«Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos… Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria […]. No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antediluvianos [..]. La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar años, tal vez lustros, antes de que este Régimen, atacado de tuberculosis étnica, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental».
Benito Pérez Galdós, La fe nacional y otros escritos sobre España, (1912)
Sorprende ver lo poco que ha cambiado España en algo más de cien años. Pese a haber vivido bajo diferentes regímenes, tanto democráticos como dictatoriales, haber sufrido una cruenta guerra civil, haberse integrado, por fin, en Europa y el concierto internacional, el país sigue adoleciendo de los mismos problemas ligados a su cultura y clase políticas.
Es estremecedor cómo Galdós nos resulta tan familiar en pleno siglo XXI. El escrito de 1912, fecha en la cual el mundo aún no había sufrido las dos guerras mundiales, el avión estaba despegando y los imperios todavía dominaban el globo, nos demuestra que la descripción sigue siendo válida. Ya entonces, dos grandes partidos dominaban la escena política, turnándose de manera armoniosa en el poder, situación de la cual emergió el término conocido como «bipartidismo». Ayer los protagonistas eran el Partido Conservador y el Partido Liberal, hoy lo son el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español. Pese a que hoy en día no hay un «turnismo» establecido como a principios del siglo XX, desde la Transición, exceptuando el primer gobierno de la UCD, España ha estado gobernada exclusivamente por el PP y el PSOE. Las ideologías que hace unas décadas enarbolaban ambas formaciones han pasado a un segundo plano. Exceptuando reformas o políticas de carácter superficial para contentar a su electorado, no es fácil ver diferencias sustanciales, valga como ejemplo las medidas socialdemócratas del PP, que se autodenomina liberal en lo económico, subiendo impuestos y manteniendo ese gigante llamado Estado, donde en diputaciones provinciales y similares organismos se encuentran «las manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto».
Qué razón tenía el autor canario al hablar de la inactividad de los gobiernos en los temas clave. En estas últimas décadas, gobierne la sigla que gobierne, no se han sabido introducir las reformas económicas —a la crisis actual me remito— o educativas, haciendo y deshaciendo planes con una retahíla de leyes y siglas (LOGSE, LOCE, LOE…), necesarias para que el país progresase.
Tanto entonces como ahora, la corrupción era un problema endémico de la nación. En los últimos años han salido a la luz diversas tramas a lo largo y ancho de España, en las cuales se ha puesto de manifiesto los amiguismos a los que hacía referencia Galdós. Podemos hablar de la Gürtel en Madrid y Valencia, caso Pujol en Cataluña o los ERE en Andalucía, por mencionar algunas de las más sonadas. Mientras tanto, los protagonistas de estos escándalos se acusan unos a otros con el infantil argumento del «y tú más», rehuyendo poner fin al problema que está enervando a la sociedad, que cansada por ello busca nuevas alternativas que intentan acabar con el sistema actual.
Don Benito ya advirtió entonces de la aparición de nuevos movimientos radicales, tan perjudiciales como los reaccionarios. A principios del siglo XX ocupaban, entre otros, dicha categoría los anarquistas, ahora, todavía a principios del XXI se podría mencionar a Podemos. El discurso populista y antisistema de este nuevo partido aspira a romper los cánones establecidos en el 78 con unos métodos propios de aquellos «revolucionarios antediluvianos» a los que hacía mención el canario. Y ya no sólo el autor de los Episodios nacionales sino la Historia en general nos demuestran lo perjudicial de dichos radicalismos que han protagonizado los mayores desmanes del siglo XX.
La España del 2015 no es la de 1912, pero se parece demasiado. El país ha avanzado, tanto en el bienestar como en las libertades de sus ciudadanos, eso es innegable. No obstante, pese a la montaña rusa que ha sido el siglo XX, sigue adoleciendo de los mismos males que lastran su progreso. Es fácil encontrar en la clase política el chivo expiatorio de estos problemas endémicos que aquejan a España. Sin embargo, no hay que olvidar que la política no deja de ser un reflejo de la sociedad a la que gobierna.
Me parece muy acertado el articulo, cuesta creer lo poco que hemos cambiado en todo este tiempo. Demuestra lo complaciente que es el ciudadano espanol con su clase politica.
Un artículo fantastico en estos momentos tan difíciles para nuestro país. Lo peor de todo es que la mayoría de los que se dicen políticos, ejercen un liderazgo desorganizativo y para colmo creen que nos tragamos todos. Son frívolos y esta de espaldas de forma continua. No son capaces de preguntarnos. Solo quieren adulación con incapacidad para la autocrítica. Sientensen con colectivos no conocidos y escuchen. No hablen . Uno de los males de nuestra sociedad es la sordera funcional.
Muy bien Fran. El futuro sois vosotros.