pero el verdadero siguiente gran enemigo contra el que más esfuerzo se ha empleado ha sido Ucrania. El conflicto, iniciado en 2013 en las calles de Kiev, desembocó en la anexión unilateral e ilegal de la península de Crimea por parte de Rusia. Sin ánimo de pretender analizar los motivos de un enfrentamiento todavía activo, el desprestigio llevado a cabo para con el país vecino fue de una virulencia tal que es poco probable que no exista consumidor de los medios antes citados que no asocie Ucrania a un estado fascista. Ya aquí se pusieron en práctica las medidas que se han venido reproduciendo en los siguientes años.

La objetividad no existe

Se parte de la premisa de que cualquier hecho tiene una doble lectura, y estos medios se ofrecen a mostrar el punto de vista «alternativo», ese que queda fuera de las garras de los grandes conspiradores (EE. UU., FMI, OTAN, Soros…). A efectos de lo cual suministran contenidos en los que se mezclan hechos contrastados con otros que no. Para muestra un botón, la entrevista que el medio alemán Spiegel onlinerealizó a Margarita Simonyan, directora de la cadena RT y de la agencia Rossiya Segodnya (al que pertenece la agencia Sputnik), en agosto de 2013. En ella se le cuestiona que su medio de comunicación solo ofrezca la versión de una de las dos partes (en ese momento trataban la cobertura al régimen sirio de Assad), lo que ella resuelve con la siguiente interpretación de qué es el periodismo: «No existe la objetividad; solo aproximaciones a la verdad por parte de cuantas más voces distintas sea posible». Por lo tanto, no se trata de desinformación (dezinformatsiya) sino de distintas aproximaciones a los hechos. Dilema periodístico (y moral) resuelto.

Aparte del ya mencionado ejemplo de la falsa violación de una menor en Alemania, el New York Timespublicó en 2016 una historia con Suecia y sus mujeres como protagonistas. Empezó un debate en el país nórdico acerca de la conveniencia de ingresar en la OTAN. Durante el mismo, funcionarios del país comprobaron que se estaba produciendo una inusitada actividad en las redes sociales, promoviendo historias que estaban creando confusión. Se alarmaba de la posibilidad de la siguiente secuencia: si Suecia, estado no miembro de la alianza, firmaba el acuerdo de acceso, la OTAN comenzaría a almacenar armas nucleares secretas en suelo sueco; esto les permitiría atacar a Rusia sin permiso del gobierno sueco; mientras esto ocurre, los soldados de la OTAN comenzarían a violar a las mujeres del país sin tener que asumir responsabilidad alguna gracias a su inmunidad. El gobierno sueco se afanó por desmontar la truculenta historia y calmar a la opinión pública, pero nunca llegó a poder demostrar quién estuvo detrás del montaje. A la conclusión que sí llegaron varios analistas fue que encajaba encontrar al Kremlin tras el enredo, máxime conociendo su fobia a que la alianza trasatlántica vaya sumando nuevos miembros, siendo este otro debate.

La narrativa que Rusia quiere imponer busca consolidar la imagen de una Europa al borde del colapso

Una vez más el mensaje que quería permeabilizar era el de «no creas a nadie», incluyendo en esa infinita lista a políticos, expertos y demás actores que se asocian al poder. Mensajes de consumo sencillo que no requieren un vasto conocimiento previo sobre la materia y que inundan los distintos canales, ya sean convencionales (televisión, radio y prensa escrita) como digitales (Twitter, Facebook u otras redes sociales). La narrativa que Rusia quiere imponer busca consolidar la imagen de una Europa en decadencia económica, política y moral, al borde del colapso.

El miedo a que se den escenarios inseguros se vio en las últimas elecciones en los Países Bajos, el pasado 15 de marzo. Ante el temor de injerencias en el recuento de votos se optó por contarlos a mano, un hecho insólito en un país con unos recursos tecnológicos y económicos suficientes como para no tener que recurrir a este anticuado método. Elecciones, por otro lado, que vieron cómo existía la posibilidad plausible de que fueran ganadas por un candidato que preconizaba la inmediata salida de la UE; para más inri, Países Bajos es uno de los seis miembros fundadores. Llegados a este punto, no es descabellado pensar que dicho candidato, Geert Wilders, obtuviera apoyo soterrado desde Rusia. Más aún cuando otros partidos políticos del mismo corte ideológico, como el Frente Nacional francés liderado por Marine Le Pen, han sido financiados en el pasado reciente con fondos provenientes del Kremlin.

Vladimir Putin en la Tumba al Soldado Desconocido. Fuente: kremlin.ru

Medidas para hacer frente a la amenaza

Resulta extremadamente complejo identificar la identidad del emisor de mensajes contrarios a la estabilidad europea y, por tanto, poder castigar las acciones que se realicen fuera de la legalidad. Dicho lo cual, se están tomando medidas para revertir la situación. La UE creó en marzo de 2015 el East StratCom, un grupo de trabajo formado por once personas (diplomáticos, burócratas y antiguos periodistas) y con un presupuesto menor, como parte de la respuesta comunitaria para hacer frente «a las campañas de desinformación de Rusia», combatiendo el hackeo sofisticado y las operaciones de noticias falsas. East StratCom se presenta como un proyecto dedicado a desarrollar campañas de comunicación y contenidos centradas en explicar las políticas de la UE en la región de Europa oriental. Entre sus labores destacan las campañas de comunicación estratégica proactivas, basadas en análisis centrados en explicar los principales ámbitos políticos, y que creen una narrativa positiva de la UE; comunicación ad hoc sobre temas de actualidad de la política de la UE; y el análisis de tendencias de desinformación, explicando narrativas de desinformación y mitificación.

Junto con a esta iniciativa se encuentran otras promovidas conjuntamente por la UE y la OTAN como la lista de 40 medidas adoptadas para luchar contra los ciberataques y la desinformación. Según el acuerdo, la OTAN se encargará de supervisar las amenazas en el ámbito militar y la UE se ocupará del ámbito civil (seguridad de las infraestructuras críticas y desinformación). Asimismo, también encontramos medidas en los medios de comunicación, como la impulsada por el periódico francés Le Monde, quien ha lanzado Décodex, «una herramienta para ayudarle a verificar la información que circula en Internet y encontrar los rumores, exageraciones o distorsiones». En definitiva, contrastar la información y promover una sociedad crítica.