Lo que va de Siria a Dinamarca son ocho fronteras nacionales o 3.200 kilómetros en línea recta; lo que va de Dinamarca a Siria era un billete en clase turista. Lo que va de Siria a Dinamarca es una columna de refugiados que tendrán que entregar dinero y objetos de valor para cubrir los costes de su acogida; lo que va de Dinamarca a Siria es el éxito del bienestar (democracia, educación, sanidad, medio ambiente, muebles, comida y ropa de diseño) protegiéndose del fracaso de la civilización (dictadura hereditaria, guerra civil y terrorismo islámico).

Lo que va de un lugar a otro no es que los daneses sean mejores personas. «No son intrínsecamente más amables ni más inteligentes: la gente, a grandes rasgos, es igual en todas partes», resume el politólogo David Runciman (1967), profesor de la Universidad de Cambridge. Tampoco tienen un territorio especialmente rico que justifique su prosperidad económica: Dinamarca es «un inhóspito enclave nórdico» con pocas materias primas, mientras que Siria fue durante miles de años la cuna de la civilización (y en la actualidad cuenta con yacimientos de petróleo y gas). Sin embargo, el país que dirigen el liberal Lars Løkke Rasmussen (con el apoyo del ultranacionalista Kristian Thulesen Dahl) ha alcanzado una renta per cápita 30 veces superior a la de la república árabe[1]. Según Naciones Unidas, sus ciudadanos son los más felices (aunque no es oro todo lo que reluce).

Lo que separa a Dinamarca de Siria es la política, especialmente en los últimos siglos. «Hace quinientos años, Dinamarca recordaba a la Siria de hoy: un lugar convulso, pobre y precario, azotado por conflictos religiosos y enfrentamientos violentos. Durante los siglos XVI y XVII, la elección entre Dinamarca o Siria (parte del Imperio otomano) no habría sido nada fácil: la vida no valía gran cosa en ningún lado», expone Runciman en Politics, un sencillo manual que publicó en 2014. Sin embargo, solo uno de los países fue capaz de adoptar una serie de valores e instituciones democráticas. El libro arranca con la comparación de los dos países y una lista de preguntas para encogerse de hombros: «¿Cómo puede una misma palabra —política— aplicarse a sociedades tan distintas como la segura y aburrida Dinamarca y la caótica y miserable Siria? ¿Por qué toleramos esas diferencias tan abismales entre estados, entre los mejores y los peores?».

Las «fuerzas dinámicas de la modernidad» —cultura, religión, ciencia, comercio e industria— han hecho de Dinamarca y Siria el cielo y el infierno de las sociedades humanas, explica Runciman

La obra analiza tres elementos centrales de la política contemporánea: el uso de la violencia (una herramienta de coerción o consenso), el poder de la tecnología (que libera y somete) y la falta de justicia (causa y efecto de la desigualdad económica). De Maquiavelo a Google, de Hobbes a Occupy Wall Street y de Montesquieu a la tecnocracia y el populismo, el autor concluye que la política es terriblemente simple y compleja a la vez. Tan simple como pagar sangre con sangre (la ley del talión, antigua y reconfortante); tan compleja como valorar sus consecuencias a largo plazo. Tan simple como bombardear Siria cuando la mierda salpica París (pero no hacer nada desde 2011, cuando empezó la guerra civil); tan complejo como invadir Irak buscando unas armas de destrucción masiva y terminar regando la semilla de un enemigo futuro. Quién se lo podía imaginar.

Las «fuerzas dinámicas de la modernidad» —cultura, religión, ciencia, comercio e industria— han hecho de Dinamarca y Siria el cielo y el infierno de las sociedades humanas, explica Runciman. Una evolución larga y compleja que contrasta con esa otra forma de hacer política, la sencilla, que saca la calculadora y decide cobrar un peaje a los refugiados para que cuadren las cuentas. Porque, como dijo Rajoy, «una cosa es ser solidario y otra cosa es ser solidario a cambio de nada». El Ministerio de Integración danés ha ordenado registrar «la ropa y el equipaje de los solicitantes de asilo, así como de otros inmigrantes sin papeles, con miras a encontrar bienes tangibles de valor considerable» y cantidades de efectivo por encima de los 1.340 euros (en diciembre se hablaba de 400 euros). Los ordenadores, relojes, anillos de matrimonio y objetos con «valor sentimental» no serán incautados. La propuesta del partido liberal obtuvo este martes 81 votos a favor en el Parlamento danés (con el apoyo de los socialdemócratas), 27 en contra y una abstención.

Un momento. Volvamos a las «fuerzas». La cultura y la religión. El islam. Al fondo de la sala alguien menciona la incompatibilidad de la democracia con la fe del Profeta (mientras que Dinamarca o Inglaterra tienen ambos religión oficial y eso no les ha impedido crear regímenes libres y estables). Hay varias teorías al respecto[2]: la explicación culturalista, que subraya la existencia de «obstáculos insalvables» para la democracia en la doctrina islámica; la tesis de los estados rentistas y, por último, una enrevesada combinación de factores políticos e históricos, incluidas las relaciones internacionales. La primera explicación sugiere que el islam es el motor de todos los cambios que se producen en los países musulmanes y que la política es inseparable de la religión: los gobernantes se guían por el Corán y regulan la vida social mediante la sharia (más o menos estricta según el país). La división de los creyentes se reproduce a nivel social, político y, si es necesario, militar. Los estados rentistas son países no democráticos cuya economía se basa en actividades no productivas (principalmente la extracción de petróleo). Las élites gestionan la riqueza y garantizan unos «niveles aceptables» de satisfacción popular sin tener que reconocer derechos civiles y políticos. No hay grupos opositores fuertes y abunda el clientelismo.

La última de estas explicaciones es la más compleja y la menos satisfactoria para Occidente, por la parte de responsabilidad que le toca. Si analizamos la historia de Siria durante el último siglo –los cinco anteriores había estado en manos del Imperio otomano–, la inestabilidad actual sería el resultado de la división de su territorio tras la Primera Guerra Mundial; de su independencia del mandato francés en 1945; de sus pactos con la Unión Soviética en los años 50; de sucesivos golpes de estado, uno de los cuales (1963) acabó dando lugar al régimen de la familia Asad (el padre del dictador Bashar al-Asad fue jefe de Estado entre 1970 y 2000); hasta culminar con la pasividad de la comunidad internacional durante cinco años de guerra civil. Todo ello sin olvidar las diferencias religiosas y la desigualdad económica, claro. «La afirmación de que la política cambia las cosas no significa que se le pueda atribuir todo lo bueno de un lugar y todo lo malo de otro. La política no crea las pasiones y los odios humanos, y tampoco tiene la culpa de las catástrofes naturales o de las recesiones económicas, pero puede agudizarlas o mitigarlas», destaca Runciman.

Lo que va de Siria a Dinamarca es un límite de efectivo de 10.000 coronas danesas y restricciones a la reagrupación familiar[3]. Suiza y Alemania ya han puesto en funcionamiento medidas similares, dentro de «la negativa competición que hay ahora en Europa para parecer lo menos atractivos posible para los refugiados», denuncia la ONG Consejo Danés para los Refugiados. Por separado, cada país de Europa no tiene la culpa de lo que ocurre en Siria. Juntos, tienen la oportunidad de agudizarlo o mitigarlo.

 

[1] ^Unos 60.000 dólares frente a 2.000, según datos anteriores a que empezase la guerra en Siria.
[2] ^«La democracia y el islam», dentro de Política y Ciencia política, Michael Sodaro, McGraw-Hill, 2010. El autor del capítulo es Héctor Cebolla, doctor en sociología por la Universidad de Oxford.
[3] ^«El Gobierno danés arguye que debe igualar las condiciones de los peticionarios de asilo con las que se aplican a sus ciudadanos para acceder a ayudas públicas, a los que se les exige que antes de tirar de subsidios consuman su propio patrimonio. Por otro, aducen que, según un reciente informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), el coste fiscal de los refugiados en Dinamarca fue en 2015 equivalente al 0,47 % de su PIB», en el artículo «El Parlamento danés aprueba la confiscación de bienes a los refugiados», El País, 26 de enero de 2016.