Porque nunca aprendimos a ir a dormir
sin que pareciera un fracaso
La educación sentimental, Pablo Fidalgo
Hoy el cansancio asola mis piernas.
Es un hongo que crece
a la sombra de cada mañana,
como si encontrara un tronco sobre el que reposar
cuando al sur se disipa la bruma.
Los trenes perdidos entran en mi catálogo de colecciones.
Mi desidia les despide
mientras miro con envidia a sus túneles,
refugios que crea el espacio-tiempo
para viajar sobre neutrones.
Se borran la ciudad y mis mapas,
convertidos en ondas agitadas de materia.
Espero
Estoy parada, expectante ante una nueva visita.
Alguien ha llegado para cegarme:
me roba los ojos para disfrutar de mis miedos,
de mis desapariciones.
Aún me queda el refugio de los días blancos,
idénticos a nubes.
Hay humedad para que crezcan las bacterias,
las que se despiertan con la alarma de martillos,
preparadas para crecer y procrear un horizonte
ahí donde se esconden los restos
en lo más profundo de la despensa.
He hecho acopio de materia
para cruzar el largo camino de la noche.