Este artículo pertenece a la publicación Devenir Mundo, una colección autoeditada por La Grieta. Los siete textos que la componen fueron escritos de manera independiente, pero se entrelazan unos con otros mediante referencias, conceptos y preocupaciones similares. El punto de partida común es el texto comisarial de la exposición de La Colmena de mismo nombre, que fue también utilizado por los artistas para preparar sus obras. La política, la tecnología, la naturaleza, el arte, el cuerpo… todos tienen un papel en la difícil tarea de imaginar el reordenamiento del mundo.

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El hipnótico documental HyperNormalization, del director británico Adam Curtis, toma su nombre de un concepto desarrollado por el escritor soviético Alexei Yurchak. En su libro Everything was Forever, Until it was No More, Yurchak describe el enrarecido clima social y cultural durante los años previos al colapso de la Unión Soviética. Como el propio Curtis explica, tras años de intentos de planear y gestionar una nueva clase de sociedad socialista, los tecnócratas al mando de la URSS post-estalinista se dieron cuenta de que el objetivo de controlar y predecir todo era imposible. No dispuestos a admitir su fracaso, «continuaron pretendiendo que todo seguía el plan establecido». La narrativa oficial configuró entonces una versión paralela de la sociedad soviética, una realidad de cuya falsedad (como en los vídeos caseros de Good Bye Lenin) todo el mundo acabaría siendo consciente. Pero aunque vieran que la economía se derrumbaba y que el discurso del régimen era ficticio, la población tenía que seguir el juego y pretender que era real… «porque nadie podía imaginar una alternativa. Estabas tan imbuido en el sistema, que era imposible ver más allá de él».

Hoy en día, nuestra sociedad está controlada por fuerzas muy distintas. Ya no se necesitan tecnócratas para predecir nuestro comportamiento; los últimos avances de las tecnologías de la información, sumadas a nuestra constante disposición a compartir todo lo que nos ocurre, son suficientes para que sea un poder invisible —y aparentemente no-humano— quien defina y limite nuestro modo de actuar. En el libro Social Media Abyss («El abismo de las redes sociales»), el teórico holandés Geert Lovink —profesor de Media Studies en Holanda y fundador del Institute of Network Cultures—  nos habla del lado de oscuro de las nuevas tecnologías y de las consecuencias de nuestra confianza ciega en la industria digital.

Quizás lo más parecido hoy en día al mito del Nuevo Hombre Soviético sea el actual culto al emprendedor ciberlibertario de Silicon Valley. Estamos acostumbrados a que treintañeros sin corbata nos digan desde sus oficinas con mesas de ping pong que el camino al éxito —tanto personal como colectivo— está en la tecnología. Oponerse a ellos es difícil: ¿quién va a rechazar un discurso que tiene a la innovación y al bien común como supuestas fuerzas motrices? Pero internet hoy se parece poco a aquella tecnología que, en sus comienzos, parecía prometer una fuente de descentralización, democratización y empoderamiento ciudadano. Actualmente, los gigantes tecnológicos de Silicon Valley —encabezados por Facebook y Google— han mutado hacia una economía de monopolio y coquetean con las agencias de inteligencia por el intercambio de nuestros valiosos datos.

Nuestra relación con internet parece ir en camino de convertirse en algo muy parecido a aquellos últimos años de la Unión Soviética. El sociólogo César Rendueles formula esta preocupación al cuestionar las capacidades de la tecnología para garantizar un espacio plural y abierto: «la ideología de la red ha generado una realidad social disminuida», podemos leer en su libro Sociofobia: El cambio político en la era de la utopía digital. Lovink comparte el «escepticismo sano» de Rendueles al elaborar lo que podríamos llamar una «teoría crítica de internet». En Social Media Abyss, inaugura la época post-Snowden —«la versión secular del Dios ha muerto»— como el comienzo de un desencanto generalizado con el desarrollo de internet: es ahora cuando podemos afirmar que «internet se ha convertido precisamente en todo lo que nadie quería que se convirtiese»[1]. Pero a pesar de saber que todo lo que dejamos en la red podrá ser utilizado en nuestra contra, seguimos clikeando, compartiendo y evaluando todo lo que pasa por nuestras pantallas. ¿Podemos mirar con optimismo al futuro? ¿O estamos ya demasiado alineados, demasiado precarizados, demasiado desocializados (y la vez constantemente conectados) como para diseñar alternativas? En palabras de Lovink, «¿qué es el empoderamiento ciudadano en la era de los coches autónomos?»

El año no empieza por buen camino. Los grandes cambios políticos de 2017 están siendo, como ha descrito Amador Fernández Savater, «una suerte de paradoja andante: establishment anti-establishment, élite anti-elitista, neoliberalismo antiliberal, etc». Pero por suerte, la política no son solo procesos electorales. Lovink lleva décadas estudiando las «redes organizadas» que operan fuera de la economía del like: «el truco está en conseguir una forma de colectividad invisible sin necesidad de reconstituir la autoridad». Charlamos con él no solo sobre este degradamiento de las posibilidades democráticas de internet (y de las posibilidades de crear un modelo económico de internet equitativo) sino también sobre cómo diseñar alternativas a este sistema.

Podemos optar por hipernormalizar todo: «aquí no ha pasado nada, sigamos navegando». Cualquier otra opción pasa por teorizar a la vez que avanzamos en nuestros objetivos. La respuesta está en crear «saberes disidentes».

 

Un desencanto radical

Tu último libro comienza con la idea de que internet ha llegado a un abismo, en el que un espacio virtual que prometía capacidades infinitas se ha convertido «en un puñado de apps de redes sociales». Nada evidencia más este deterioro que el hasta ahora indiscutible dominio de la ideología californiana, expuesta por primera vez tras las filtraciones de Snowden, el momento en el que nos dimos cuenta de que habíamos perdido cualquier control pragmático de la gobernanza de internet. ¿Cómo describirías al internet de hoy en día?

Geert Lovink

No quiero responder de manera demasiado cronológica. Pero debido a la velocidad a la que crece internet, es importante preguntarnos: «¿dónde nos encontramos?» Esta era la pregunta que debían hacerse los «pioneros», pero durante mucho tiempo la discusión se centró en la cuestión de «a dónde podemos llegar». Las filtraciones de Snowden, junto con la crisis del 2008, debería llevarnos de vuelta a la pregunta original: ¿dónde se encuentra internet ahora?

Me gusta entender el internet como una ideología facilitadora. Esta noción viene de Arthur Kroker, un filósofo canadiense que sigue la línea de Marshall McLuhan. Obviamente, internet no es una fuerza represiva (menos aún agresiva) dado que no ejerce ninguna violencia física sobre el ser humano. Lo que hace, en cambio, es facilitar.

Desde la década del 2000 y la aparición de la Web 2.0, el desarrollo de internet se ha centrado principalmente en su aspecto participativo. En todas partes, se nos incita no solo a crear un perfil, sino a que intervinamos, digamos algo, hagamos clic, demos Me gusta… Internet, hoy en día, es una enorme máquina que seduce al usuario medio sin que necesariamente la gente se dé cuenta de que lo que hacen crea una enorme cantidad de datos.

 

El hecho de que no sepamos para qué se usan esos datos parece ser el aspecto problemático. Precisamente una de las frases más destacables de tu libro dice que «el reto del mañana no será la omnipresencia de internet, sino su invisibilidad. Es por eso que el Gran Hermano” es el enfoque equivocado». En internet, el poder opera en el «inconsciente colectivo», de manera más sutil que una fuerza represiva. De hecho, «la élite tecnológica de Silicon Valley rechaza el poder de gobernar», dices; «su objetivo es que se respete el derecho de sus empresas de perseguir sus intereses sin injerencias». ¿Cómo explicas este fenómeno?

Incluso tras la victoria de Trump, puede verse cómo estas élites toman la posición clásica de no gobernar. Esta es una nueva forma de poder, porque no es del todo foucaultiana. Por mucho que nos gustase pensar que el único problema es la vigilancia —y la NSA sin duda nos invita a pensar de esa manera—, internet es de algún modo post-foucaultiano. Si lees las últimas obras de Foucault, este nos invita a pensar en esa siguiente fase, a verla como una Tecnología del Yo. Este sería el punto de partida para entender el tipo de estructura de poder en funcionamiento, porque es facilitada desde la posición subjetiva del usuario. Este es un punto muy importante. Todas las proposiciones y arquitecturas de red de Silicon Valley parten de ese supuesto.

Hoy en día, la vigilancia es para las masas y la privacidad para las clases altas

En cierto modo, esto nos invita —a los activistas, programadores y frikis— a provocar a internet para que muestre su otra cara. Pero para el usuario común, esta otra cara no está ahí. Y hay que tener en cuenta que cuando hablo de común, me refiero a muy común. Si observas la estrategia general, particularmente la de Facebook, el objetivo son los últimos mil millones, un grupo compuesto por personas que están muy por debajo del umbral de la pobreza. Cuando hablamos del usuario común, ya no hablamos de clase media. Esto es algo a tomar en cuenta, porque necesitamos acabar con esas ideas obsoletas: que internet es una tecnología elitista, que solo los ricos tienen ordenadores, que el smartphone es un símbolo de estatus, etc. Hablamos de un usuario medio en lo más bajo del nuevo régimen del «uno por ciento», con muchas dificultades para sobrevivir.

Así que cuando hablo de invisibilidad, me refiero a que este grupo de gente (y estamos hablando de miles de millones de personas en todo el mundo) se ven forzados a integrar el internet en su lucha diaria. Esto es lo que lo hace muy, muy serio. Ya no estamos hablando de un «problema del primer mundo». Se trata de un problema de personas que tienen que luchar cada día por su supervivencia económica, pero que además tienen que preocuparse de su privacidad.

A eso me refiero con facilitar. Cuando hablamos de facilitar, hablamos de tecnologías vitales para la supervivencia. Este es el contexto en el que estamos operando cuando oímos que internet se ha democratizado. En realidad, no es que ya no exista una brecha digital, sino que esta se manifiesta de otra manera: ya no se trata de quién tiene acceso y quién no. Se trata de servicios, comodidad, velocidad… y vigilancia. Hoy en día, la vigilancia es para las masas y la privacidad para las clases altas. Y la capacidad de estar desconectado es para los que están en lo más alto de las clases altas. Esta relación solía estar invertida. Y estos son problemas muy relevantes para activistas de la sociedad civil y para defensores de la privacidad en la red.

 

Lo Social en las redes sociales

Esto nos lleva al asunto de «lo Social» en las redes sociales. Lo llamas un «contenedor vacío», afectado por el «giro desde el uso de hipervínculos basados en el HTML en la red abierta hacia los Me gusta y las recomendaciones que tienen lugar en sistemas cerrados». Ante esto, apelas a una redefinición de lo Social alejado de Facebook y de Twitter. ¿Puedes desarrollar esta idea?

Es muy difícil imaginar cómo contactar hoy en día con gente fuera de las redes sociales. En teoría aún es posible. Pero aunque miremos, por ejemplo, a los servicios de correo electrónico, como Hotmail, Yahoo o Gmail, estos también están integrados totalmente en el modelo de las redes sociales y son, de hecho, sus precursores. El problema realmente empieza con el aspecto monopolista de la plataforma: el agregador invisible funcionando en segundo plano del que la gran mayoría de usuarios no tiene ni idea. Incluso los expertos tienen serias dificultades para entender cómo funcionan estos algoritmos.

En este campo, donde hay muchos académicos pero casi ningún crítico, hay una enorme sobreproducción de experiencias y prácticas en la vida real

¿Por qué no ha habido ningún intento desde la ciencia política o la sociología, al menos que yo conozca, de teorizar sobre lo Social en las redes sociales? Obviamente esto se debe a que lo Social en términos científicos se ha visto reducido a una cuestión de clases. Pero la idea de que lo Social se puede construir… la sociología tiene verdaderos problemas para entender esto. Históricamente, esta ha entendido que lo Social se formaba a través de la tribu, el partido político, la Iglesia, el barrio, etc. Ya conocemos todas las categorías clásicas. Quizás los más modernos hablan de subculturas o de asuntos de género. Estas son las «nuevas» configuraciones.

Pero la idea de que las tecnologías de la comunicación pueden construir y configurar lo Social como tal, a pesar de los muchos esfuerzos de científicos y teóricos de la tecnología, les ha pillado por sorpresa. Creo que esto se debe a la velocidad y a la escala; la velocidad a la que la industria se ha establecido y la escala de algo como Facebook, que hoy en día conecta a casi dos mil millones de personas. Si oímos eso hace 20 o 30 años, habría sido muy difícil de imaginar, cómo una sola compañía puede hacer eso.

 

Algo evidente en tu trabajo es la necesidad de tomarse en serio la tecnología. En lugar de caer en la trampa del «romanticismo analógico» —o en su alternativa, el «solucionismo»—, estás interesado en las «redes organizadas» de hoy en día, porque las nuevas tecnologías están aquí para quedarse, las queramos o no. Ante esto apelas a la importancia de la teoría. «Lo que nos hace falta es una imaginación colectiva (…). Tenemos que desarrollar saberes disidentes», dices. ¿Cuál es el papel de la teoría en todo esto? ¿No hay un sentimiento de urgencia para actuar ya mismo?

La urgencia es sentida por los jóvenes. Yo solo puedo señalar hacia varios experimentos que se están desarrollando ahora y que podrían decirnos algo sobre otros posibles modelos. Lo importante ahora es relatar las historias de aquellos que están intentando crear estos modelos alternativos e intentar entender qué ha salido mal, de modo que esas experiencias sean visible para todos los que quieran participar en esta discusión.

En este campo, donde hay muchos académicos pero casi ningún crítico, hay una enorme sobreproducción de experiencias y prácticas en la vida real. Sin embargo, casi no hay reflexión sobre lo que está pasando. Esto se debe en parte a que la gente que construye estas tecnologías son muy emprendedoras o frikis y no tienen necesariamente una visión global. Esa es nuestra tarea, a eso aspiran proyectos como la red MoneyLab.

La industria no está cambiando lo suficientemente rápido como para acoger a un creciente grupo de trabajadores precarios

Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, en el Mobile World Congress 2016

El modelo económico de internet

Uno de los grandes problemas de esta falta de teorización, como dices en tu último libro, es que internet no fue diseñado con un modelo de ingresos en mente. Pagamos por el acceso a la red, el hardware y el software pero no por el contenido, así que cada vez hay menos oportunidades para poder vivir de su producción. Lo llamas «capitalismo anticipatorio»: «si lo haces, el negocio llegará», nos dicen. Lo más sorprendente es que, como tú mismo viviste, esta situación ya se daba hace décadas y no parece haber cambiado. Esta falta de rumbo ha dado lugar a una serie de contradicciones; por ejemplo, el trabajo freelance, «simultáneamente denunciado como explotación neoliberal y alabado como la fuente de libertad del trabajador creativo».

En cierto modo, internet tiene hoy un modelo financiero muy tradicional. Este se basa esencialmente en la publicidad dirigida, la cual ya existía en el pasado, aunque no estaba enfocada en el individuo. Esto me pilló por sorpresa porque, especialmente en los inicios de la década del 2000, creía que la publicidad en el contexto de internet estaba más o menos muerta y que no había mucho más allá del banner. Por supuesto, también estaba el e-commerce pero eso es algo diferente, porque ahí estás comprando algo, hay una transacción de dinero real.

Lo que aún queda por resolver —y no se ha avanzado mucho desde los 80— es el problema de cómo pagar a la gente que produce el contenido. La industria en su totalidad no está cambiando lo suficientemente rápido como para acoger a un creciente grupo de trabajadores precarios. Podemos ver algunas soluciones en el horizonte, yendo en direcciones distintas, pero de nuevo en frente están los servicios gratuitos de Facebook, Google y todas esas compañías basadas en la publicidad y en la venta de macrodatos, que siempre intentarán sabotear o frustrar su implementación, porque, obviamente, no entra dentro de sus intereses que estos nuevos modelos funcionen.

Lo único que podemos decir es que, por suerte, desde 2008, muchas iniciativas se están moviendo en diferentes direcciones. Y cuanto más lo intentemos, más seguros estaremos de que, en algún momento, algo funcionará. Esperar a que la industria decida resolverlo no va a funcionar porque, de nuevo, sabemos que los grandes actores intentarán frustrar estos desarrollos antes de que acaben con su modelo de negocio.

Estas estrategias solo funcionarán si se convierten en ubicuas, si se integran de alguna manera en la táctica de ser invisibles

El problema con algunos de estos avances, como el crowdfunding, es que mientras son presentados como modelos alternativos, no solucionan el problema de que no se pague por el contenido producido.

Lo que ocurre con el crowdfunding es que, aunque puede funcionar (y sé que ha funcionado para muchos amigos míos), solo funciona una vez. Es muy difícil de repetir. Encuentro más interesante el modelo de Patreon, en el que los donantes se suscriben a tí como artista, o escritor, o revista, y tienen la posibilidad de financiarte de manera sostenida. Internet tendría que haberse desarrollado a través de un modelo de suscripciones, pero eso no pasó y creo que ha sido una oportunidad perdida. Y aunque este modelo vuelva en unos años, varias generaciones, incluida la mía, ya habrán sido marginadas. Por el momento, todavía se nos exige contribuir a internet, digitalizar todo el contenido, debatir y organizarnos en la red… sin obtener nada a cambio.

 

Algunos de estos modelos, sin embargo, pueden confundirse con un acto de caridad.

Por ahora, mientras estemos en modo de defensa, cualquier intento de poner el problema del modelo de beneficios sobre la mesa y de que el dinero vuelva a las manos de los productores de contenido es una buena noticia. Kim Dotcom, por ejemplo, está planeando el lanzamiento de un sistema de recompensas conectado a bitcoin. Naturalmente, se dirige a una cultura más amplia y mainstream. Pero también hay otras alternativas en el lado más oscuro, como Steemit, un experimento de criptodivisa que también funciona bajo la idea de que si te gusta lo que lees, pagas por ello.

Primero debemos entender que estas estrategias solo funcionarán si se convierten en ubicuas, si se integran de alguna manera en la táctica de ser invisibles. Porque si no lo son, si una y otra vez el pago tiene que ser un acto consciente, no funcionará. Estos pagos, o esta redistribución de la riqueza y de la atención, tienen que ser parte de un sistema automatizado. Tenemos que utilizar todo el potencial que los ordenadores nos ofrecen para que no siga siendo un «regalo» puntual. Porque no es un regalo. No estamos hablando de caridad.

 

Diseñar alternativas

Así que tenemos una juventud precaria, con altos niveles de desencanto y poca capacidad de concentración, viviendo en un sistema que parece absorber cualquier alternativa y salir aún más fuerte de las crisis.

Parece que las redes sociales y la industria del emprendimiento están diseñadas para la no revuelta. Porque «todos somos Facebook»: tú eres el usuario todo el tiempo. Algunos dirían que, para salir de esta, todo lo que tenemos que hacer es dejar de usar estas plataformas. ¿Es este el camino adecuado?

Me resulta difícil hacer afirmaciones morales por cómo se ha llegado hasta aquí. El éxodo de Facebook, por ejemplo, es un movimiento con una larga historia. Yo mismo lo abandoné en 2010, seis años después de su lanzamiento. Ya por entonces me sentía mainstream porque me fui con otras 15.000 personas, así que tenía la impresión de ser el último en abandonar. Esta discusión lleva con nosotros mucho tiempo y parece, especialmente aquí en Holanda, que nunca ha sido demasiado productivo apelar a este éxodo masivo.

El enfoque del que estoy particularmente a favor es el de los grupos más pequeños, las «redes organizadas», que no operan necesariamente a la luz de las grandes plataformas. Esto lo menciono porque, si empiezas a operar ahí, comprobarás que la misma plataforma te invita a entrar en su lógica de crecimiento hiper-rápido. Para los movimientos sociales, esto es algo muy atractivo.

 

Así es, parece que hoy en día todo se mide por el número de seguidores, incluso los movimientos sociales.

Exacto, ya no podemos distinguir a los movimientos sociales de los seguidores. Esta es la trampa en la que nos encontramos, por lo que, en cierto modo, nuestra tarea es volver hacia nuevo entendimiento de las redes, grupos y células más pequeñas. No debería sorprendernos que ahora se hable de ir hacia a un nuevo tipo de localismo, porque la manera más fácil de construir estos grupos más pequeños es apelando al entorno local. Aunque eso no es necesariamente a lo que me refiero: también me puedo imaginar redes translocales más reducidas.

El truco está en centrarse en tu objetivo principal sin ser atrapado por la lógica seductora de la red y de las plataformas. Tienes que ser fuerte, porque estas son como una sirena que te seduce mientras estás atado al barco; pero su lógica no jugará a tu favor en el corto o en el largo plazo.

¿Podemos construir una estructura autónoma que mantenga la energía, que pueda prolongarse en el tiempo?

En un artículo en la revista open!, titulado «Antes de construir el avant garde de los comunes», defines a estos como una «meta-estructura estética», una colección de docenas de iniciativas y grupos que se agrupan pero que también están en tensión. ¿No hay lugar, o necesidad, para algún tipo de plan colectivo?

Aquí es donde entramos en el debate de la organización. Hay gente que dice que sí; la respuesta más obvia es el partido político. Pero el partido político no es una red, sino una plataforma. Evidentemente, hay varias maneras en las que se puede llevar a cabo y en muchos países existen distintas tradiciones sobre cómo configurar un partido político, pero esto no es necesariamente lo que tengo en mente. Aún estoy tratando de comprender cómo se puede organizar lo Social con un componente de partido político, sin que ello se vea reducido o sobredeterminado por este.

No hablamos otra vez de la vieja división entre socialistas y anarquistas, o entre la calle y la institución. Lo interesante ahora es: ¿podemos construir una estructura autónoma que mantenga la energía, que pueda prolongarse en el tiempo? Esta es la gran pregunta tanto para las redes sociales como para los movimientos sociales. Estos últimos aparecen y desaparecen constantemente.  Por un lado, la velocidad es emocionante si estas dentro, tiene un lado seductor, y esto está lógicamente relacionado con el efecto de la red. Pero la frustración entonces también es muy grande, porque si vuelves una semana después puede que ya no esté ahí.

 

El problema entonces se da cuando el efecto se queda en las redes sociales y no se traduce a otras esferas. «¿Cuándo dejamos de buscar y empezamos a hacer?», te preguntas en tu libro.

Esas otras esferas son muy diversas, incluso en términos de relaciones sociales entre personas, capacidades de organización o políticas públicas, por ejemplo. El debate clave sigue siendo la perdurabilidad. Intenta algo que pueda durar un año, adelante. Eso sí que transformaría algo. Hablo de ese tipo de compromisos, de este tipo de expresiones de lo Social.

 

En España tuvimos el movimiento de los Indignados en 2011. Creo que uno de los éxitos de ese movimiento fue mostrar a mucha gente qué más había «ahí fuera». Y, aunque durante un tiempo parecía que se estaba desvaneciendo, fue de hecho la raíz de una variedad de redes más pequeñas que hoy vemos traducidas en un puñado de iniciativas, no todas exclusivamente políticas —aunque la discusión se haya visto fuertemente monopolizada por la dicotomía de calleinstitución. ¿Hay algo que aprender de estas iniciativas?

De nuevo, en lo que estaría realmente interesado es en leer qué ha estado pasando, para que la gente no solo de fuera sino también de dentro de España se enteren. ¿Qué ha funcionado y qué no? Cuéntame la historia y compártela con otros. Este es el camino hacia adelante. Uno de los problema está en encontrar el detonante, ver dónde pueden acelerarse las cosas, dónde pueden desarrollarse nuevas formas de organización. Pero repito que esto solo pasa, creo, si lo intentas. Si no lo intentamos y solo esperamos nada pasará jamás. Este es el mismo problema que con el modelo de beneficios de internet: «prueba algo, hazlo», porque no se va a resolver por sí solo, más aún con los asuntos más políticos y sociales.

Aún creo firmemente en las experiencias más locales, porque incluso el movimiento de 2011, donde se estaba desarrollando una dinámica muy interesante, no era necesariamente local. Y esa experiencia todavía está por venir. Por ahora, parece que todo está más definido por estilo de vida, por generación o por algún tipo de descontento general, un sentimiento muy difuso de que «esto no puede seguir así». Normalmente, esto significa que la gente empezará a activarse cuando sepan que tienen muy poco que perder y piensas que «la situación actual no me va a reportar nada en el futuro inmediato». Este es el momento en el que puedes compartir tu descontento con otros y empezar a activarte y a poner las cosas en movimiento. Y es posible, incluso, que la tecnología juegue un papel menos importante y que por fin nos olvidemos de esa idea ingenua de que hubo «revoluciones de Twitter y de Facebook».

¿Qué pasaría si nos tomamos las redes sociales muy en serio, tan en serio que se vuelven parte de los servicios públicos?

El año pasado escuché decir a Pierre Lévy en una videoconferencia en Medialab Prado que quizás una mejor estrategia sea utilizar las redes sociales y aplicaciones existentes en lugar de intentar constantemente que el público se cambie a otras plataformas. ¿Es esto demasiado optimista?

Bueno, antes de todo, cuando el momento llegue y la gente se vea forzada a hacer algo, algo pasará independientemente de dónde pase. Independientemente, también, de lo que pensemos Pierre Lévy o yo. Si piensas en las necesidades y en el devenir de la historia en base a estas, esa pregunta quizás no sea tan importante.

Yo hablo desde un nivel mucho más conceptual. Debemos tener un punto de vista a largo plazo en el cual estén basadas todas estas alternativas, y después pensar cómo podemos desarrollarlas más aún en diferentes direcciones. Sabemos que estos conceptos son muy importantes para la tecnología. Es por eso que enfatizo nuestra necesidad de llevar a cabo muchos experimentos y de dar parte de ellos. En un plano más amplio, cuando hablamos de grandes eventos o cambios, todos estos conceptos pueden no parecer muy relevantes, pero si das un paso atrás y piensas de manera más evolutiva cómo se han desarrollado estas tecnologías, sí que son relevantes. Piensa en lo que podría haber pasado si hace 20 o 30 años se hubiera reflexionado más acerca del problema del modelo de beneficios de internet, por ejemplo. Eso podría haber afectado positivamente a millones de personas.

Hay también otra lectura posible. Entiendo que Pierre Lévy diga que deberíamos utilizar las tecnologías existentes de manera más eficiente. Pero obviamente está la otra corriente que dice que solo podemos utilizar las redes sociales actuales de manera más emancipadora si socializamos estas plataformas, si realmente tomamos el control de su propiedad. Esta es una proposición muy interesante y radical sobre la que ya hay personas trabajando. ¿Qué pasaría si nos tomamos las redes sociales muy en serio, tan en serio que se vuelven parte de los servicios públicos? Esta es una propuesta interesante en la que no se enfatiza tanto en las alternativas o en el nivel conceptual.

De todas formas, diría que aunque se socialicen, habría una necesidad imperiosa de reformarlas desde dentro. También he teorizado mucho acerca de esto. Creo que donde fallan las redes sociales es en que no ofrecen ninguna herramienta, lo cual es una gran decepción. Google es un poco más interesante en lo que a esto se refiere, probablemente porque viene más del ámbito de la ingeniería… pero precisamente por eso Google ha fallado tantas veces en el campo de las redes sociales, a pesar de que ha llevado a cabo varios intentos. Así que sería interesante investigar más a fondo sobre cómo este servicio y esa naturaleza invisible se relaciona con una utilización más consciente de las herramientas que proporcionan.

Estas son las dos direcciones que, por el momento, parecen bastante contradictorias. Por un lado tienes todo un desarrollo tecnológico, que claramente va camino de la invisibilidad; mira por ejemplo al Internet de las Cosas. Por otro lado está el asunto de la democratización y la politización de la herramienta. Estas dos estrategias no tienen que ser necesariamente opuestas, pero por el momento parece difícil reunirlas.

[1] ^ Las traducciones del libro de Geert Lovink, Social Media Abyss (Cambridge: Polity Press, 2016) son propias.