En estos tiempos polarizados, hay un puñado de afirmaciones que reciben la aprobación abrumadora de todo el espectro político, de hombres y mujeres, de jóvenes y veteranos. «Esta edición de eurovisión no contaba», o «ver retirarse a Iniesta es como perder Cuba y Filipinas». Y también «el cambio climático es uno de los grandes retos de la humanidad». De hecho, el 88 por ciento de los españoles cree que no se está haciendo lo suficiente para combatirlo. Sin embargo, el cambio climático sigue sin colarse entre las principales preocupaciones en el barómetro del CIS, y los españoles buscan, según Google trends, la palabra «feminismo» 10 veces más que «cambio climático», «desempleo» 19 veces más, «educación» 42 veces más e «independencia» se sale de la escala. A mí me pasa igual. Las investigaciones del economista William Nordhaus sobre cambio climático llevan cuatro meses acumulando polvo digital en mi Kindle mientras biografías latinoamericanas se saltan la cola. Y sé que debería leerme de una vez la Stern Review en vez de chismosear sobre la nueva casa de Iglesias y Montero. ¿Por qué nunca priorizamos la lucha contra el cambio climático? ¿Qué podemos hacer para viralizarla?

 

Combatir el cambio climático, apuntarse al gimnasio

Luchar contra el cambio climático es el equivalente político de ir al gimnasio, empezar una dieta vegana o aprender inglés (como el mercado manda). Míralo bien alto en la lista de propósitos políticos de año nuevo. Clave, crítico, esencial. Hoy no toca, pero mañana ya verás… La procrastinación política tiene muchos hijos mimados: la vulnerabilidad del sistema de pensiones, la obsolescencia de los procesos judiciales, las listas de espera sanitarias… pero el inmovilismo medioambiental es su preferido. Este afecto se debe, en mi opinión, a que el cambio climático es un fenómeno (a) global, (b) incierto y (c) continuo.

1. Global: Reciclar, ir en bici al trabajo o usar bolsas de la compra biodegradables está muy bien. Pero el impacto marginal de que lo hagas o no sobre el cambio climático es prácticamente nulo. Miles de millones de personas tendrían que adoptar ese estilo de vida para que algo cambiase. Y aún así, tu conducta individual seguiría siendo anecdótica. Algo parecido ocurre en la esfera geopolítica. Independientemente de lo que hagan el resto de los países, a cualquier país normalito le conviene seguir contaminando. Si los demás son responsables, el cambio climático se mitigará igual sin su contribución. Si todos contaminan como hasta ahora, el mundo se va a pique y achicar agua del Titanic con un cubo no apetece. Por eso, el cambio climático es el mayor dilema del prisionero del mundo. Este es un problema serio de relaciones internacionales, pero en el resto del artículo me centraré en los dos siguientes.

2. Incierto: En La Retórica de la Reacción, Albert Otto Hirschman recorre la historia de la oposición ideológica a las políticas progresistas. Según el polifacético economista alemán, una estrategia popular entre reaccionarios es acentuar la incertidumbre de las tesis progresistas. No es este un ejercicio difícil con el cambio climático. Desde la formulación de la teoría del caos de Lorenz, sabemos que modelizar el clima es un reto mayúsculo. De hecho, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) siempre muestra amplios abanicos en sus proyecciones de la temperatura global. Por algún motivo, la incertidumbre climática parece sosegar a los votantes y atenuar la sensación de urgencia. Por supuesto, la respuesta lógica sería redoblar los esfuerzos. Como señala el controvertido Nicholas Nassim Taleb, más importante que ganar la partida es seguir jugando, y el cambio climático amenaza con sacarnos la roja.

3. Continuo: De vez en cuando, un evento concreto concede un par de columnas al cambio climático: el desprendimiento de un glaciar del tamaño de Murcia, un premio internacional a la fotografía de un pellejo pegado al esqueleto de un oso polar o el desalojo violento de unos ecologistas en la cumbre del G-20. Pero por lo general, el cambio climático es un evento continuo. No hay una fecha límite a partir de la cuál toda mitigación será infructuosa y el Ártico se descompondrá formando un gigantesco Game Over en el Atlántico. Como el colesterol alto, siempre parece que puedes hacer algo mañana para corregirlo… hasta que no puedes. Por ello, los fenómenos discretos (elecciones, aprobación de presupuestos, sentencias judiciales, presentación de resultados…) hacen que el cambio climático chupe más banquillo en los informativos que el tercer portero de la selección en el Mundial.

Campaña para WWF de Draft FCB Toronto

Viralizar el cambio climático

Sintetizado el problema, toca proponer una solución, por modesta que sea. Para ello, emplearemos una analogía de la psicología. El neurobiólogo y primatólogo de Stanford Robert Sapolsky es el divulgador más brillante que conozco. Que no se comercialicen camisetas con su foto sacando la lengua solo puede deberse a un tremendo error de marketing. En Behave, Sapolsky cita un estudio en el que los sujetos permanecen a la espera de recibir una descarga eléctrica involuntaria e indefinida en el tiempo. Pueden, sin embargo, someterse a una descarga voluntaria inmediata, de mayor intensidad, para evitar la espera. Al poco de iniciarse el experimento, empieza a activarse la amígdala cerebral, la región del cerebro más ligada al miedo y la ansiedad. Finalmente, la anticipación del dolor y la incertidumbre empujan a muchos sujetos a aceptar la descarga voluntaria.  

El experimento presenta al menos dos lecciones interesantes para la viralización del cambio climático. La primera es bastante trivial: cuando el dolor futuro se hace tangible (una descarga eléctrica), la incertidumbre pasa de alimentar la desidia a fomentar la acción. De ahí que las campañas publicitarias de Greenpeace o WWF intenten materializar la amenaza con montajes de Manhattan inundado y el desierto de Almería tragándose hasta la campiña francesa. Eso está bien, pero parece tener un efecto limitado en la concienciación ciudadana, que además necesita acompañarse de medidas concretas para luchar contra la amenaza climática.

Necesitamos publicitar medidas efectistas además de efectivas para luchar contra el cambio climático

Por ello me atrae especialmente el segundo elemento crítico del experimento: la descarga voluntaria. En el contexto del cambio climático, la descarga correspondería a medidas duras, incómodas y llamativas. Naturalmente, del mismo modo que la descarga voluntaria evita la involuntaria, estas medidas mitigarían el impacto del cambio climático. Sin embargo, lo más interesante es que, frecuentemente, la búsqueda de medidas dirigidas a solucionar el problema ayuda a visibilizarlo incluso si no se llegan a adoptar. Una analogía inmejorable es la nueva ola de feminismo, que ha logrado anclar recientemente las disparidades de género en la página inicial de la agenda pública. Este logro no se debe exclusivamente a la identificación de las discriminaciones a las que siguen enfrentándose las mujeres en nuestra sociedad, sino que además se nutre del revuelo y visibilidad que consiguen propuestas feministas concretas. Uno puede estar a favor o en contra de las listas electorales perfectamente paritarias o de boicotear las conferencias sin ponentes femeninos, pero sin duda generan debate y ayudan a visibilizar la causa.

En una frase, necesitamos publicitar medidas efectistas además de efectivas para luchar contra el cambio climático. Pero estamos lejos. El medioambiente no era un bloque independiente del programa electoral de ninguno de los cuatro grandes partidos en las últimas elecciones. El PP se limitaba a insistir que se cumplirían los objetivos de emisiones a 2020, porque el PP iba de cumplir objetivos. Una de las medidas estrella de Ciudadanos era crear una comisión de expertos: el antimorbo. Podemos aglutinaba en su paquete contra el cambio climático, entre otras iniciativas, el cierre de las nucleares (legítimo, pero no como limitante de emisiones) o la promoción del autoconsumo (legítimo, pero mucho menos eficiente que la energía renovable centralizada). Nada muy sexy. En cuanto al PSOE, en su programa quedaba claro que querían una economía verde, incluso muy verde, y que eran la izquierda, incluso la muy izquierda. Pero poco más. Podemos hacerlo mejor. Aunque nos pasemos de frenada y lluevan collejas desde las tribunas de Javier Marías o Arturo Pérez-Reverte. Es hora de viralizar el cambio climático.

 

*Imagen de portada publicada por Alto Crew en Unsplash.