La problemática de los flujos migratorios irregulares es uno de los grandes retos que afronta la sociedad mundial. Catástrofes naturales, las consecuencias del cambio climático, pobreza y guerra son los principales motores que impulsan estos grandes movimientos de personas que se desplazan en busca de mejores condiciones de vida. Estos movimientos son intrínsecos a la condición humana y se han producido siempre, desde que tenemos constancia, por motivos similares. En el contexto geopolítico actual —basado en estados-nación o grupos de ellos con fronteras perfectamente definidas y cerradas—, muchas de las rutas están bloqueadas, produciéndose decenas de miles de muertos en el intento de superarlas. A pesar de tratarse de un tema fundamentalmente político y social, la situación de emergencia que viven unos 59,5 millones de refugiados en todo el planeta, según ACNUR —unida a la lentitud institucional para dar respuesta a un problema de tal magnitud—, ha llevado a arquitectos, ingenieros, activistas, empresas y gente común de todo el mundo, a buscar soluciones parciales que puedan dar respuesta aquí y ahora a esta crisis, desbordando los cauces institucionales.
En los últimos tiempos, el drama de los refugiados ha tomado cierta relevancia mediática, sobre todo tras las impactantes imágenes que llegaban, mayoritariamente, desde el Egeo. Pero lo cierto es que esta mal llamada «crisis» de los refugiados no es algo nuevo ni coyuntural. Por este motivo, sería más adecuado calificarlo de problema estructural de nuestra sociedad y empezar a asumir que va a ser necesario enfrentarse a él cara a cara, con valentía, pues no es algo que esté sucediendo solamente por causas anecdóticas y, por tanto, susceptible de desaparecer cuando desaparezcan estas. Basta analizar el excelente y sobrecogedor mapa desarrollado por «Themigrantfiles.com» para ver cómo, desde el año 2000, las muertes de migrantes en el Mediterráneo y en la frontera sur de Europa se han convertido en algo habitual, permitido desde las autoridades y asumido por la sociedad.
Cambio climático y desigualdad
Cabe preguntarse cuáles son las causas de fondo que llevan a tanta gente a arriesgarlo todo para llegar a Europa. Una de ellas procede de sucesos singulares como las catástrofes naturales, difíciles de predecir o evitar, que destruyen el medio de vida de poblaciones enteras y las fuerzan a desplazarse. En otras ocasiones nos encontramos con las consecuencias del modo en que se ha organizado el mundo: el cambio climático y la desigualdad, que son dos caras de la misma moneda. La situación de pobreza extrema en que está sumida gran parte del continente africano y el Medio Oriente, agravada por la catástrofe ecológica en curso, producen una espiral de destrucción de los ecosistemas y de los modos de vida humanos asociados; al romperse la relación de la gente con la tierra que habita se ven empujados a la migración y al desarraigo. El tiempo corre rápidamente en contra mientras se aceleran los cambios medioambientales y la escasez de recursos se hace más evidente. Por tanto, no cabe esperar sino un aumento del flujo de refugiados desde las zonas pobres y desérticas del sur hacia las templadas y ricas del norte. El cambio climático se ceba especialmente con aquellas regiones más vulnerables, donde la desertización deja yermas cada año tierras que antes eran cultivables, las lluvias torrenciales degradan los suelos, las sequías hacen estragos en la agricultura y la división internacional del trabajo convierte países enteros en vertederos. La incapacidad de los gobiernos locales para afrontar semejantes desafíos no es casual y la responsabilidad de la UE en el proceso parece obvia.
Resulta mucho más sencillo que un contenedor llegue desde Marruecos a Alemania cargado de tomates perfectamente maduros, que reunir a una familia separada por escasos kilómetros con una frontera por medio
Para intentar evitar el drama migratorio se debe trabajar en dos direcciones fundamentales, tanto en el origen —para evitar que se produzcan estos desplazamientos forzosos— como en el destino —para garantizar a los afectados una llegada segura y digna a un país de acogida, según establece el derecho internacional—. En este sentido, debemos considerar que se trata de un problema fundamentalmente político e ideológico.
La arquitectura institucional de la UE ha construido lo que algunos autores han llamado «la fortaleza Europa», cuya base legal es el tratado de Schengen, materializado en una frontera sur militarizada, plagada de vallas, cuchillas y centros de detención para extranjeros. El tratado establece las condiciones para la libre circulación de personas dentro de la UE pero blinda la entrada de extracomunitarios, con fuertes restricciones en la concesión de visados, permisos de trabajo y demás trámites burocráticos necesarios para entrar regularmente. Con esta lógica resulta mucho más sencillo que un contenedor llegue desde Marruecos a Alemania cargado de tomates perfectamente maduros, que reunir a una familia separada por escasos kilómetros con una frontera por medio.
A esto se añade que la UE también ha puesto coto a los derechos de los refugiados reconocidos como tales, generando, con la aprobación de la directiva de Dublín, la situación dramática que vivimos actualmente. En esa directiva se establece, entre otras cosas, que los refugiados no puedan solicitar el derecho de asilo en las embajadas de los países de la UE en las zonas de conflicto, sino que tengan que llegar a «poner pie» en la propia Unión para poder hacerlo. Este «detalle» burocrático impide que, por ejemplo, un ciudadano sirio desplazado en Líbano solicite el asilo en la embajada francesa en ese país y a continuación compre un vuelo regular con destino a Paris por, supongamos, 800 €. Tendrá que jugarse la vida intentando llegar irregularmente a Europa, poniéndose en manos de mafias que le cobrarán unos 1.000 € solo por cruzar de Turquía a Lesbos en una lancha de juguete. Una vez más, el diablo está en los detalles. Según el estudio citado previamente, desde el año 2000 han muerto 32.040 personas intentando llegar a Europa o durante su estancia como irregulares.
Instituciones bloqueadas, soluciones alternativas
Muchos de estos problemas se podrían solucionar rápidamente. Es bastante evidente que no se trata de una cuestión de recursos. La cantidad de refugiados que solicitan asilo representa una ínfima proporción de la población europea, menor aun si se compara con el número de refugiados que han sido capaces de acoger países mucho más pobres como Líbano o Jordania. La historia está plagada de casos que demuestran que se les podría acoger incluso en cantidades mucho mayores. Así, el bloqueo institucional es la estrategia de aquellos sectores europeos que no se atreven a poner en cuestión los derechos humanos pero que, por motivos fundamentalmente identitarios, rechazan la posibilidad misma de la multiculturalidad. La crisis económica y el terrorismo son utilizados por estos mismos sectores como gasolina para incendiar, con la chispa del miedo, a la opinión pública europea que a su vez les apoya.
No debemos esperar a que las instituciones reaccionen por sí mismas; hay que forzarlas a moverse demostrando, negro sobre blanco, que las soluciones no sólo existen sino que son factibles
Con las instituciones bloqueadas, la sociedad civil europea se ha volcado en buscar soluciones alternativas a esta grave crisis, haciendo una demostración de solidaridad sin precedentes. Durante los últimos años ha surgido una enorme cantidad de iniciativas «desde abajo» que, obviando los bloqueos, se han puesto a trabajar de manera auto-organizada para hacer lo posible, aquí y ahora, por ayudar a las personas migrantes, dando una verdadera lección de compromiso. Esta batalla por la hegemonía, entre la solidaridad y el miedo, se gana haciendo posible lo imposible, enseñándole a la gente que sí existen soluciones, que son fáciles de tomar, tan sencillas como derogar la directiva de Dublín. Si una pequeña ONG como la española Proactiva Open Arms puede salvar cientos de vidas en el Egeo con sus escasos medios, ¿qué no podríamos hacer entre todos? Pero lo cierto es que no debemos esperar a que las instituciones reaccionen por sí mismas; hay que forzarlas a moverse demostrando, negro sobre blanco, que las soluciones no sólo existen sino que son factibles —y quedando explicitada su deliberada inacción en caso contrario—.
La contribución de la arquitectura
Es en este punto donde aparece con fuerza la figura del arquitecto como profesional de referencia que puede colaborar reuniendo su capacidad técnica y conocimiento en cuestiones de habitabilidad básica con un enfoque global más amplio, que sea capaz de jugar en el campo de batalla de la disputa hegemónica. Si la arquitectura es la construcción material de la idiosincrasia de un pueblo, en un tiempo y lugar determinados, entonces los arquitectos nos encontramos ante una disyuntiva donde debemos elegir entre dos posturas antagónicas. La primera identifica y reproduce las dinámicas estructurales dominantes de la sociedad donde se inserta, reforzando aquello que es fuerte y generando espacios de reproducción sistémica que ejercen como puntales de ese mismo orden. La segunda pretende, mediante la producción de espacios de superación del orden existente, generar dinámicas sociales emancipadoras que abran horizontes hacia nuevas realidades, socavando los cimientos del edificio del pensamiento dominante. Esta postura general ante la arquitectura se podría concretar en la temática que nos ocupa en el dilema entre construir barreras y CIES —suponiendo que es lo que la sociedad demanda, dominada por el miedo, ante el aluvión de migrantes—, o proyectar espacios de convivencia donde todos viviríamos juntos con la única esperanza de hacer ver que se trata de algo posible.
La arquitectura no es, por tanto, ajena a la disputa por el sentido común que se libra en la sociedad, pues es un espejo donde esta se mira. En momentos en que el poder es firme, el orden claro y la sociedad estable, la arquitectura se vuelva excesiva y caprichosa, gritona y caricaturesca del estado de cosas que pretende fijar en el tiempo. Sin embargo, cuando todo se tambalea, cuando soplan vientos de cambio y la sociedad grita, la arquitectura se vuelve racional y comedida, inteligente e innovadora; al tiempo que imagina nuevos órdenes de cosas aún por llegar. Podría decirse que existe una pulsión reaccionaria en la arquitectura, que fosiliza y enquista las ideas, que las talla en piedra; pero, yuxtapuesta a esta, simultáneamente, existe un impulso revolucionario que las destruye y transforma, que las sacude y hace mutar.
La sostenibilidad, la lucha contra la infravivienda, los problemas derivados de la subida del nivel del mar en los asentamientos humanos o la construcción con mínimos recursos ya son preocupaciones de arquitectos de todo el mundo
Cambiando de paradigma
Gracias al gran número de arquitectos y colectivos que llevan años cuestionando los excesos de la arquitectura del espectáculo —la construcción por antonomasia del modelo neoliberal—, el mundo oficial de la arquitectura parece centrar su atención en estas nuevas problemáticas, que se empiezan a erigir como los grandes desafíos de nuestro tiempo. Temas como la sostenibilidad, la arquitectura de emergencia, la lucha contra la infravivienda, los problemas derivados de la subida del nivel del mar en los asentamientos humanos o la construcción con mínimos recursos, se han ido abriendo paso entre las preocupaciones y temas de los arquitectos de todo el mundo —antes demasiado ocupados hablando de cuestiones formales, en un ejercicio narcisista muy ligado a la posmodernidad y el concepto del «final de la historia» de Fukuyama—.
Recientemente, el sector más visible del mundo de la arquitectura —vinculado a grandes escuelas de referencia, publicaciones especializadas y premios de primer nivel— ha comenzado a entender este cambio de rumbo que se venía cocinando detrás de los focos durante largo tiempo. Tras la sacudida sociocultural que supuso la crisis financiera, los arquitectos se vieron finalmente forzados a hacer una reflexión general sobre el estado de la profesión. La responsabilidad y la vinculación de estos con el agotado modelo de los pelotazos, asociados a edificios estrella con costes (y sobrecostes) multimillonarios, hacía imprescindible la autocrítica.
La prueba más obvia de este cambio de enfoque la encontramos en la reciente concesión del prestigioso premio Pritzker a los arquitectos Shigeru Ban (2014) y Alejandro Aravena (2016) que han representado una forma diferente de trabajar y entender la arquitectura durante sus respectivas trayectorias. El contraste entre las preocupaciones de estos últimos y las de otros arquitectos ganadores del premio durante la anterior década, como Jean Nouvel (2008) o Rem Koolhaas (2000) resulta muy evidente, y explicita el cambio civilizatorio que vivimos. La diferencia sustancial consiste en asumir los condicionantes externos como desafíos a los que hay que dar una respuesta técnica eficiente, alejándose de una práctica lúdica y ensimismada de la profesión en la que los edificios solo dan respuesta a sus propias aspiraciones.
Rompiendo con el fetichismo de la imagen seductora, el japonés Shigeru Ban ha mostrado en numerosas ocasiones todo lo que un arquitecto comprometido puede aportar para mitigar las consecuencias en situaciones de emergencia de todo tipo. En su trabajo ha desarrollado estructuras ligeras de materiales baratos para dar cobijo a gran cantidad de personas; ha experimentado con las posibilidades del tubo de cartón como base para construir refugios mínimos tras catástrofes naturales en China, Sri Lanka, India, Haití, Japón y Ruanda, entre otros (Casa de Tubos de Cartón – India, 2001; Casas de Tubos de Cartón – Kobe, Japan, 1995).
La Bienal de Arquitectura de Venecia
Otra prueba de este cambio de paradigma la encontramos en la Bienal de Arquitectura que está teniendo lugar desde el pasado 28 de mayo en Venecia. En esta 15ª edición, el chileno Alejandro Aravena ha sido designado comisario y, bajo el título Reporting from the Front, pretende poner en el centro del debate temas relacionados con el espectro social, político, económico y medioambiental de la profesión. En su propia intervención, a la entrada del Arsenale, ha reutilizado multitud de materiales que iban a ser desechados de la muestra anterior utilizando el diseño inteligente para dar nueva vida a algo que ya no la tenía, haciendo con ello toda una declaración de intenciones sobre lo que la arquitectura debería ser (algo similar ha hecho la arquitecta india Anupama Kundoo en su instalación, de la que hablaremos más adelante). A lo largo de toda la muestra, el chileno nos invita a preguntarnos «cuáles son esas batallas con las que tendremos que lidiar» en el futuro próximo, en referencia a los grandes retos que comenzamos a encarar, entre los que se encuentra la temática de los grandes movimientos migratorios. La atención a los más desfavorecidos, el compromiso social de la profesión y la atención a los crecientes problemas de escasez de recursos son los hilos conductores que unen la muestra.
Las instantáneas de Unfinished recorren (…) las carcasas de edificios a medio construir (o destruir), ruinas urbanas y demás cadáveres inmobiliarios que han proliferado por toda nuestra geografía
Muchas propuestas de la Bienal rezuman el extraño sabor de los cambios de ciclo, el de esos momentos históricos en que, parafraseando a Antonio Gramsci, podría decirse que lo nuevo no acaba de llegar pero lo viejo no acaba de irse. La muestra del pabellón español, comisariada por los arquitectos Carlos Quintáns e Iñaqui Carnicero, bajo el nombre Unfinished ha resultado galardonada con el León de Oro en su categoría. A través de 7 series fotográficas y varias obras de diferentes arquitectos, se reflexiona sobre la situación en que la crisis inmobiliaria ha dejado los paisajes de nuestro país. Las instantáneas recorren, con una marcada estética que podríamos calificar de apocalíptica, las carcasas de edificios a medio construir (o destruir), ruinas urbanas y demás cadáveres inmobiliarios que han proliferado por toda nuestra geografía. Por ejemplo, el colectivo Nación Rotonda utiliza, en su proyecto, fotos aéreas de rotondas increíblemente absurdas, para explicitar el sinsentido del planeamiento urbano que se ha llevado a cabo en nuestro país. En este mismo pabellón se expone el proyecto ganador del concurso de ideas para Unfinished titulado «El cuento de la arquitectura y los refugiados» de OOIIO Arquitectura; en él se narra de forma metafórica y naif la turbulenta relación de la arquitectura con la sociedad en los últimos tiempos. Todos estos trabajos constituyen una excelente visión de la situación de la profesión en nuestro país y han sido capaces de trasladar un mensaje de carácter fundacional —de vuelta al comienzo— que ha sido reconocido por el jurado de la Bienal.
Alojamientos de emergencia
En relación a la temática de alojamientos de emergencia donde se podría dar cobijo a grandes cantidades de refugiados, nos encontramos con la interesante propuesta de la arquitecta India Anupama Kundoo en esta Bienal bajo el título Building Knowledge: an Inventory of Strategies (Construyendo conocimiento: un inventario de estrategias). En ella presenta, entre otros trabajos, «Full Fill Home»: una maqueta a escala real de una vivienda modular ideada para situaciones de emergencia. Su principal virtud radica en que, al estar construida con simples cajas hechas de ferrocemento y de madera reciclada de la Bienal anterior (gracias al colectivo Rebiennale), se puede levantar en seis días y desmontar en uno, pensada bajo los principios del «low-tech» y «low-cost» —con las ventajas que todo ello implica en situaciones de emergencia o precariedad—. Con ese mismo material, el ferrocemento —el cual ha investigado durante casi dos décadas por su alto grado de resistencia y bajo impacto medioambiental—, Kundoo ha presentado también «EasyWC», un aseo conformado por seis elementos prefabricados y cuyo montaje requiere de tan solo un día.
La labor de Kundoo resulta un ejemplo modélico de cómo los conocimientos técnicos y sociales de un buen profesional pueden servir para empoderar a comunidades en todo el mundo
La labor de esta arquitecta resulta un ejemplo modélico de cómo los conocimientos técnicos y sociales de un buen profesional pueden servir para «empoderar a comunidades en todo el mundo», dándoles las herramientas (materiales y cognitivas) para fabricar ellos mismos los espacios que necesiten, reduciendo su dependencia externa. Según Kundoo, este planteamiento de devolver a la gente la capacidad de tomar el control de su entorno construido va muy ligado también a la educación, dado que plantea a lo largo del proceso constructivo la formación de la gente local en oficios que puedan resultarles útiles posteriormente.
Independientemente de que se trate de una pequeña lámpara solar para llevar la luz a las noches de los lugares sin acceso a la electricidad, o de una gran ciudad que acoja a cientos de miles de refugiados; todos estos esfuerzos van en la misma dirección, sin importar la escala. La escasez de medios, la austeridad y el esencialismo, unidos a un profundo conocimiento de las condiciones climáticas y de accesibilidad a recursos, se alzan como principales líneas de trabajo para una nueva generación de arquitectos socialmente comprometidos. Estas ideas encuentran su máxima expresión en proyectos relacionados con la cooperación; pero sus postulados por una arquitectura más sostenible, austera, racional y humana van permeando hacia todo tipo de intervenciones, labrando así un nuevo sentido común arquitectónico que se retroalimenta con el de la sociedad.