Diciembre es un mes de listas, solo hay que registrar cualquier página web, revista, diario o buzón de correos para comprobarlo. Por eso yo, que soy un hombre a la moda (visto barba), he decidido contribuir con este humilde artículo de libros contemporáneos y sexys. No libros que se hayan publicado en 2015, sino que han logrado que estos doce meses hayan merecido la pena. Este año he leído por primera vez a Albert Camus y a Alberto Méndez, ¡empezad por ellos si no los conocéis!, porque me han parecido demasiado grandes para incluirlos en esta lista tan pequeña. Como podéis ver, aunque sea imposible escapar del canon occidental, aquí hay escritores de diversas nacionalidades. De editoriales no hay tanta variedad; lo confieso, soy un gran seguidor de Anagrama, ¿me vais a desterrar por ello, eh?, ¿me vais a desterrar?… [Media hora después]: Tampoco esperéis una justificación especialmente atractiva o lúcida, son mis títulos del año y cada uno quiere a sus hijos por feos que sean.

 

1. El sentido de un final, Julian Barnes (Anagrama)

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Otra novela sobre el recuerdo, sí, como si no tuviéramos suficiente con Carrère, Nothomb o Banville, por mencionar a unos cuantos. Sin embargo, quién puede resistirse a la nobleza de Julian Barnes, a su pluma quirúrgica, que explora las profundidades de la mente de una forma tan reflexiva como precisa, y a esos toques de refinado humor inglés. Al final, la magnitud de esta obra no reside tanto en el discurso sobre las certezas del recuerdo como en el placer de haber leído a Barnes.

«Maestros y padres solían recordarnos irritantemente que ellos también habían sido jóvenes y por tanto podían hablar con autoridad. Es sólo una fase, insistían. Se os pasará; la vida os enseñará realidad y realismo. Pero por entonces nos negábamos a reconocer que alguna vez habían sido como nosotros, y sabíamos que nuestra comprensión de la vida —y de la verdad, la moralidad y el arte— era mucho más clara que la de nuestros comprometidos mayores.»

 

2. Mimoun, Rafael Chirbes (Anagrama)

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Este año he leído gran parte de la obra del escritor valenciano, cuyo fallecimiento en agosto fue, en el ámbito de las letras hispanas, la noticia más penosa de los últimos tiempos. Su primera novela, Mimoun, fue la que más me impresionó. Chirbes pone en confrontación la cultura española con la marroquí y traza con una sencillez admirable una historia que da tan mal rollo que, una vez finalizada, es imposible no seguir dándole vueltas durante semanas. Aquí lo importante es lo que no se dice o lo que se dice sutilmente, y no exagero si afirmo que la teoría hemingwayniana se queda a la altura del betún: el iceberg de Chirbes es una duna traicionera que al tragarte te deja asfixiado, sediento y desvalido.

«—C’est difficile d’habiter entre nous sans famille. Quand il se sent seul, trop seul, loin de son pays, l’homme devient dangereux.

Estábamos de pie en el salón de casa, el policía Driss había apoyado la mano sobre mi hombro y acercaba su cara a la mía. Podía oler su aliento sucio de alcohol. Por un momento llegué a pensar que nuestras caras se rozaban. Entonces repitió:

—… dangereux.

Y me di cuenta de que me estaba amenazando.»

 

3. Hambre, Knut Hamsun (Ediciones de la Torre)

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Hamsun simpatizaba con el régimen nazi; por culpa de eso muchos lectores han sentido prejuicios hacia sus obras. No obstante, se pierde más de lo que se gana si no se lee Hambre, uno de los títulos que integran el fantástico catálogo de literatura nórdica de Ediciones de la Torre. El escritor noruego consigue transmitir el frío, la angustia y la desdicha que padece un joven vagabundo (un Huckleberry Finn con pretensiones literarias al que todo le sale mal) en la antigua Cristianía y nos enseña lo resistentes que podemos llegar a ser cuando la muerte es inminente. También nos transmite compasión, esperanza y la utilidad de organizar nuestros recursos. Una de esas obras que remueven las entrañas. La próxima vez que la lea (porque de una segunda lectura no se escapa), me retaré a hacerlo en invierno, en el banco de un parque y hambriento.

«La última crisis había hecho mella en mí; se me empezó a caer el pelo a grandes mechones, los dolores de cabeza eran más molestos que antes, sobre todo por las mañanas, y mis nervios no se calmaban. Por el día escribía con las manos envueltas en trapos, porque no soportaba mi propio aliento sobre ellas.»

 

4. Camino de Los Ángeles, John Fante (Anagrama)

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El primero de los cuatro títulos de la saga de Arturo Bandini, el álter ego de John Fante, es algo así como una secuela híbrida entre El guardián entre el centeno de Salinger y el Hambre de Hamsun. Esta novela nos habla de desigualdades sociales, de autoengaño, de incomprensión, de cinismo, de resignación, de soberbia…, integrando unas dualidades la mar de interesantes. Nos encontramos ante una historia que alterna la comedia y la tragedia, con un protagonista (Bandini es un Holden Caulfield consumido por la ambición) que causa simpatía y repulsión a partes iguales, que es excesivamente crítico con el mundo pero a la vez acude a su imaginación para refugiarse… Estoy deseando ponerme al día con mi playlist de libros para continuar con Pregúntale al polvo.

« —¡Escritor! ¿Desde cuándo eres escritor? Eso es nuevo para mí. Sigue, esta no la conocía.

—El instinto de escribir siempre ha estado latente en mí —dije—. Ahora está en proceso de metamorfosis. El periodo de transición ha terminado. Estoy en el umbral de la expresión.

—Manda cojones —dijo.»

 

5. Los viernes en Enrico’s, Don Carpenter (Sexto Piso)

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Historias entrecruzadas sobre aspirantes a escritor en los Estados Unidos de los años sesenta: optimistas y triunfadores, pero sobre todo diligentes, oportunistas, aprovechados, vendidos y fracasados. Admiro la elegancia con la que Carpenter hace discurrir el tiempo, lento e inexorable (el peor enemigo del escritor), y cómo sus personajes (mi favorito: el ladrón Stan) evolucionan e inciden en el comportamiento de los demás. Esta novela es como la vida misma: inmensa y con miles de tramas abiertas; sin embargo, cuando uno llega al punto final y pone lo recorrido en perspectiva, tiene la sensación de que el mundo ha puesto a cada uno en su sitio.

«Charlie era uno de los veteranos de la guerra de Corea que asistían a la facultad. Estaba escribiendo una novela larga sobre sus experiencias en la guerra. Era autodidacta pero brillante, y todos pensaban que, del grupo, Charlie era el que tenía más probabilidades de hacerse famoso. Aunque nada de eso le importaba a Jaime. Ella sabía que era mejor escritora que Charlie, pero no había vivido tanto como él.»

 

6. Instrumental, James Rhodes (Blackie Books)

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Jean Echenoz (Me voy), Arto Paasilinna (El año de la liebre) y Sergi Pàmies (Si te comes un limón sin hacer muecas) se han disputado el último puesto de esta lista, que al final he resuelto concederle a James Rhodes. En Instrumental, el pianista inglés cuenta las cosas chungas que le sucedieron de pequeño y cómo fue dando tumbos por la vida hasta rozar el suicidio en varias ocasiones. Su relato me atrapó tanto que se me olvidó tomar apuntes durante las doscientas primeras páginas; además, me ha redescubierto la música «clásica». Ya no concibo un mundo sin el concierto para piano en fa sostenido menor de Aleksandr Scriabin ni sin la sonata para piano n.º 32 en do menor de Beethoven. Bueno, en realidad tampoco concibo un mundo sin rascarme la marca que dejan los calcetines en la piel.

«Le di a la tecla de reproducción y escuché una pieza de Bach que no conocía, que me llevó a un sitio de tal esplendor, de tal abandono, esperanza, belleza y espacio infinito que fue como rozarle la cara a Dios. Juro que en ese preciso instante viví una especie de epifanía espiritual. La obra era el Adagio de Bach y Marcello, creada para oboe y orquesta por un compositor barroco llamado Alessandro Marcello, que gustaba tantísimo a Bach que éste la transcribió para piano solo. Glenn Gould tocaba su Steinway y me alcanzaba desde cuarenta años atrás, desde trescientos años atrás, y me decía que las cosas no solo se iban a arreglar, sino que iban a ser una puta maravilla.»