Esto es un viaje que no cuesta nada. Bueno, cuesta tiempo, y con el tiempo no se juega ni se malgasta, así que en compensación os llevo de viaje en mi carabela particular, ¡no necesitaréis nada para seguirme en esta travesía! Los remeros serán vuestros ojos y las olas del mar vuestros oídos.
En la historia de la música moderna, nunca (o casi nunca) es una única mente la que funciona y aporta la fuerza motriz suficiente como para que los sonidos sean considerados algo reseñable. Siempre hay un equipo detrás del genio, una banda que le evita caer en su grandilocuencia y que además mantiene firmes las bases de esos sonidos y prolonga su vida a lo largo de los años, transmitiendo su creación de oído a oído.
Aretha Franklin (considerada la reina indiscutible del soul) no habría sido la misma si no hubiese grabado Respect con un pequeño grupo de chavales caucásicos de un pueblecito en Alabama, Muscle Shoes, los llamados The Swampers. Aún siendo una banda de blanquitos, pudieron aportar la fuerza y la robustez del soul más puro y más influyente de la época.
Otras veces sale sin avisar, sale de dentro, como algo imparable y bestial. De repente el azar, el tiempo o la necesidad imperiosa de la búsqueda de sonidos novedosos propicia la unión de dos grandes mentes musicales que marcan una muesca en la historia. En este viaje no solo descubrirás cómo grandes músicos se codean con grandes desconocidos sino colaboraciones entre personas que ya deslumbraban al mundo con sus creaciones.
Una noche, navegando por Internet, se me ocurrió buscar parejas musicales influyentes, encontrándome a mí mismo escuchando listas fumigables, entre las que destacaban Pitbull con Rihanna, Carlos Baute con Marta Sánchez o Alex Ubago con Amaia Montero.
Y pensé, ¿de verdad?
Me puse a hacer retrospectiva de cuáles habían sido, en mi humilde opinión, aquellas parejas de músicos que juntos hicieron historia. Y ha salido esto. Dejaré para otro día las colaboraciones grupales o los tríos, por la ingente cantidad de grupos y bandas organizadas entre músicos increíbles. Iremos cronológicamente, desde los años 50 hasta hoy, viajando por el blues, el jazz, la trova cubana, el rock sureño, la bossa nova, la música africana, el flamenco y alguna sorpresa más.
1949. Pregúntale al polvo
Todo empezó (de alguna manera) con el blues. Corría el año 1949 y Leonard Chess montaba de la nada Chess Records, discográfica que sacó del árido Mississippi a Muddy Waters, un afroamericano que berreaba blues mientras dejaba caer el azadón sobre el terreno del sur. Después de una grabación producida por Alan Lomax para la Biblioteca del Congreso y su colección del folk americano (grabó entre otros a Leadbelly y a Jelly Roll Morton), Muddy se armó de valor y viajó a Chicago, donde empezó a ganarse la vida tocando en la calle.
La colaboración de Muddy Waters con Little Walter provocó un sonido que revolucionó por completo el panorama musical moderno
Aunque empezó a grabar temas a principios de los años 40, no fue hasta 1950 cuando Leonard Chess descubrió que había un señor que tocaba un slide capaz de hacer sudar hasta a un muerto. La primera grabación que se hizo de Muddy, producida por Mr. Chess, fue en 1960, en el Newport Jazz Festival y se considera el primer álbum de blues en directo.
No es que Muddy tuviese una pareja con la que consolidase todo su sonido, pero su colaboración con la armónica repleta de alcohol de Little Walter (“Juke”, 1952; o “My Babe”, 1955) le dio un sonido que revolucionó por completo el panorama musical moderno. Ambos se convirtieron en la pareja de músicos más rompedora de la escena del blues e influyeron a cientos de músicos, incluyendo a los Rolling Stones, quienes adquirieron el nombre por una canción de Muddy llamada “Rollin’ Stone”.
Aportaron desde sus perspectivas musicales más puras y humanas un estilo de música que rompía con el blues arenoso y crudo de Son House, Leadbelly o Robert Johnson; Muddy Waters y Little Walter habían creado el blues moderno.
Es recomendable echarle un ojo a la película Cadillac Records (2008), donde su director Darnell Martin realiza un interesante viaje por las vidas de Muddy Waters, Little Walter, Howlin Wolf, Etta James y Chuck Berry (que es, para mí, el verdadero creador del rock’n’roll). En la película también vemos cómo todos fueron impulsados por Leonard Chess para conseguir la gloria, la fama y, más tarde, la destrucción.
1956. Agarra una escala y hazla gemir
El tiempo pasa y llegamos al agosto de 1956, cuando sale a la luz un álbum que se convertiría en una de las mejores ideas musicales del siglo. Ella Fitzgerald y Louis Armstrong graban Ella & Louis, una selección de 11 baladas que contaba con la increíble colaboración de Oscar Peterson (piano) y su cuarteto. Ya habían colaborado en el año 1940, pero esta era la primera vez que ambos se juntaban para grabar un disco entero, el primero de los tres que grabarían, junto a Ella And Louis Again (1957) y Porgy and Bess,(1958).
«No puedes tocar nada con la trompeta que Louis no haya tocado ya» – Miles Davis
Louis tuvo el reconocimiento del mundo del jazz desde joven, siendo su etapa más prolífica la de los años 20, cuando revolucionó por completo el sonido de la trompeta. Como diría Miles Davis años después: «No puedes tocar nada con la trompeta que Louis no haya tocado ya». Era conocido por todos como Satcho (abreviación de satchel-mouth, un pez con la boca enorme, debido a su sonrisa amplia y llena de dientes), arrastró el jazz hacia el swing y la música hacia los oídos del mundo entero.
Ella Fitzgerald consiguió con tan solo 21 años ser directora de orquesta durante tres años. Su voz se introducía no solo en el jazz si no en todo tipo de estilos (blues, pop, góspel, bossa nova), y concedía registros tan brillantes que llegó a ganar 13 premios Grammy, convirtiéndose en una de las voces más relevantes de la historia del jazz junto a Billie Holiday y Sarah Vaughan.
Juntos convirtieron la balada jazz en una experiencia sonora increíble, la mezcla entre la delicada y poderosa voz de Ella con el característico timbre de voz de Louis, que te agarra, desde muy dentro para elevarte a lugares que no conocías. Un álbum sorprendente y fresco grabado hace casi ¡60 años!
«If the skies are grey / as long as I can be with you / it’s a lovely day»
(Da igual si el cielo está gris/ mientras esté contigo/ es un día perfecto)
1958. Aunque sea tan solo un pedazo de paz
En el año 1958, Bill Evans, pianista con una sólida educación clásica, grababa el segundo álbum de estudio, Everybody Digs Bill Evans. Cuando Miles Davis escuchó el álbum, en concreto el tema de “Peace Piece”, decidió invitarle a formar parte de su banda para grabar Kind of Blue (1959), considerado por muchos el mejor álbum de la historia del jazz. Aunque para gustos, los colores.
«El romanticismo tratado con disciplina es la más hermosa de las bellezas» – Bill Evans
Bill no solo realizó casi todos los arreglos armónicos junto a Miles en el disco, sino que le aportó ese Evans touch tan característico que le dio al álbum un aura especial y mágica. Muchos detractores de Bill lo veían como un romántico empalagoso que rociaba de perfume sus obras, pero nada más lejos de la realidad; su cualidad es la lírica que se insinúa al piano, o como dijo el mismo Bill, «el romanticismo tratado con disciplina es la más hermosa de las bellezas».
Después de la grabación con Miles, este empieza a ayudar a Bill con la creación de su nuevo trío, que empezó con el batería Paul Motian, el cual recomendó a un contrabajista para tocar con la banda. Seguimos en 1959 y Bill Evans ya tenía a su compañero perfecto, un chaval de 23 años llamado Scott LaFaro.
Musicalmente, Scott es la panacea de Bill, se encuentra en el mismo estrato que su piano, se imitan, se doblan, se comentan las jugadas, en definitiva, dialogan. Ambos reducen la música a pequeñas pelusas de ternura intrínseca, no una ternura como el placer del desnudo sexual, sino como una prolongación y una modificación tan sutil e incansable que casi sugiere a gritos su perduración en el tiempo infinito.
Evans y LaFaro crearon sonidos vagando entre las sombras, brillando originales entre galaxias y pupilas de gozo, como si de la salvación se tratara
Y llega 1961, 25 de junio, Nueva York; esa misma noche y en la misma sala de conciertos, The Village Vanguard, se grabaron los temas que formarían parte de los dos álbumes en directo Sunday at the Village Vanguard y Waltz for Debby. Antes de publicar ese material grabado por Orrin Keepknews, el trío tenía otros dos trabajos, Portrait in Jazz y Explorations, en los que se intuía el genio de los músicos. Pero no es hasta escucharlos en las grabaciones de ese 25 de junio cuando se percibe la increíble marcha sonora que se estaba gestando, y que dio lugar a una improvisación genuina y colectiva.
Motian aportaba la base con sus escobillas, mientras Bill y Scottie flotaban por encima de todas las mentes y los oídos. Crearon sonidos vagando entre las sombras, brillando originales entre galaxias y pupilas de gozo, como si de la salvación se tratara.
Diez días después, Scott LaFaro moría en un accidente de coche a los 25 años. Bill tardó años en volver a tocar con un trío y recayó en el alcohol y en la heroína, drogas a las que se había aficionado a finales de los 50. El sueño del sonido perfecto quedó enterrado bajo el olvido o el tiempo, que no es lo mismo, pero es igual. Parafraseando rápido y breve a Hipócrates diré que Ars longa, vita brevis («la vida es breve pero el arte perdura»).
1964. Saudade, oh, saudade
Llegamos a 1963: una bala mataba a John F. Kennedy y un cohete salía hacia el espacio. Mientras, Stan Getz (saxo) y Joao Gilberto (guitarra y voz) se aprovechaban de la ola que empezaba a crecer alrededor de la bossa nova. Juntos deslizaron sus notas en esa pequeña grieta de la sociedad y de la música y grabaron Getz/Gilberto, una mezcla de jazz y bossa nova que les dio una fama y una repercusión sin precedentes. Pero no era la primera vez que tocaban juntos. Un año antes, Gilberto acompañó algunos temas en la banda que juntaba a Stan Getz y otro gran guitarrista, Charlie Byrd.
En este año (1964), Getz/Gilberto se convirtió en el disco de bossa nova más vendido de la historia con temas como “The Girl From Ipanema”. Como el propio nombre indica, el álbum se presentó como un duelo entre el saxo y la guitarra, pero, para ser justos con la historia, diremos que también estuvieron en la grabación Antonio Carlos Jobim y Astrud Gilberto (mujer de Joao), la cual no salió en los créditos del disco por la supuesta poca relevancia musical que tenía su figura en aquella época. Tras ponerle voz a la chica de Ipanema, el panorama cambió para la delicada Astrud, que siguió cantando jazz y bossa nova y se convirtió en una de las voces más significativas de la música brasileña.
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Hasta aquí ha llegado la primera excursión de este bucanero amante de los sonidos que rescata a los grandes dúos musicales para llevarlos a tierra firme. Cierra los ojos y disfruta de unas vacaciones mentales, porque el viaje no ha terminado. ¡Nunca lo hará!