Realizar una performance delante de proetarras en la calle Juan de Bilbao en Donostia, encerrarse con ocho neonazis en una galería industrial en Berlín, repartir 6.000 periódicos ficticios como si fueran de la camorra en el mismo epicentro delictivo de Nápoles, o buscar a mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez.
No hablamos de un juego de la PlayStation que está por llegar o el próximo capítulo de American Horror Story, sino de los artistas españoles Omar Jerez y Julia Martínez, considerados por diversas publicaciones entre los más polémicos del mundo, y que con cada performance las posibilidades de volver de una pieza se reducen considerablemente.
Antes de su incursión en el arte contemporáneo, Omar era bróker freelance y trabajaba para entidades financieras. Con 29 años no sabía lo que era una performance. Ahora se ha convertido en su medio de vida. Tiene orígenes palestinos por parte de padre y judíos por parte de madre. Ha vivido en países tan diversos como Japón, Kuwait, Siria, Italia, México y Marruecos. Julia, por el contrario, siempre ha sido fotógrafa y directora de videoclips. Ha trabajado para publicaciones como Vogue Londres, Rolling Stone, Rockdeluxe, Primera Línea, Heavyandrock, y un largo etcétera. Ha desarrollado su carrera profesional principalmente entre Barcelona, Londres y Madrid.
Investigando para un artículo sobre estos dos artistas acerca del «arte extremo», me llega la noticia de que están recién llegados de una de las ciudades más peligrosas del mundo, Ciudad Juárez, para realizar su última acción. Tras varias llamadas a números inexistentes, consigo dar con ellos y concertar una entrevista. Me citan en una casa del barrio madrileño de Vallecas y, tras las presentaciones de rigor y con los signos visibles del cambio horario, nos metemos de lleno en una suculenta conversación. A veces responde Omar, otras veces es Julia quien lo hace, pero la pauta común es que contesten ambos complementando la misma respuesta, como si de una sola persona se tratara.
Viniendo los dos de sectores laborales tan opuestos, ¿cómo empezáis a trabajar en conjunto?
Julia. Yo estaba alejada del mundo del arte, me resultaba aburrido y no encontraba ningún aliciente para seguir exponiendo. Pero un día me llegó una noticia de un tío que había fingido su suicidio por Facebook y que lo había simulado durante un mes. Me puse a investigar quién era ese colgado y resultó ser Omar. Entré en contacto con él y quedamos en vernos en Madrid para conocernos, y cuando llegó el encuentro en persona resultó que coincidíamos en muchos puntos de vista.
Omar. Intuí desde el momento que vi a Julia que iba a trabajar con ella y que éramos calcados en forma, fondo e intensidad estética.
Cuando nos ponemos delante de asesinos estamos tranquilos por una razón muy sencilla: sabemos lo que piensan. (…) Nos asusta más la gente cotidiana.
¿Qué consecuencias tuvo el simular tu muerte por Facebook?
Omar. No avisé a nadie excepto a mi pareja de aquel momento. Con mi madre contacté a los tres días, ya que mi entorno la llamaba para darle el pésame, y perdí dos amigos de la infancia que cuatro años después no me dirigen la palabra.
Os habéis colocado con cada performance crítica que realizáis delante de proetarras, neonazis y la camorra. ¿Hay algo que os de miedo?
Cuando nos ponemos delante de asesinos estamos tranquilos por una razón muy sencilla: sabemos lo que piensan, cómo actúan y qué reacción pueden tener ante nuestra performance. Su maldad es previsible y estamos preparados para una posible contrarréplica.
Sin embargo, nos asusta la gente cotidiana. Los que consideran pertenecer al estándar normal, nunca sabes qué traman; ellos, con pequeños detalles, pueden ser tan destructivos como lo que criticamos, pero más sutilmente.
Estáis recién llegados de Ciudad Juárez, considerada la ciudad más peligrosa del mundo para ser mujer. ¿Qué panorama os encontrasteis durante vuestra estancia?
Cuando llegas a Ciudad Juárez y tienes conocimiento de que han desaparecido más de treinta mil mujeres desde 1970; que agentes del F.B.I. que han entrado a investigar sobre los feminicidios han sido asesinados a balazos; que las autopsias determinan que niñas de entre 12 y 16 años son violadas, mutiladas, torturadas, estranguladas; y por si esto no fuera suficiente y atroz para la víctima, mientras padece todo tipo de aberraciones, cuando esta sufre un infarto, los feminicidas llevan consigo a un médico para que la reanimen y seguir violándola hasta que fallece definitivamente del segundo infarto; cuando te enteras de todo esto, uno solo puede decir que el horror es un sinónimo que se le queda corto.
Las maquiladoras son el eslabón más débil para que los feminicidas actúen anárquicamente.
¿Por qué se localiza en Ciudad Juárez este hecho delictivo más que en otras regiones del estado de México?
Existen varios aspectos a reseñar:
Ciudad Juárez es fronteriza con El Paso (Estados Unidos), y por esta situación estratégica sufre un aumento de delincuencia acrecentado tras la firma del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y Japón.
Los feminicidios se dispararon bajo este acuerdo, gozando de mayor impunidad tras el auge delictivo de la zona. Entonces Ciudad Juárez se convirtió en el eje industrial de fábricas al servicio de dicho acuerdo. Las maquiladoras o «maquilas» es el nombre utilizado para estas fábricas y para sus empleados, en su mayoría mujeres, ya que los dueños percibieron que eran más eficientes laboralmente y que, al no formar sindicatos como los hombres, era más económico para la rentabilidad de las fábricas. Por tanto se aprovechan de ellas explotándolas laboralmente y con salarios miserables, ya que vienen de zonas marginales y de escasos recursos económicos.
Las maquiladoras son el eslabón más débil para que los feminicidas actúen anárquicamente y procedan para secuestrarlas y hacerlas desaparecer cuando las mujeres van o regresan de trabajar en las maquilas.
Las madres de Juárez se han hecho mundialmente conocidas por ser la cara visible de la lucha contra los feminicidios. ¿Por qué apenas existen hombres en esta lucha, si sufren la misma tragedia?
Existe un estigma negativo hacia el hombre que culpabiliza a otro de la desaparición de su hija, y dicha manifestación convierte al denunciante en responsable directo por no saber cuidar a su familia a ojos del resto. De hecho, en una de las dos performances que realizamos en Ciudad Juárez pudimos ser testigos directos de este estigma. La acción consistía en crear dos carteles ficticios con fragmentos de desaparecidas reales, una con rasgos indígenas y la otra caucásicos. En esta performance íbamos pegando, con ayuda de José Luis Castillo (padre de Esmeralda Castillo Rincón, desaparecida el 19 de mayo de 2009) nuestros carteles ficticios y el cartel real de su hija, entremezclando así realidad y ficción dentro de un eje de indiferencia por parte de la sociedad juarense.
José Luis Castillo ha sido torturado, acosado, amenazado y encarcelado durante un año, acusado presuntamente de ser traficante de drogas; todo esto por el simple hecho de buscar a su hija.
Nunca nos planteamos no realizar la acción. Si vemos alguna dificultad para materializarla lo único que hacemos es aplazar el día, fecha u hora.
¿Cuál fue la otra performance que realizasteis?
Convocamos a ocho ciudadanas de Juárez para que leyeran un texto ficticio, pero basándonos en testimonios reales de madres con hijas desaparecidas o asesinadas que repetían el contenido de la hoja.
Este es el texto:
Mi nombre es Marisela Fuentes, el 16 de enero de 2016 seré secuestrada, me llevarán a una casa para ser violada, torturada y mutilada por 12 hombres.
Mi familia denunciará mi desaparición 24 horas después, pero les dirán que tienen que esperar 72 horas, y les dirán que lo más seguro es que me fui con mi novio o que estoy de fiesta con mis amigos. Pero la fiesta consistirá en que me torturarán hasta la muerte.
Cuatro años después le entregarán a mi familia un hueso diciendo que se trata de mí. ¿Cómo es posible que de 204 huesos que tiene el ser humano solo se entregue uno?
El mismo día que realizamos las dos acciones una chica desapareció y apareció muerta dos días después. Fueron dos performances trazadas desde la ficción, pero que adelantaron milimétricamente una realidad atroz.
Estando en Juárez, ¿hubo alguna duda de no realizar la performance?
Nunca nos planteamos no realizar la acción. Si vemos alguna dificultad para materializarla lo único que hacemos es aplazar el día, fecha u hora.
El compromiso es tan fuerte que el no hacerlo sería traicionar a las víctimas y romper con un código de honor con lo que vamos a denunciar.
Las siete mujeres con rasgos indígenas que desaparecen a diario en México están lejos de despertar la sensibilidad occidental.
Vosotros documentáis in situ el horror de una forma increíblemente cercana. ¿Es posible distanciarse para seguir trabajando sin que te afecte emocionalmente?
Consideramos que nosotros tenemos que ser más fuertes que la obra, no la obra más fuerte que nosotros. Si no, sería inimaginable trabajar con estos temas, puesto que las víctimas no buscan consuelo en dos desconocidos; ellas solo piden que las escuchen, que le den visibilidad a su tragedia. Nadie en el mundo tiene capacidad para aliviar a esa madre que ha perdido a su hija de una manera tan cruel.
Una vez llegados a España y con perspectiva para mirarlo desde la distancia, ¿tenéis la sensación que existe una trama más compleja?
Especulamos que existe un tinte racista detrás de las desapariciones. Si recordamos el caso de Madeleine, la niña británica desaparecida en Portugal y que sigue en el disparadero mediático, representa el modelo anglosajón. Niña rubia, ojos claros, padres de clase alta… Su pérdida es compatible con el dolor occidental, pero las siete mujeres con rasgos indígenas que desaparecen a diario en México no: esto está lejos de despertar nuestra sensibilidad.
Uno de los carteles ficticios que creamos con rasgos caucásicos precisamente aborda esta cuestión. Nadie se paró a mirar el cartel de Esmeralda Castillo Rincón, una desaparecida real, y sin embargo con el de la mujer caucásica lo hizo todo el mundo.
¿Se ha traducido en amenazas toda esta tensión en vuestra obra y el colocaros en primera persona ante el sujeto crítico?
Amenazas sí, esporádicamente: llamadas cada cierto tiempo, pero sin resultar serias. Y algunas cuentas hackeadas. Por ahora solo hemos interpuesto una denuncia a la policía informática para recuperar una cuenta de la que estaban haciendo uso indebido y que contenía conversaciones delicadas sobre temas que estamos trabajando.
«Mi familia no sabe que he estado en Nápoles y Ciudad Juárez» (Omar Jerez)
Probablemente a alguien que observe el tipo de trabajos que ejecutáis, bordeando la muerte aunque sea colateralmente, le gustaría saber cómo es un día en la vida de Julia Martínez y Omar Jerez.
A pesar de lo que podamos aparentar con nuestra obra subversiva y contestataria, vivimos encerrados en un estado casi monacal. Amamos el aburrimiento y nuestra vida lo es.
¿Qué opina vuestro entorno cada vez que les decís que os vais a Nápoles a realizar una performance contra la camorra o que cruzáis el charco para trasladaros a Ciudad Juárez a trabajar sobre los feminicidios?
Omar. Mi madre odia y detesta lo que hago. He tenido que eliminar de todas las redes sociales a familiares cercanos porque más de una vez la avisaban de mis andanzas por el mundo y me generó problemas. Mi familia no sabe que he estado en Nápoles y Ciudad Juárez.
Julia. En mi caso son conscientes de lo que hago y lo hablo abiertamente con ellos. Es lógico que se preocupen pero saben que lo que opinen ellos no va a influir para realizar el trabajo, preparar las maletas e irme.
¿Podéis adelantar algo sobre la próxima performance en vuestra agenda? ¿Es también de alta tensión?
Esta vez está localizado en Rusia y llevamos dos años de conversaciones permanentes.
Y sí, en la línea de todas las anteriores.