La creciente polaridad encontrada en los procesos electorales de los últimos años, desde Grecia hasta Estados Unidos pasando por España o Francia, devuelven actualidad a unas palabras escritas por Kautsky en 1892 que, para la izquierda europea, pueden significar un toque de atención:

«Tal y como están las cosas hoy en día, la civilización capitalista no puede continuar: debemos avanzar hacia el socialismo o caer de nuevo en la barbarie».

Dos guerras mundiales dieron razón al marxista alemán. Desde entonces, la idea de que, a falta de una alternativa política radical, nuestra civilización está expuesta a un peligro mortal nunca ha estado tan presente como hoy. La extrema derecha se intenta vender como única alternativa al colapso de Occidente frente a la invasión islámica. La izquierda está convencida de que solo la aplicación inmediata de sus políticas podrá salvar al mundo de la vuelta a desigualdades medievales y de la catástrofe ecológica.

Desde la izquierda europea, este sentimiento lleva a muchos a interpretar cada acontecimiento político —la victoria de Alexis Tsipras en Grecia, el nacimiento de Podemos en España, la elección de Jeremy Corbyn como líder del laborismo británico, etc.— como el evento crucial en la batalla por la salvación de la civilización. Democracy in Europe Movement 2025, el movimiento lanzado este martes, 9 de febrero, por Yanis Varufakis en Berlín, lleva este sentimiento de urgencia en su nombre: DiEM25, una referencia explícita al carpe diem de Horacio. ¡El momento es ahora! ¡Si lo dejamos pasar estamos perdidos! La referencia al avance del fascismo en los años 30 es una constante en la retórica de Varufakis, utilizada tanto para promover la necesidad de un cambio en Europa como para advertir de las peligrosas consecuencias de una eventual ruptura de la Unión.

Aunque estas percepciones sean casi siempre equivocadas (la historia se desarrolla de manera mucho más gradual, y sus momentos cruciales, en retrospectiva, se revelan no tan cruciales), nada da más fuerza a un movimiento como la creencia en su urgencia histórica.

Las dificultades surgen cuando el hecho de tener un tiempo de actuación limitado se convierte en ansiedad. El enamorado que teme que el objeto de su amor se le escape de las manos en cualquier momento hará proyectos de conquista a corto plazo; querrá ver en cada pequeña atención recibida un signo de su futuro éxito, y sufrirá una decepción exagerada frente al fracaso. Así, la izquierda, obsesionada por la idea de tener que aprovechar el momento, corre el peligro de equivocarse en su lectura de la realidad, y el bajón causado por los baches en el camino —piénsese en el fracaso de la lucha de Tsipras contra los eurócratas— hace que cada vez haya que volver a empezar desde cero.

Nada da más fuerza a un movimiento como la creencia en su urgencia histórica

El problema de esta lectura es que impide ver lo que los ingleses llaman the elephant in the room. Cuando el manifesto de DiEM25 reconoce en la transparencia y democratización de las instituciones europeas el medio para lograr una Europa progresista, o cuando los indignados gritan «somos el 99%», caen en la tentación de obviar el amplio respaldo del que en realidad goza el sistema capitalista

Fotografía publicada en Flickr por Marc Lozano bajo licencia CC.

Fotografía publicada en Flickr por Marc Lozano bajo licencia CC.

Tómese como ejemplo la crisis griega: Varufakis ha escrito que el aplastamiento de la «primavera ateniense» por burócratas sin escrúpulos «despertó a millones de europeos de su complacencia» con el sistema. Sin embargo, mientras que los que manifestaron su solidaridad a Grecia estaban en su mayoría ya convencidos de la inviabilidad del sistema, los gobiernos que siguieron una política de solidaridad cero —el alemán, español, italiano, los bálticos, etc.— gozaban de grandes apoyos en sus países.

El argumento acerca de la información tendenciosa sobre la crisis griega difundida por los grandes medios de comunicación no puede ser la única explicación. Sin embargo, el mito de la mayoría silenciosa favorable al cambio político se perpetúa, dado que un par de observaciones básicas en su contra no suelen entrar en los análisis políticos. Formularlas implica el riesgo de ser tachado de esnobismo o derrotismo, y aun así hay que tomarlas en cuenta:

  1. Como denota el historiador italiano Luciano Canfora, el capitalismo tiene un mensaje fundamental muy sencillo: «más bienes=más felicidad». Este no se transmite a través de un discurso abiertamente político, sino a través de la publicidad, que no hace más que representar a «gente ordinaria» en «un mundo ficticio hecho perfecto por el exceso de bienes de todo tipo[1]». Según Canfora, los publicistas serían los verdaderos «intelectuales orgánicos del capitalismo». Piénsese ahora en la popularidad de Mark Zuckerberg (al fin y al cabo, un publicista), superior a la de cualquier político; en la de empresas como Google, Apple, Zara, H&M, mayor a la de cualquier partido o sindicato; piénsese en la audiencia de Gran Hermano, superior a la de cualquier informativo de televisión. Estos apuntes parecerán moralistas, pero es exactamente aquí donde el capitalismo muestra su hegemonía cultural. Puede que esta barbarie cultural sea el resultado de las mismas condiciones económicas en las que el capitalismo mantiene a la mayoría de los ciudadanos. Pero eso no cambia el hecho de que, en el estado actual, cualquier política de izquierdas sea largamente impopular: es difícil imaginar una mayor protección de los derechos laborales, una limitación de los tratados de libre comercio o una política ambiental rigurosa que no se traduzcan en un daño inmediato para el consumidor, verdadero protagonista de la sociedad capitalista.
  2. Los analistas políticos suelen pertenecer a un estrato social que ha podido beneficiarse de una gran movilidad internacional: por eso se olvidan fácilmente de que la mayoría de los europeos no ha hecho un Erasmus, no tiene pareja en otro país, no habla cinco idiomas y no lee la prensa internacional. La acción política necesita de un entorno de experiencias comunes, de encuentros y debates cara a cara para reconocerse el uno al otro como miembros del mismo movimiento, para darse cuenta de que los intereses comunes superan las diferencias: algo que en Europa, fuera de la élite económica o intelectual, no existe ni va a existir a corto plazo. Como ningún objetivo político radical en la historia ha sido logrado sin el respaldo de un movimiento de masa organizado, los movimientos políticos europeos tienen algo irrealista que los limita desde el principio [2].

Un buen líder puede servir para tener un golpe de suerte electoral, pero no para conseguir un cambio sustancial en las relaciones de fuerza de la sociedad

Ahora bien, la conciencia de la necesidad de aumentar el consenso social para las políticas de izquierda se está difundiendo entre un número creciente de personas. Esta es la razón de existencia de Podemos; es el centro de la actividad periodística de Owen Jones en el Reino Unido; y el mismo Varufakis lo tiene claro. En un debate retransmitido por Talk Real el pasado lunes, el exministro griego declaró que el objetivo de DiEM25 es conectar a los activistas de toda la vida con aquellos europeos que, cuando vuelven a su casa, prefieren «ver un reality show para olvidar que mañana podrían no tener un trabajo» antes que un debate político. Hombre político radical con potencial de pop star, Yanis Varufakis podría ser el líder perfecto para alcanzar este objetivo, a condición de que no se deje atrapar por «el infierno de los movimientos sociales», con sus dinámicas y jerga incomprensibles para el común de los mortales, ni se convierta en un rebelde hollywoodense de los que le encantan al sistema capitalista.

Sin embargo, un buen líder puede servir para tener un golpe de suerte electoral, pero no para conseguir un cambio sustancial en las relaciones de fuerza de la sociedad; y mientras el debate de la izquierda esté centrado en los detalles tácticos, este cambio no llegará. Las dificultades encontradas por la izquierda al intentar crear un proyecto ideológico que vaya más allá de las exigencias electorales y aspire a la hegemonía se ven reflejadas en las continuas fluctuaciones en sus programas. Durante su breve periodo como ministro, Varufakis estaba dispuesto a llegar hasta la salida de Grecia del Euro; ahora, el eslogan ha vuelto a ser unidad o muerte. A su vez, él mismo participa en los mítines del Plan B para Europa, un agrupamiento de políticos que no excluyen la opción del regreso a las monedas nacionales. Al igual, los izquierdistas británicos cambian su posición sobre la salida de la UE según lo que pueda dañar más a los tories en cada momento[3].

El cambio climático, la crisis de los refugiados, el escenario internacional más conflictivo de las últimas décadas o el crecimiento de las desigualdades económicas son todas razones óptimas para pensar que la izquierda tiene que aprovechar cada oportunidad para ganar terreno al adversario. Pero hacerlo sin tomar conciencia de las dos realidades mencionadas (la gran capacidad de convicción del capitalismo y la ausencia de un tejido político común en Europa) puede acabar ayudando  al mismo sistema que se trata de cambiar.

Por eso Slavoj Žižek, un filosofo que comparte la idea de que el mundo se encuentra frente a la decisión entre «socialismo o barbarie», pone tanto énfasis en la necesidad de construir la acción política sobre la recuperación de unos fuertes valores comunes. Estos serían los grandes valores de la Ilustración —la igualdad, el respeto de los derechos individuales, la tolerancia— que constituyen la base del «modo de vida europeo». Según él, «la noción de que la protección de un modo de vida específico sea en sí mismo una categoría protofascista o racista» ha llevado a la izquierda a no tomar lo suficientemente en cuenta «las preocupaciones de la gente común por las amenazas a su modo de vida».

Para la izquierda, asumir que el 99% ya está con ella y que solo hace falta movilizarse solo es una fuente de decepción

Y las preocupaciones de la gente común es por donde hay que empezar también según Hall y O’Shea, autores de un interesante artículo llamado «Neoliberalismo como sentido común». Según estos sociólogos británicos, la izquierda tiende a desconfiar del «sentido común», juzgado conservador por naturaleza. Pero el sentido común, además de elementos reaccionarios, contiene lo que Gramsci llamaba «el núcleo saludable», «el sentimiento de injusticia por cómo va el mundo: los dueños explotan a los inquilinos, los bancos responsables de la crisis son salvados por los contribuyentes, los CEO reciben bonos inmensos aunque sus compañías tengan malos resultados». El objetivo de la izquierda es dar «unidad y coherencia» a estos elementos para desarrollar «una estrategia popular para el cambio radical».

Para la izquierda, asumir que el 99 % ya está con ella y que solo hace falta movilizarse solo es una fuente de decepción. Vivir cada elección como la última oportunidad para el cambio solo es fuente de ansiedad. Al contrario, ganar la batalla del sentido común —es decir, de la hegemonía cultural— es la única fuente de la que todas las futuras victorias manarán. Es una batalla larga y compleja, cuyo éxito nadie puede garantizar. Y tiene que ser combatida. La alternativa: la barbarie.

[1] ^CANFORA, L. (2004). La democracia: historia de una ideología. Barcelona, España, Crítica.
[2] ^Frédéric Lordon ha dedicado unas reflexiones muy interesantes, y bastante pesimistas a la posibilidad de construir un «pueblo europeo». Véase «Un peuple européen est-il possible?» en Le Monde Diplomatique, abril 2014.
[3] ^Véase el cambio de opinión de Owen Jones con respecto al tema, en solo seis meses, aquí y aquí.