Ayer se celebró el Día Internacional de los Trabajadores. Este día, festivo en un gran número de países, conmemora la revuelta de Haymarket, una serie de manifestaciones demandando una jornada laboral de ocho horas que tuvieron lugar en 1886 en Chicago y terminaron con la condena a muerte de cinco trabajadores. Esta fecha, elegida por la Segunda Internacional, se ha convertido en una jornada de alta importancia simbólica en la que se reivindican los derechos de los trabajadores en todo el mundo. Pese a la naturaleza trágica de los hechos que se rememoran, el Primero de Mayo tiene un carácter festivo. Sirve para recordar los logros del movimiento obrero, como la jornada laboral de ocho horas, que a su vez están íntimamente asociados al papel que históricamente jugaron los sindicatos.

El movimiento sindical fue un elemento clave a la hora de conseguir muchos de los derechos sociales, también llamados de 2ª generación por venir después de los derechos civiles y políticos, de los que hoy gozamos. Así pues, fue en gran medida mérito de la actividad de los sindicatos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX que Occidente disfrute de bajas laborales, pensiones por enfermedad y jubilación, y que el trabajo infantil sea cosa del pasado (aunque todavía persiste en muchos lugares). Sin embargo, la fuerza que tienen estas organizaciones en muchos países ha ido menguando progresivamente.

La importancia de los sindicatos, si atendemos a los datos de afiliación, vive una clara tendencia a la baja en la inmensa mayoría de países de la OCDE. No se trata tampoco de una institución particularmente bien valorada. De hecho, si atendemos a los últimos datos del CIS, vemos cómo en España los sindicatos son la segunda institución pública peor valorada, estando solo por detrás los partidos políticos.   

¿Está justificado este declive? ¿Son necesarios los sindicatos? ¿Qué hacen exactamente? Esta fue precisamente la pregunta que se hicieron los economistas Richard B. Freeman y James Medoff, profesores en Harvard, en su libro ¿Qué hacen los sindicatos?, publicado en 1984 y considerado un referente en la materia.

Los sindicatos traen consecuencias positivas para el sistema productivo y la sociedad en general

Tradicionalmente, los economistas habían estudiado el papel de los sindicatos como agentes negociadores de salarios. El análisis de Freeman y Medoff fue novedoso por la adicción de un segundo rol: el de proporcionar una voz unificada a los trabajadores para interpelar a sus directivos. Los autores bebieron aquí del clásico análisis de Albert O. Hirshmann en Exit, Voice, Loyalty, que, a la hora de afrontar el descontento por parte de los trabajadores en una empresa, distingue entre las estrategias de salida (abandonar el problema) o voz (dialogar para cambiar la situación).

Los sindicatos son la segunda institución pública peor valorada de España

Además, la principal contribución de ¿Qué hacen los sindicatos? consistió en su detallado análisis estadístico, con el que se determinó que, a un mismo nivel salarial, la presencia de sindicatos en el lugar de trabajo reducía el número de abandonos y tenía el potencial de aumentar la productividad. Vemos, por tanto, cómo aun en 1984, cuando su grado de influencia era ya bajo, había sólidos motivos para pensar que la presencia de sindicatos trae consecuencias positivas para el sistema productivo y la sociedad en general.

Sin embargo, precisamente en estos últimos años estamos siendo testigos de cómo los sindicatos no logran realizar la labor que mejor justifica su existencia. Desde la ola de protestas del movimiento de los indignados en 2011, hasta las recientes protestas en París contra la reforma laboral francesa, vemos cómo existe un gran descontento y mucha gente está dispuesta a movilizarse sin la necesidad de ninguna organización. ¿Son hoy los sindicatos incapaces de dar voz a las reivindicaciones de la población?

Según Piketty, existe una relación entre la caída de la sindicación y el aumento de la desigualdad

Hoy en día, nos hallamos en un mundo muy distinto del que permitió el triunfo del trabajo organizado durante el siglo pasado. De una sociedad fordista, caracterizada por la importancia de la industria, la estabilidad en las carreras laborales y una fuerte identidad ligada al trabajo; pasamos a un sistema llamado posfordista, marcado por la importancia del sector servicios, el peso de la tecnologías de la información y, sobre todo, la globalización de los mercados.

Desde otra óptica, se podría afirmar que el problema reside en la forma que ha adoptado el desarrollo económico. Concretamente, el profesor de Stanford John Pencavel señala el aumento del comercio internacional, el aumento de movilidad internacional de personas y capitales, y el cambio tecnológico como factores que, marcando este desarrollo, han “matado” a los sindicatos.

¿Son hoy los sindicatos incapaces de dar voz a las reivindicaciones de la población?

Esto no significa que los sindicatos no sean necesarios. Múltiples economistas han señalado la relación entre el aumento de la desigualdad vivido en las últimas décadas, y descrito por Thomas Piketty en su ya famoso libro El Capital en el siglo XXI, con la caída de la sindicación. La relación entre trabajadores e inversores o propietarios de las empresas se ha visto desequilibrada como consecuencia de no tener mecanismos efectivos de intermediación. Pero ¿qué puede hacerse? ¿Cómo se le devuelve capacidad de influencia a los trabajadores?

El debate en torno a esta cuestión admite dos posiciones. O bien damos a los sindicatos por vencidos y buscamos otros mecanismos de representar la voz de los trabajadores o bien tratamos de actualizarlos a los tiempos para revivirlos. En cualquier caso, si los sindicatos pretenden evitar su desaparición deben reinventarse y adaptarse a unos tiempos cada vez más dinámicos y digitales.