En ocasiones, cuando una lee un libro que le emociona, lo primero que hace es buscar información sobre el autor del mismo; trata de comprender cuáles eran sus motivaciones, su modo de ver el mundo, y puede ocurrir que el pensamiento del lector no coincida en todos los puntos con los del autor. Tal cosa me ocurrió cuando leí la novela El manantial, de Ayn Rand—pseudónimo de Alisa Zinóvievna Rosenbaum— (San Petersburgo, 1905-Nueva York, 1982).
La escritora y filósofa desarrolló un sistema filosófico al que denominó «objetivismo», que ella misma definió como una filosofía para vivir en la Tierra, en la que el propósito moral de las personas es la búsqueda de la propia felicidad por medio de la razón. Defendió asimismo un capitalismo laissez-faire, completo y separado del Estado —lo que a día de hoy podría ser una idea cuestionable, pues se trata de un capitalismo ideal que, a mi modo de ver, ha dado muestra de sus fallos, tales como la sobreabundancia de recursos o la sobreexplotación del medio ambiente—. Según la doctrina, cada uno es un fin en sí mismo y no el medio para servir a los intereses de otro; una cuestión que se refleja en sus novelas.
Al buscar información sobre Ayn Rand encontré críticas destructoras, alabanzas por parte de empresarios de Silicon Valley, reflexiones del expresidente de los EEUU Barack Obama —quien cuestionó su forma de pensar—, e incluso del presidente Donald Trump —identificándose con el protagonista de El manantial— o de personas como Ralph Lauren, afirmando que la escritora es una de sus preferidas. También encontré declaraciones de la autora no exentas de polémica, tales como el elogio del egoísmo o la negación del naturalismo como corriente artística bajo el pretexto de que no muestra al ser humano «como debería ser». La repercusión posterior de la obra de Ayn Rand se manifiesta, por ejemplo, en una encuesta realizada en 1990 por The Library of Congress y el Book of the Month Club, en la que su novela La rebelión de Atlas fue elegida por los estadounidenses como el segundo libro más influyente después de la Biblia. A pesar de toda esta información, apenas encontré escritos sobre las historias de sus novelas, sobre la voluntad que empuja a los protagonistas a hacer frente a la adversidad y a tratar de conseguir su objetivo para alcanzar la felicidad, sea esta posible de obtener o no.
Howard Roark: El ideal moderno
El manantial (The Fountainhead en inglés), escrita en 1943, narra la historia del arquitecto ficticio Howard Roark, un joven estadounidense que lucha por unos ideales a favor de una existencia más libre en lo personal y creativo, contrario a los convencionalismos y las ideas preconcebidas. El libro es un canto a la arquitectura moderna del siglo XX, en el que Howard Roark representa la figura del creador genial que no sucumbe a las modas y a las críticas negativas.
Ayn Rand reflejó su filosofía objetivista en el personaje de Roark, que aparece como un ser heroico que se sirve de la razón para realizar su trabajo
Además de la historia del protagonista, el libro presenta el ascenso al éxito —y su derrumbamiento en determinados casos— de otros personajes: Peter Keating, opuesto a Howard Roark en su concepción de la arquitectura, que se deja llevar por los grupos de poder que abogan por una arquitectura neoclásica más tradicional, y diseña rascacielos adornados con frisos y pórticos griegos; Dominique Françon, heroína de la novela, quien apoyará en todo momento a Roark; Gail Wynand, el hombre que pasó su infancia en los suburbios de Nueva York y accedió más tarde al control de los medios de comunicación de la ciudad; y por último, el crítico de arte Ellsworth Toohey, representante del mal, que ejerce el poder sobre las masas a través de la usurpación de la individualidad.
A lo largo de la novela, Howard Roark simboliza el triunfo del individuo sobre el tradicionalismo estancado. Ayn Rand reflejó su filosofía objetivista en el personaje de Roark, que aparece como un ser heroico que se sirve de la razón para realizar su trabajo: fiel a sus principios, no se deja amedrentar por las opiniones contrarias, ni por la condena a la que parecen abocarle los medios de comunicación. No entra tampoco en grupos de poder que podrían haberle beneficiado, como la Corporación de Arquitectos de Norteamérica. Decide continuar su camino solo, aceptando únicamente la ayuda de aquellos que sí valoran su trabajo. De forma paralela a los personajes, la ciudad de Nueva York aparece en El manantial como un logro del ser humano; una visión comparable a los paisajes más excelsos de la naturaleza.
«Cambiaría el más bello atardecer del mundo por una sola visión de la silueta de Nueva York. Particularmente cuando no se pueden ver los detalles. Solo las formas. Las formas y el pensamiento que las hizo. El cielo de Nueva York y la voluntad del hombre hecha visible. ¿Qué otra religión necesitamos? (…) Cuando veo la ciudad desde mi ventana —no, no siento mi pequeñez— sino que siento que si una guerra viniese a amenazar esto, me arrojaría al espacio, sobre la ciudad, y protegería estos edificios con mi cuerpo».
*Cita de El manantial
Un canto a la arquitectura
Ayn Rand dedicó El manantial a su marido Frank O’Connor y a «la noble profesión de la arquitectura». Como decía antes, la novela ensalza a través del personaje de Roark la arquitectura moderna, caracterizada por el uso de formas simplificadas, materiales como el hormigón o el acero y por la ausencia de ornamentos. La contraposición entre ambas actitudes hacia la arquitectura—moderna y tradicional— queda de manifiesto en este diálogo entre Roark y un posible cliente:
«—Señor Janss, cuando usted compra un automóvil no quiere que tenga guirnaldas de rosas en las puertas, un león en cada guardabarro, o un ángel sentado en la capota. ¿Por qué no lo quiere?
—Eso sería estúpido —manifestó Janss.
—¿Por qué estúpido? Yo creo que sería hermoso. Además, Luis XIV tenía un coche así y lo que era bueno para Luis XIV debe ser bueno también para nosotros. Así no nos dedicaríamos a innovaciones imprudentes y no romperíamos la tradición.
—¡Usted sabe muy bien que no cree en nada de eso!
—Ya sé que yo no lo creo, pero eso es lo que usted cree, ¿no? Tome ahora el cuerpo humano. ¿Le gustaría ver un cuerpo humano con una cola rizada y plumas de avestruz en el extremo? ¿Y con orejas en forma de acanto? Sería ornamental, en lugar de la fealdad desnuda y severa que tenemos. Bien. ¿Por qué no le gusta la idea? Porque sería extraña e insustancial, porque la belleza del cuerpo humano es tal, que no tiene un solo músculo que no sirva a un propósito determinado, no hay una sola línea inútil; cada detalle obedece a una idea, la idea de un hombre y de su vida. ¿Me dirá usted que cuando se trata de un edificio lo quiere contemplar como si careciese de sentido o de propósito alguno, que lo quiere estrangular con adornos, que quiere sacrificar su propósito a su envoltura, no sabiendo siquiera para qué quiere semejante envoltura? ¿Quiere que parezca una bestia híbrida producida por el cruce de bastardos de diez especies diferentes hasta que obtenga una criatura sin intestinos, sin corazón ni cerebro, una criatura toda piel, cola, garras y plumas? ¿Por qué? Dígamelo, porque nunca he podido comprenderlo».
*Cita de El manantial.
Respecto a los diseños de Roark, Ayn Rand se inspiró en cierta medida en el arquitecto Frank Lloyd Wright, lo que puede apreciarse en las casas integradas en la naturaleza que planifica el protagonista, y en esas construcciones que, en lugar de romper con el paisaje, se amoldan a sus materiales y formas. Tal es el caso de una de las viviendas que aparecen en la novela, la Casa Heller:
«La casa que figuraba en los bosquejos no había sido diseñada por Roark, sino por la roca en la cual estaba asentada. Era como si la roca hubiese crecido y se hubiese completado, proclamando el propósito por el cual estaba esperando. La casa tenía muchos niveles, que seguían la superficie de la roca, subiendo cuando ésta subía, en masas graduales, en planos de consumada armonía. Las paredes, del mismo granito que la roca, continuaban sus líneas verticales hacia arriba; las amplias terrazas salientes, de hormigón, de plata, como el mar, seguían las líneas de las olas, del recto horizonte».
*Cita de El manantial.
El manantial no exalta el poder, sino que presenta las maneras —honestas o no— que tienen los personajes de conseguir su propósito en la vida
El individualismo sobre el poder establecido
El manantial es un alegato a favor del pensamiento individual, en oposición al colectivo. Howard Roark se enfrenta a la opinión pública de un país que considera sus edificios inmorales. Bajo esta premisa, la novela hace una reflexión sobre el poder de los medios impresos que manipulaban a las masas en la época. El manantial no exalta el poder, como pudiera pensarse una vez terminada la novela, sino que presenta las maneras —honestas o no— que tienen los personajes de conseguir su propósito en la vida.
Si Howard Roark representa el ideal de alguien que cree en sus principios, el personaje de Gail Wynand —rico magnate de los medios impresos del país— pretende conseguir el poder sobre el público, aunque tenga que vender su alma para lograrlo. Tal como la escritora señaló, «la ambición de poder es una mala hierba que solo crece en el solar abandonado de una mente vacía».
Es cierto que Rand exalta el valor del egoísmo, pero pocos han reparado en el significado que la autora da a este término, utilizado a favor del propio creador —como egoísmo racional de una persona que está motivada por el deseo de lograr algo, no por el deseo de vencer a otros—. La novelista definió al «verdadero egoísta» como alguien que no tiene la necesidad de usar a los demás de ninguna forma, pero nunca como el que sacrifica a los demás. Esta idea queda de manifiesto en el alegato final de Roark, quien, tras haber sido llevado a juicio por dinamitar una construcción propia después de que otros la hubieran modificado sin su consentimiento, defiende el valor del creador individual que no obra por medio de los demás:
«Ese gran hombre, el rebelde, está en el primer capítulo de cada leyenda que la humanidad ha registrado desde sus comienzos. Prometeo fue encadenado a una roca y allí devorado por los buitres, porque robó el fuego a los dioses (…) Cualquiera sea la leyenda, en alguna parte en las sombras de su memoria, la humanidad sabe que su gloria comenzó con un gran hombre y que ese héroe pagó por su valentía».
*Cita de El manantial.
El arte como construcción metafísica
Ayn Rand defendió un arte que debía mostrar al ser humano como debería ser, en un sentido aristotélico, por lo que sus creaciones tienen un carácter romántico —ella se definía a sí misma como romántica-realista—. Admiraba a Aristóteles por ser, según sus palabras, «el primer y más grande racionalista». Por otra parte, definió el realismo romántico como la representación de las cosas y de los seres humanos «como podrían y deberían ser». En este sentido, la escritora defendió el romanticismo porque el movimiento reconoce que el ser humano posee la facultad de la voluntad, y asimismo defendió el realismo porque ubicaba a sus personajes «en la tierra», de manera racional. El propósito de sus escritos fue la proyección de la persona ideal —lo cual no quiere decir que los protagonistas de sus obras no puedan sucumbir a la tragedia— como un fin en sí misma. Howard Roark representa a esta persona en El manantial.
Desde mi punto de vista, su definición del arte era demasiado acotada, pues no consideraba más que a aquellas obras que seguían el ideal anteriormente citado. No reparó en que ciertas obras de arte naturalistas ponen al público en disposición para reflexionar sobre la naturaleza humana, y que esta reflexión puede servir al intelecto, ya sea para comprender una visión del mundo y asimilarla o, incluso, para ser consciente del aspecto negativo de la obra y oponerse al mismo.
En El manantial, las construcciones de Howard Roark simbolizan el concepto que la autora tenía respecto al arte y la creación; son el resultado de un proceso de búsqueda de valores elevados que pasan de ser una idea metafísica del creador a convertirse en una obra material. En una de las escenas más notables del libro, la autora describe la escena de un chico desconocido con aspiraciones artísticas que, momentos antes de toparse con un complejo residencial construido por Roark en el campo, piensa de qué modo desearía ver las obras artísticas. Este pasaje resume la concepción que tenía Ayn Rand sobre la creación:
«El muchacho pensaba que la obra del hombre debía ser un escalón más elevado, una mejora sobre la naturaleza, no una degradación. Él no quería despreciar a los hombres; quería amarlos y admirarlos. Pero le aterrorizaba la visión de la primera casa, sala de apuestas y póster de película que encontrara en su camino… Siempre había deseado escribir música, y no podría darle ninguna otra identidad a lo que él buscaba… Déjenme ver eso en un solo acto del hombre sobre la tierra. Déjenme verlo hecho realidad. Déjenme ver la respuesta a la promesa de esa música… No trabajen por mi felicidad, mis hermanos, muéstrenme la suya, muéstrenme que es posible, muéstrenme su logro, y la noción me dará coraje para el mío».
*Cita de El manantial.
Leída la novela, uno puede preguntarse qué personaje le representa mejor, a sí mismo y a la sociedad, pues los medios empleados para conseguir las metas perseguidas pueden ser honrados o deshonestos. Muchas son las críticas susceptibles de hacerse al pensamiento de Ayn Rand, desde cuestionar su postura única a favor de mostrar al ser humano como podría y debería ser —en lo que al arte y la creación se refiere—, hasta objetar ciertos aspectos del capitalismo que defendía —¡Dios salve al capitalismo de los defensores del capitalismo!, escribió la autora—. Por otro lado, es fácil criticar su obra sin haberla leído, porque los conceptos que desarrolló en su filosofía y los términos empleados, a veces un tanto ambiguos, pueden dar lugar a malas interpretaciones si se sacan de contexto, incluso a apropiaciones indebidas por parte de posturas políticas o grupos de poder. La historia del arquitecto Howard Roark, sin embargo, se manifiesta como una llama del fuego que Prometeo robó a los dioses; una llama que alumbró a un creador que sirvió a su propia verdad, salió de las sombras y, gracias a su tesón y esfuerzo, se abrió paso hasta alcanzar la luz.
Leed y juzgad.
- Foto portada: Trabajadores en el Edificio Chrysler. 1932. Foto: Charles C. Ebbets