Me van a disculpar que empiece con la archiconocida pregunta retórica de Kissinger sobre la Unión Europea: ¿A quién debo llamar? Pregunta que aún hoy es de difícil respuesta. No obstante, si algo apuntan las maneras de la nueva alta representante de la UE para Asuntos Exteriores en Política de Seguridad (lady PESC), la italiana Federica Mogherini, es que ella está dispuesta a recibir la llamada que tanto estamos esperando.

Ciertamente, su punto de partida no es el mejor de los posibles. Su antecesora, lady Ashton, ha realizado un trabajo que podemos calificar de eficiente de puertas para dentro: echar a andar la maquinaria europea del servicio exterior no es baladí, pero sí gris, y la repercusión pública de su actividad ha sido, por decirlo diplomáticamente, escasa.

Con esos antecedentes, nuestra nueva alta representante llegó al cargo bajo miradas suspicaces, ya que en su contra se adujo su escasa experiencia en un puesto ministerial. Cierto, carece de una prolongada carrera en el área, sin embargo a su favor tiene que, desde 2008, se ha mostrado activa (por ejemplo en el Consejo de Europa) y desde que ha ocupado el cargo ha mostrado no tener miedo a la tarea, estrenándose con llamadas de atención como la declaración para el reconocimiento del Estado palestino y la frenética agenda de viajes en este último mes.

Mientras, en la lista de asuntos pendientes que tiene por delante Mogherini, en orden de importancia, según un servidor, estos son los más relevantes:

  • Rusia (y el conflicto en Ucrania): gran asignatura pendiente de la UE como unidad. Aquí el entendimiento con el presidente del Consejo, el polaco Donald Tusk, será clave para poder presentar una imagen y discurso uniforme frente a Putin.
  • Mediterráneo y Oriente Medio: inmigración, terrorismo, países en guerra, crisis económica, conflicto israelí-palestino y todo ello en el patio trasero de la UE. Sin duda, habrá de saber coordinarse con los países miembros de la cuenca mediterránea y con los demás comisarios afectos. A su favor, venir de un país mediterráneo (y el apoyo de su primer ministro Renzi).
  • Candidatos y países vecinos : asunto poco visible a priori. Las exrepúblicas yugoslavas, ahora encarriladas, siempre están prontas a salir de la línea marcada, junto con una Turquía bajo el liderazgo de Erdogan, quien se debate entre su rol con la UE y convertirse en potencia regional independiente.
  • Tratado libre comercio con EE. UU.: patata caliente donde las haya, para ella y toda la Comisión. Las negociaciones han sido criticadas por el oscurantismo con el que se llevan. Será una asignatura clave para ver el juego en equipo de Mogherini.
  • G-20, Asociación del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) y China: aquí la dificultad radica en la multitud de asuntos político-comerciales, a los que hay que sumar el tener que lidiar con un coro de 28 voces, cada una con prioridades e intereses dispares, y el ser capaz de sacar el máximo rendimiento a las herramientas de las que dispone la UE.
  • América Latina y África subsahariana: los grandes olvidados de la política exterior comunitaria. ¿Ocuparán un puesto relevante en la nueva agenda de lady PESC?¿Podrá recuperar el terreno perdido frente a China?
  • ¿ONU-Consejo de seguridad?: Este punto es una hipótesis, pero, ¿en caso de producirse la tan esperada, pero nunca llegada, reforma del consejo, será capaz la UE de agruparse en un solo asiento para la UE?

En contra, las potenciales piedras que podrá encontrar son unos tratados que a veces dejan poco claro sobre quién recae la responsabilidad exterior, si bien Juncker parece tenerlo claro. ¿En qué medida Tusk querrá mayor protagonismo en política exterior? A su vez, carece de un presupuesto propio, ya que depende del de la Comisión y este a su vez de un Parlamento Europeo con poderes reforzados y con un tercio de eurodiputados que podemos calificar de euroescépticos o eurocríticos, insuficientes para bloquear las grandes líneas de acción, pero suficientes para ser la eterna china en el zapato.

No podemos olvidar que la política exterior suele ser un asunto jugoso para los gobiernos. Resultará difícil que quieran dejarse robar protagonismos o atenerse a la línea acordada desde Bruselas. No obstante hay una pincelada de optimismo: el reciente acuerdo en noviembre entre Alemania y Francia, al que se suma Polonia, y ha sido conocido como Triángulo de Weimar. En este acuerdo por fin se reconoce expresamente la necesidad de una política exterior común —es decir, compartir embajadas— y así lo harán Francia y Alemania. Si eso lo han hecho los grandes, con el tiempo, ¿no sería lógico ver a los 28 estados miembros en una embajada y bajo una misma bandera?

Pero no desfallezcamos, Mogherini tiene a su favor valiosas herramientas: un servicio exterior plenamente operativo y con representaciones en todo el mundo y un presidente de la Comisión (Juncker) que ha dicho que pretende viajar poco y cederle el protagonismo en su área. Al mismo tiempo, el nuevo esquema de la Comisión integra el interés en la política exterior y en él la alta representante ocupa el puesto de vicepresidente en el grupo de trabajo más relacionado con la política exterior y con el mandato expreso de su presidente de dirigir y coordinar esfuerzos. Y no puede faltar el poder blando, o lo que es lo mismo, la Unión Europea como referente, pues pese a las críticas que recibe, sigue siendo un ejemplo a seguir en integración, paz y bienestar, un hecho que siempre cuesta reconocer a los demás países y que en buenas manos es una útil herramienta.

En resumen y para toda la ingente lista de tareas por realizar, mi consejo al señor Kissinger es que llame y pregunte por Federica, quien tiene 5 años por delante para demostrar que la UE sigue ahí, siendo un actor relevante a tener muy en cuenta y que está en ello.