Después de la Segunda Guerra Mundial un gran número de países europeos, excluyendo España, fueron receptores de una serie de medidas destinadas a acelerar su proceso de reconstrucción y desarrollo económico, el Plan Marshall. Este conjunto de créditos, donaciones y asistencia técnica contribuyó de forma notoria al comienzo del que fue un espectacular crecimiento económico de numerosos países, incluyendo Alemania Occidental, Reino Unido, Francia e Italia. Una experiencia similar vivió Japón y posteriormente Corea del Sur.
Tras estas experiencias satisfactorias el concepto de ayuda al desarrollo se fue aceptando como necesario catalizador de un proceso de convergencia de los países menos desarrollados, motivado por una combinación de intereses políticos y económicos, además de un imperativo moral. Durante las siguientes décadas se ha dado un progresivo aumento de la ayuda e inversión en países en vías de desarrollo mediante la participación de nuevos emisores, tanto estados y organizaciones internacionales (bancos de desarrollo regionales y otros) como entes privados, incluyendo fundaciones, ONG y personas físicas por medio de remesas. El gráfico 1 muestra la evolución en los últimos años hasta alcanzar una cifra en torno a un billón de dólares (trillón americano) en el 2011. Cabe señalar que de esta cantidad la ayuda al desarrollo en sentido estricto (ayuda pública proveniente de los países miembros del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE) sumó 126.000 millones de dólares, lo que supone de media un 0,29 % del Producto Nacional Bruto (PNB). El gráfico 2 expone la contribución de cada país a la ayuda al desarrollo. España se encuentra relativamente por debajo de la media, con un 0,16 % del PNB, además de por debajo del objetivo internacional del 0,7 % del PNB,acordado en la resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas de 24 de octubre de 1970.
La ayuda al desarrollo en sentido estricto ha sido objeto de numerosas críticas, las cuales han dado lugar a eternos debates sobre el sentido de su existencia. De un lado autores como William Easterly o Dambisa Moyo argumentan principalmente que esta ayuda no logra resultados porque no beneficia a los más pobres y se pierde en forma de corrupción, además de que es perjudicial porque genera dependencia en el país receptor y una estabilidad artificial que beneficia a la clase dirigente. Del otro lado, autores como Jeffrey Sachs o Bill Gates argumentan fundamentalmente que, aunque existen ineficiencias y hay corrupción en el sistema (en su opinión, a pequeña escala), en la mayoría de los casos se promueve el desarrollo humano; y que, aunque esta ayuda no logre por sí sola el desarrollo de naciones, sigue siendo necesaria sobre todo en los países menos desarrollados, en los que los presupuestos no alcanzan a cubrir los gastos requeridos para satisfacer necesidades básicas de sus ciudadanos.
En la práctica este debate no ha tenido un gran impacto en el volumen de ayuda, que ha aumentado de forma prácticamente ininterrumpida desde finales de los años 90, pero sí ha influido en la opinión extendida de que debe someterse a los principios de transparencia, responsabilidad y efectividad. Para ello se han llevado a cabo cuatro convenciones internacionales, Roma-2002, Paris-2005, Accra-2008 y Busan-2011, cuyo propósito ha sido mejorar la efectividad de la ayuda internacional y fomentar la ayuda entre países en vías de desarrollo, como por ejemplo los BRICS.
Pero, ¿qué se ha logrado con todos estos recursos?
Para tratar de responder a esta pregunta sirvámonos de los datos que reúne una de las entidades que más esfuerzos pone en tratar de cuantificar esta realidad. En el año 2000 la ONU acordó los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio. Objetivos definidos para canalizar la mayoría de estos recursos hacia metas comunes y cuantificables, y cuyo periodo expirará a los quince años, es decir, en el 2015. Anualmente se evalúa el progreso hacia su consecución y, si bien no todos se han cumplido, existen limitaciones en los datos recogidos y no siempre es fácil establecer una relación de causalidad, este análisis nos permite tener una idea, al menos direccional, del progreso que ha habido hasta la fecha:
- Se ha reducido la pobreza extrema ( renta inferior a 1,25 $ diarios) en más de la mitad desde 1990 a 2010, 700 millones de personas han salido de esta situación.
- Se han evitado 3,3 millones de muertes por malaria, o paludismo, y 14 millones por sarampión.
- Se han evitado 22 millones de muertes por tuberculosis y 6,6 millones de muertes gracias al acceso a la terapia antirretroviral para personas infectadas con el VIH entre los años 1995 y 2014.
- Se ha aumentado en casi 2.000 millones el número de personas con acceso a instalaciones sanitarias mejorada (aquellas que separan de manera higiénica las heces humanas del contacto humano) entre 1990 y 2012.
- Se ha aumentado en 2.300 millones el número de personas con acceso a una fuente mejorada de agua potable (aquella que, por la naturaleza de su construcción o a través de una intervención activa, está protegida de la contaminación externa, en particular de la contaminación con heces).
- Se ha reducido prácticamente a la mitad la mortalidad infantil, de niños con menos de cinco años, y la mortalidad materna se ha reducido en un 45 %.
- Se ha reducido de un 24 % a un 14 % la nutrición insuficiente en países en desarrollo. Y la desnutrición crónica se ha reducido en un 40 %.
Se ha logrado prácticamente la igualdad de género en educación primaria y el número de niños en países en desarrollo recibiendo educación primaria ha aumentado de un 83 % a un 90 %.
Cabe destacar la reducción que se ha logrado en la incidencia de la malaria, la tuberculosis y el VIH. El Fondo Global para Combatir el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria (GFATM, del inglés Global Fund to Fight Aids, Tuberculosis and Malaria), creado en el 2002, y la Alianza Global para Vacunas e Inmunizaciones (GAVI, por sus siglas en inglés), creada en el 2000, son directamente responsables de estos resultados. Estas dos iniciativas han surgido de la unión de fondos públicos y privados, entre los que destaca la Fundación de Bill y Melinda Gates. Otro gran hito de la actuación coordinada internacional es la práctica erradicación de la polio como resultado de la iniciativa global que con este nombre que despegó en el año 1988 y que ha logrado inmunizar a 2.500 millones de niños desde entonces, reduciendo el número de países expuestos de 125 a 3.
¿Cuál es el futuro del desarrollo, hay motivos para la esperanza en los próximos años?
Nos estamos aproximando al final del plazo de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y un nuevo conjunto de objetivos se está debatiendo. Estos serán los Objetivos de Desarrollo Sostenible (SDG, por sus siglas en inglés) que serán aprobados en septiembre de este año y estarán llamados a guiar la inversión de estos recursos hasta el 2030. Entre los objetivos que se están debatiendo se encuentra la erradicación de la pobreza y del hambre. Para lograr estos objetivos, nuevos recursos tendrán que ser utilizados: las estimaciones, que incorporan las inversiones en infraestructura y energía, hablan de triplicarlos. El uso de nuevos fondos de inversión, la participación de nuevos estados y nuevas instituciones multilaterales (como el Banco de Desarrollo de los BRICS) y desde luego la creación de fórmulas para controlar el riesgo y canalizar mayores recursos de inversores institucionales, serán más que nunca necesarias. Se trata de un gran reto cuya consecución será muy difícil, pero ejemplos como el Plan Marshall y el progreso logrado hasta la fecha dan esperanzas.