— Todo cambiará cuando muera Fidel.

— Todo cambiará con la apertura americana.

— Tengo que ir antes de que Cuba deje de ser Cuba.

 

Esta ansiedad recorre las conversaciones sobre la República de Cuba, una nostalgia anticipada que parece tener su origen en la resaca y foto aún viva de la caída del muro de Berlín. Esta tónica lleva marcando las conversaciones desde hace décadas: se ha previsto un colapso del régimen actual, su cultura, su modus vivendi, su aparente y alabada autenticidad que según algunos se origina en que a la isla de Cuba no le parpadea el tiempo. Se delira viendo un Puerto Rico, un Miami malogrado. Se prevé la pérdida del rico argot cubano para ser suplantado por un spanglish comprado en una tienda de chucherías. Como si se tratara de la imagen de dos trenes que se aproximan a cámara lenta hasta su impacto, parece inevitable que no ocurra: ¡esta Cuba se va a acabar! Esta entrada viene a plantear lo contrario, a intentar desmontar los dogmas de esta profecía fundada en cimientos más supersticiosos que argumentativos. Si bien, como en todos los lugares y en todos los momentos de la Historia, se evolucionará, no habrá colapso, ni hay vías para un choque de trenes. Compadres y comadres, ¡queda Cuba para rato!

Única por sí sola, Cuba es incomparable en su proceso histórico y por ende en las derivaciones que han formado a la gente y la identidad de este territorio. Su tamaño no hace justicia al peso que ha tenido esta isla en el mundo. Más valorado que ningún perfume, el aroma de su tabaco lleva saciando imbatiblemente los mejores pulmones desde hace siglos; su ron hace un ejercicio parecido, pero transformando hígados de hierro en corchos; su música ha cruzado todas las barreras lingüísticas, y no hay un país donde no haya sido adorado el cuarto de Tula. Sus deportistas la llevaron al tercer puesto  en el tablero olímpico y sus atletas siguen volviendo con maletas de oros y récords. Mientras gentes de todo el mundo se han partido y se siguen partiendo las caderas intentando imitar cualquier de los tantos pasos cubanos, allí casi se nace con ello. Pensadores, escritores, músicos, y otros personajes únicos no han dejado de brotar de allí, donde crece la palma. Y tampoco ha dejado esa palma de atraer a sus malecones y mogotes a personajes de cada rincón y de toda índole: guerrilleros, filósofos, poetas y aventureros de todas tonalidades.

Cuba es un sitio donde las imágenes oscilan entre la realidad y el sueño que, empañado por su singularidad histórica y multiplicidad de identidades, se ha hecho un centro de atención mundial. Este bastión de simbología y memorias ha generado mucha opinión y sentimiento fuera de sus tierras y más allá de sus mares. Pocos países generan tantos criterios y emociones a los forasteros como Cuba. Y no solo a los que la han visitado, también a los que no, aún más numerosos.

Las circunstancias actuales y el discurso gubernamental dejan entrever una continuada liberación económica y social

La finalidad de esta entrada no es hacer una valoración moral del régimen político y socioeconómico, que me excusen los que crean que es una obligación hacerlo. A pesar de ello, el tema político sigue siendo muy relevante en la discusión sobre la preservación de ese sujeto abstracto e innegable que es esa autenticidad cubana, una singularidad que hierve y se condensa en la punta de la lengua. Los recientes contactos entre Washington y La Habana han traído de nuevo a la primera plana el miedo al fin de la identidad cubana. Es innegable que esta aproximación tendrá sus repercusiones en Cuba, pero no va a convertir sus plantaciones de azúcar en plantaciones de hamburguesas, ni va derrumbar el emblemático edificio Focsa para hacer de él un Sheraton voluminoso. Tampoco van a desaparecer los coches antiguos, ya que son patrimonio nacional y su salida está prohibida. Las nuevas relaciones cubano-americanas suponen un paso histórico que va a presentar oportunidades nuevas y tener consecuencias en el actual paisaje cubano, pero no se debe sobredimensionar este impacto ni entenderlo como el comienzo del fin de una histórica y enraizada cultura cubana.

Hay ciertos sectores estratégicos que el Gobierno actual no está dispuesto a ceder, como son las telecomunicaciones, la educación, la salud o la  energía

El embargo económico impuesto por Estados Unidos contra Cuba en 1960 ha tenido dos grandes manifestaciones: la primera, la prohibición a ciudadanos americanos de visitar Cuba; y la segunda, la cancelación de todas las relaciones comerciales. A pesar de ello, 191 países del mundo han tenido la posibilidad de mantener relaciones comerciales con Cuba, y muchos así lo han hecho. El previsto levantamiento del embargo de los Estados Unidos a Cuba no garantiza que sus empresarios vayan a poder cruzar las noventa millas que les separan sin oleaje. La realidad es que, para cualquier empresa extranjera, hacer negocios y llegar a acuerdos comerciales con Cuba es muy difícil. Hay que recordar que para el socio local, es decir, la administración pública cubana, prima la política sobre la economía y, por ende, el Gobierno no  toma decisiones bajo los parámetros de un razonamiento económico. Por lo que no debemos esperar un blitzkrieg de consumismo americano. La única manera de entrar es a través de una empresa mixta, donde el Gobierno retiene una mayoría del control de la empresa (a pesar de no asumir ninguna parte del riesgo económico) y que supone la imposición de otras condiciones, como las referentes a la contratación laboral. A esto hay que sumarle que hay ciertos sectores estratégicos que el Gobierno actual no está dispuesto a ceder, como son las telecomunicaciones, la educación, la salud o la  energía. Tampoco debemos olvidar la inseguridad jurídica que tiene el país, su historial de incumplimientos legales y el escepticismo que esto va a generar a los posibles inversores. El clima económico en Cuba es delicado y las empresas norteamericanas van a encontrarse con las mismas dificultades que cualquier otra empresa extranjera en Cuba. Hacer negocios prósperos en Cuba es posible, pero difícil, y la demostración de ello es que hay empresas extranjeras en Cuba operando desde hace años, a pesar de que a más de uno se la ha oído decir que «el mejor negocio en Cuba es el que nunca llegas a hacer».

© Jacobo García-Andrade

© Jacobo García-Andrade

La homosexualidad fue prohibida y castigada con centros de trabajos rurales; hoy, la hija de Raúl es galardonada en todo el mundo por su trabajo a favor de los homosexuales y transexuales y el cambio de sexo está incluido en la medicina pública

Fidel se esfumó hace ocho años, cuando una enfermedad le obligó a retirarse de la vida pública. Ha pasado extensos periodos sin ser visto. Muchos ya lo veían muerto y muchos más aún han visto en su figura un muro de Berlín, que por sí solo separa a Cuba de un lado u otro del Muro. Su hermano Raúl ha tomado las riendas del país y ha establecido una nueva dirección de gobierno, principalmente visible con el respiro que han traído las nuevas e inauditas medidas socioeconómicas que ahora permiten a los cubanos viajar, poseer un móvil o vender y comprar su casa en vez de tener que hacer, como hasta hace menos de cinco años, una permuta de casas. Notable también ha sido que la apertura en la microeconomía local hasta la fecha ha beneficiado exclusivamente a los cubanos, y no a los extranjeros. Solo los locales gozan de los derechos a la propiedad privada y el derecho a ser comerciantes independientes. Este fenómeno está transformando el paisaje local al generar una cantidad de oferta de ocio, cultura, vivienda y servicios que hasta la fecha era inaudita y que se está llevando a cabo por las manos de los propios cubanos, no los americanos ni ningún otro extranjero.

Se está observando cambio en Cuba: sí. Es el cómo entendemos que se produce este cambio es lo que sensibiliza este artículo. Las particularidades del caso cubano, sin un precedente histórico similar, hace difícil predecir hacia dónde va esta aparente apertura socioeconómica. Pero en cualquier cosa, esta liberación parece asemejarse más a la evolución de sus correligionarios asiáticos que a la de aquellos de Europa del Este.

Durante los últimos años, Raúl ha fortalecido las instituciones y despersonalizado el régimen, tan encarnado en la figura de su hermano Fidel durante los cerca de cincuenta años que comandó. Raúl ha establecido un límite de tiempo para el mandato del presidente —anunciando su propia retirada para el 2017—, ha formalizado más las estructuras de poder, se ha reunido con un presidente norteamericano, ha bromeado con volver a rezar si el Papa sigue con esa actitud e incluso ha permitido a dos disidentes presentarse a las elecciones municipales. A pesar de estos gestos y de la palpable flexibilización en ciertas áreas, no hay síntomas de que haya un interés del partido por desmontar su aparato y entregar su, hasta ahora, imbatible hegemonía. Al contrario, mientras se libera la economía y se hacen amagos de mayor tolerancia a la oposición, el partido se va descastrizando y no para preparar una transición a la democracia sino para asegurarse la continuidad al ir disminuyendo su histórica y autocrática dependencia hacia los ya octogenarios hermanos. Raúl en su discurso ha reiterado que la figura de máxima importancia en la política cubana es el partido y no ningún individuo y así también lo han reflejado las reestructuraciones internas que ha llevado a cabo para darle más peso al partido y reducir su peso.

Un cambio imprevisto, un colapso total o una guerra civil son casi inconcebibles en un país desarmado, con una sociedad civil independiente muy débil y una oposición tan dispersa como fracturada. No hay realmente un motor capaz de provocar un cambio institucional ni mucho menos unas estructuras capaces de suplantar a las actuales. El acceso a Internet sigue siendo uno de los más controlados del mundo, para los que aún creen que existen las revoluciones tuiteras. No olvidemos que los países que vivieron las primaveras árabes presentaban notables diferencias estructurales con Cuba, incluyendo unas sociedades civiles canalizadas por aparatos religiosos muy fuertes, con mayores recursos de convocatoria y comunicación.

Solo los locales gozan de los derechos a la propiedad privada y el derecho a ser comerciantes independientes

Tampoco debería sorprender el reciente cambio en la política exterior. Históricamente,  los líderes cubanos han sido muy pragmáticos en este sentido. Cuando cayó la Unión Soviética, se liberó también la economía; cuando Venezuela ofreció su petróleo, se tomó y, ahora, cuando el mandato de Maduro peligra y los precios del petróleo colapsan, la hermana Venezuela empieza a ser más prima. John Lennon estuvo prohibido en la isla en los 60; hoy tiene un parque, y una estatua que ha tenido seis pares de gafas (después del último robo, se consideró que vería mejor sin ellas). La homosexualidad fue prohibida y castigada con centros de trabajos rurales; hoy, la hija de Raúl es galardonada en todo el mundo por su trabajo a favor de los homosexuales y transexuales y el cambio de sexo está incluido en la medicina pública. La Zafra de los diez millones fue la heroica epopeya revolucionaria que, comandada por el Che, buscó producir en un año diez millones de toneladas de azúcar. Fracasó, pero se siguió potenciando y vendiendo a los soviéticos a precio preferencial. Por el 2000, cuando sus precios andaban desplomados, Fidel acusó a la que había sido una materia prima esencial en la economía de ser un legado colonial propio de esclavos. Quince años más tarde están abriendo ingenios otra vez. Es un régimen pragmático, bajo la tutela de unos líderes astutos a quienes, de ser necesario, les cuesta poco cambiar de muda.

 Dicho todo esto, las circunstancias actuales y el discurso gubernamental dejan entrever una continuada liberación económica y social. De nuevo, hay un cambio, pero hasta la fecha solo parece haber traído mejorías a su gente. Hay un creciente dinamismo económico local, un enriquecimiento general, mayor abastecimiento y mayores libertades civiles para sus ciudadanos, dentro de un marco seguro y de poca violencia. El cambio refleja una evolución, y no se puede temer que ocurra este cambio por un espejismo que añora  la perdida de la gran autenticidad cubana; Cuba tiene que evolucionar. En 1959 no nacieron ni la historia ni la cultura cubana, ni la va destruir la evolución social, ni la liberación económica. Ni Beni More nació entonces, ni tampoco Compay Segundo, ni Jose Martí, ni sus mil y un héroes que enriquecen los orígenes de la mayor de las Antillas. ¿O es que acaso ningún país del mundo con ciertas libertades económicas tiene autenticidad ni cultura? Es demasiado fuerte para evaporarse entre escaparates de tiendas. Cuba tiene una historia muy singular, marcada por su geografía isleña, su intercambio con Europa, África y las Américas como puerto continental que era, como punto de encuentro cultural, como pie de Norteamérica y cabeza del continente sur, como isla, y por una serie de continuas casualidades singulares que la han definido como algo único. Todos estos sucesos y realidades tan opuestos y al mismo tiempo paradójicos han creado en el presente una realidad con tanta textura y fondo, que con el paso del tiempo han creado un lugar donde coexisten en un mismo espacio realidades contrariadas. Y es en la fricción de estas circunstancias y sus forjados orígenes donde sigue y seguirá chispeando aquella cosa que nos deja inexplicable pero vitalmente atados a lo que es. Cuba.