Ahora son unas manos que doblan un caballito de origami
Ahora es un caballito de origami
Que un niño coloca sobre un nenúfar en un estanque
El viento sopla,
El caballito cae,
Se hunde,
Sus pliegues se mojan,
su mágica rigidez se extingue.
Él mira desde una cama solitaria,
Se gira sobre una almohada que apesta a futuro empapado, a fruta rancia,
Y se sumerge,
En su apnea cotidiana,
Descendiendo a un ahora rodeado de pólipos blancos y cangrejos albinos,
a un abismo en una habitación en el fondo de un estanque.
Ahora aún se estrella con un ayer,
ahora es un paraíso deforme en un suburbio de setos recortados
y tardes color ceniza, en la periferia de una tragedia insignificante
Ahora él solo añora el regreso a la metálica noche,
De luego,
donde esos seres abismales alumbran de noche sus lomos
Con neones robados. Neones de luego.
Y que de día mueren ahogados.
Lejos de eso,
Mañana se desvanece como un globo de helio que pierde su flotabilidad
y cae desinflado, jadeante,
en un trozo de asfalto
lejos de la feria donde fue liberado.
Mañana no es para tanto.
No se merece tantas palabras.
Ahora es un día cualquiera que saca una lengua negra y babosa que relame blusas blancas,
ya sucias, de mujeres fantasma que huelen a plástico quemado.
Él mastica con avidez ese sabor a céntimo manoseado
mientras disfruta de los diminutos estallidos que provoca su carcajada translúcida y llorosa
contra los adoquines del suelo de la ciudad de Madrid.
Hay una paz en ese ahora difuso y ahogado, la mueca de una alegría,
el reverberar del estallido de una chimenea en el fondo marino.
Donde remotas bacterias y pálidas anguilas se juntan y acumulan calor,
Acostumbrados ya a la presión del fondo marino,
reptan
y dejan turbias estelas
mientras oscilan entre inertes crustáceos
que miran con ojos de niño.
Ahora el caballito descansa en el bolsillo de un jersey de lana,
Acartonado y deforme,
En la ilusión
De un ahora
De ese niño
En la repisa de su ventana.