Gabriela Ybarra me advierte de que la literatura da para muy poco; no solo eso, antes quita, sobre todo tiempo. Después de la gira de presentación de su primera novela, El Comensal (Caballo de Troya, 2015), la escritora anda buscando la estabilidad que no proporciona el haber escrito un buen libro. Un libro sobre el duelo por la muerte de su madre, un libro sobre el terrorismo, un libro sobre ambas y ninguna al mismo tiempo; y es, en opinión del que escribe, un libro por encima de los hechos concretos, donde estos hablan de algo tan universal como lo difícil que se hace entender la soledad y el desarraigo, ya sea desde el punto de vista de la niña que se tuvo que marchar de Bilbao a los doce años como desde el de la mujer que busca dar sentido a su vida. Particular literatura.

 

El Comensal  une la muerte de tu abuelo y la de tu madre. Se trata de un libro evidentemente autobiográfico ¿Cómo influye el pudor a la hora de repasar la historia de uno mismo?

Cuando me puse a escribir lo hice con mucha inconsciencia. Sentí más pudor al final porque no pensaba que el libro se fuera a publicar. Escribía como si solo lo fuese a leer yo. No me quería poner muchas trabas porque si te sientas a escribir con el pudor demasiado presente no escribes nada. Al final sí que pensé que me daba un poco de vergüenza que eso lo fuesen a leer, pero mientras lo escribía no lo tuve en mente.

 

¿Escribir sobre el dolor lo aviva?  

Yo hubiera sentido dolor por la muerte de mi madre con libro y sin libro. Se acababa de morir, era un duelo por el que tenía que pasar. Algo que me ocurrió, y que creo, es bastante común, es que llega un momento en el que añoras el dolor y te gustaría que fuese más intenso porque sientes que eso te une más a la persona que se ha ido. Así que gracias al libro pude estar más cerca de mi madre durante algún tiempo. Ha sido más difícil hurgar en mí, en quién soy o que ha sido la muerte en mi vida.

Había vivido de espaldas a la muerte, el asesinato de mi abuelo no era un tema del que se hablara y yo lo veía como una especie de cuento. Sabía lo que había pasado pero no era consciente de que nos podía seguir afectando. Ese proceso de hacerme cargo de todo lo que había pasado en mi familia, de lo que había vivido mi padre, eso sí fue más doloroso. De alguna manera tuve que asumir que el asesinato de mi abuelo o las amenazas de E.T.A eran reales.

 

Vuelves a los escenarios de Nueva York, donde pasaste los últimos meses con tu madre, ¿Cómo te afectaron estos lugares? ¿En que te ayudó visitarlos?

Durante el duelo volví a los lugares donde me habían pasado cosas fuertes para ver que reacción tenía mi cuerpo a todo eso. Me expuse a sentir cosas. Hice visitas a los lugares donde había sido tratada mi madre y escribía in situ. Era interesante porque yo no sabía lo que me iba a pasar, no sabía si iba salir algo o no. Me di cuenta de que los lugares cambian de significado según el momento. A veces me parecían lugares muy ajenos, ya no estaba conectada a ellos. Todo esto me ayudó a ver la enfermedad desde fuera. Cuando estás en una sala de espera en un hospital donde tratan a tu madre sólo ves lo que te pasa a ti. No puedes ver la cara del dolor de los demás. Fue muy fuerte volver y ver cómo los demás sobrellevaban la enfermedad.

 

© Inés Ybarra

© Inés Ybarra

¿Nos encontramos ante unas memorias tempranas?

Ha habido cierto debate sobre si el libro es una novela o una autobiografía… En El comensal hay una intención literaria. Mi prioridad era que el texto funcionase narrativamente, así que las cosas que no entraban había que quitarlas. Por ejemplo, dejé una relación sentimental durante la época que reconstruye el libro y esto no aparece. En 2012, cuando tenía que escribir sobre volver a Madrid para ir a  a un entierro y un funeral, murió un amigo mío. Tuve que repetir en la realidad lo que tenía que reconstruir en el libro y esto me descolocó muchísimo. Dentro de unos límites me tomé la muerte de mi madre con serenidad. Sin embargo, la de mi amigo me dejó una gran sensación de inquietud, así que todo lo que creía que había aprendido sobre la muerte se vino abajo. Esto no está presente en el libro y me afectó mucho, me ayudó a no ser sentenciosa en el modo de tratar la muerte.

 

En la nota previa de la novela adviertes que «a menudo, imaginar ha sido la única opción que he tenido para intentar comprender».

El libro para mí fue un ejercicio de realidad en el que reconstruyo la muerte de mi madre y de mi abuelo y les doy la importancia que tienen. La ficción me sirve para rellenar los huecos que no me habían contado pero al final la historia es real y se reconoce el dolor y lo que ha ocurrido, porque el problema de antes era que había una negación.

La vida es un caos donde muchas veces no hay una explicación lógica en los hechos, un orden donde primero ocurre una cosa y después otra. Crear secuencias ayuda. Joan Didion dice que nos tenemos que contar historias para sobrevivir.

 

Parece que no perteneces a ninguna de las ciudades que aparecen en la novela…

Uno de los primeros textos que escribí era sobre la mudanza que hicimos de Bilbao a Madrid. Eso ha sido mi otro gran duelo, fue duro para mí. Mis padres se fueron quemados de allí y me sentía algo forzada a olvidar que había tenido una vida en Bilbao. Con doce  años no tienes independencia, no tienes la posibilidad de volver. Tuve que cortar con todo de un modo drástico.

Creo que en el libro hay una gran sensación de soledad y a lo mejor se debe al cambio de ciudades. Bilbao representa los recuerdos de mi infancia, que son algo borrosos. Nueva York es una ciudad a la que no pertenecía, en la que no me sentía dentro. Estaba perdida, sola. Madrid es una ciudad de paso, a la que voy o de la que vengo.

 

¿Cómo se trata el terrorismo en El comensal?

Una de las obsesiones a la hora de escribir el libro fue que no quería que apareciese ninguna palabra que pudiese aparecer en el telediario porque no quería poner el foco en el conflicto. Leí algunas cosas sobre terrorismo pero todas me recordaban mucho a los telediarios. Yo quería ponerlo en mi historia y en la de mi familia, no en grandes posturas ideológicas. Quería contar mi visión y que la gente no se sentase a leerlo con una postura preconcebida, y creo que ciertas palabras llevan a eso. No he querido dar lecciones de moral, solo explicarme.

 

¿Qué conclusiones sacaste de las figuras de los terroristas?

He querido comprender de algún modo qué es lo que lleva a una persona a matar. Creo que el papel de la literatura es ponerse en el lugar del otro, aunque sea un asesino. Los etarras para mí eran una especie de ficción, algo que llegaba a mí a través de los telediarios. Luego me puse a investigar e  incluso encontré el canal de Youtube de uno de ellos con videos como los que podría subir cualquier otra persona. Entender que no hay que estar loco para matar a alguien me parece lo más terrorífico.  Por ejemplo, cuando encontré a este amigo del colegio, que había estado en la cárcel, me impresionó saber que el peligro hubiese estado tan cerca. Me hizo pensar en qué hubiese pasado si yo me hubiese quedado en Bilbao, en si me hubiese traicionado.

 

¿Tuviste miedo a que el libro fuese tratado de un modo sensacionalista o que pertenecer a una familia símbolo de la burguesía vasca influyese a la hora de leerlo?

Sabía que era un libro que se podía malinterpretar pero estaba muy a gusto con la editorial. Mi editora es una persona muy exigente y sabía que le gustaba por cómo estaba contado, no porque pudiese tener tirón, el tirón que se le puede suponer a todo lo que habla de E.T.A. Yo me sentía apoyada porque sabía que creía en mí para este libro y para lo que pueda escribir en un futuro. Me gustaba Caballo de Troya porque además me parecía que no era el canal más previsible por donde debería aparecer un libro como este.

Mi apellido muchas veces ha sido un peso porque sentía que me podían prejuzgar. Durante mucho tiempo he vivido de espaldas a mi historia familiar, como queriendo decir que yo era otra cosa, pero esto al final es perjudicial. Uno es un poco preso de sus raíces, de algún modo esas cosas también están en ti. Luego tú tienes que decidir qué hacer con ello, dónde lo quieres poner, pero no se puede tapar ni obviar.