Las elecciones celebradas a las puertas de la Navidad han sido todo lo históricas que se decía que iban a ser. Sin embargo, lejos de implicar un cambio de sistema como el que algunos anunciaban, seguramente han servido solo (y ni más ni menos) para aclarar el futuro del actual sistema, constituyendo ante todo un punto de inflexión. En efecto, de las elecciones sale una situación mucho más clara que la que había con anterioridad. Vayamos por partes:

Primero, el corazón del sistema. Es característico de muchos regímenes políticos el tener un partido predominante, es decir, tendente a gobernar la mayoría del tiempo y tendente a marcar el rumbo del sistema aun sin llegar a ser hegemónico. Así ha sido en los modelos de sistema que mas influyeron al diseñar el régimen español del 78: Italia y Alemania. Predominante (o casi hegemónica) fue la DC en los cincuenta primeros años del régimen italiano del 47 aún en vigor. Predominante ha sido la CDU-CSU en el sistema alemán nacido de la Ley Fundamental de Bonn del 48. En línea con esos modelos, predominante ha sido el PSOE en el sistema español del 78, donde no solo ha gobernado más de la mitad del tiempo, sino que ha marcado una serie de líneas políticas que ningún otro partido ha sido capaz de cambiar: fue el andalucismo del PSOE el detonante del café para todos (obra de UCD) al comienzo del proceso autonómico; fue la postura del PSOE a partir de 2003 (en la histórica conferencia política de agosto en Santillana del Mar) la que ha marcado el proceso territorial desde entonces, dando lugar al Estatut, al nuevo Estatuto de Andalucía o a la cláusula Camps valenciana… En suma, ha sido el PSOE quien ha marcado el ritmo ideológico al país aun gobernando el PP —quien aceptó gustoso el cargo de tesorero—.

La gran cuestión en estas elecciones, si de cambio de sistema se trataba, era saber si el PSOE sucumbía como anunciaban las encuestas, o si resistía en la segunda posición. La resistencia del PSOE con dos puntos más que Podemos y cía., y sobre todo su jaque a la sangría por el flanco del centro —que fue el éxito de Ciudadanos en Cataluña, y ha sido en ese territorio su perdición—, han sido lo esencial de las elecciones: si resiste el PSOE, resiste el sistema. La posición institucional de Pedro Sánchez y Susana Díaz nada más salir los resultados ha sido clara: el sistema no se toca, pues el PSOE puede y quiere liderarlo, aunque haya que esperar un poco. Su nuevo momento será después de que el tesorero termine de apañar la caja, todavía algo menguada. Un tesorero que ha ganado, sin duda, pero que no ha sido capaz de más por avergonzarse de sí mismo y de sus recortes.

Precisamente (y esto nos lleva a la segunda cuestión: la distribución derecha/izquierda), la renuncia del PP a la batalla ideológica durante estos cuatro años ha sido su perdición: Rajoy renunció a cumplir el programa que predicó en sus ocho años de oposición, y un tercio de sus electores han renunciado a volver a votarle. Quizá ello no le impida gobernar. Pero el cambio que podía haberse producido desde la derecha no ha tenido lugar: si Rajoy hubiese sido capaz de mantener la fidelidad de aquellos casi once millones de votantes, hoy tendría casi 200 escaños (dada la fragmentación de la izquierda). Y aun sin ellos, podía haber sacado mucho más de lo obtenido haciendo ver al votante socialista que ha salvado el sistema diseñado por el PSOE: tampoco se atrevió a esto, y ahora es primera fuerza en manos del PSOE.

El resultado del PP y del PSOE (mucho más vinculados que nunca) nos lleva al tercer asunto: Ciudadanos como alternativa prosistema. El PSOE y Podemos y cía. se empeñaron en mostrarlo como la marca low cost de la derecha, y lo consiguieron. Sus propuestas eficientistas han logrado arrancar muchísimos votos… pero de votantes conservadores. Aun sin el triunfo que llegaron a darle las terminales oficialistas —fue PRISA quien lo catapultó y quien luego anuncio su cuasi liderazgo con un empate a tres hace un mes—, Ciudadanos ahí queda como tercera vía, como posible UCD 2ª edición. Algo que no tenía por qué conseguirse de una vez, y que puede ser un seguro para mantener el sistema social de Derecho de la Constitución del 78 en un momento de emergencia.

Y desde la resistencia del régimen podemos pasar a la cuarta cuestión: la alternativa antisistema. La sociedad comanditaria formada por Podemos y cía. (En Comú, Compromís, En Marea) ha sido la gran triunfadora. Nunca en 40 años un partido que cuestionase abiertamente el régimen del 78 había logrado ese amplio 20 %. Podemos y cía. serán un agente determinante los próximos años. Si bien es cierto que sus soluciones anticapitalistas no son capaces de conquistar a la inmensa mayoría, no lo es menos que Podemos ha sabido representar a un sector descartado del sistema con propuestas del gusto de cualquier persona razonable en materias como la transparencia, la efectiva participación (el voto rogado de los emigrantes ha sido un temazo de campaña), la lucha contra la corrupción, o el modelo energético o bancario. Si la entente morada es capaz de pelear esos temas sin asustar con anticapitalismo —la diferencia de posición con IU respecto al mercado es ya palpable, y de ahí el éxito—, puede tener recorrido en un nuevo escenario de dialéctica sistema (PP, PSOE, C’s)/antisistema. Y en este orden, resulta fundamental la posición morada respecto al tema territorial, lo cual nos lleva al quinto punto.

El resultado del 20D ha sido un triunfo para las fuerzas periféricas

En efecto, si algo no ha terminado de ser pacífico en España desde que Felipe V dictó los Decretos de Nueva Planta ha sido el problema territorial. España fue una suma progresiva (con resistencias puntuales irmandiñas, comuneras o de nobles catalanes, cierto es) desde  la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón hasta la irrupción borbónica. Desde entonces, ha habido una tensión inacabada entre las fuerzas periféricas y las centralistas. Una tensión en la que el dominio centralista no ha logrado acabar ni con los fueros, ni con los sentimientos, ni con las culturas tradicionales. Y ahí está para demostrarlo la subsistencia de diferentes derechos civiles en los diferentes territorios —más allá de las variables estructuras políticas de los tres siglos—.

El resultado del 20D ha sido un triunfo para las fuerzas periféricas. A los tradicionales grupos catalán (Convergència) y vasco (PNV) en el Congreso, se unen dos grupos catalanes más (ERC y En Comú), el grupo valenciano y, por fin, el grupo gallego En Marea. Esto ha  sido posible solo gracias a Podemos, que pese a los tics madrileños de su dirección central (con unas primarias fallidas a nivel central), ha demostrado una nueva mentalidad confederalista. Mentalidad que, combinada con su comunitarismo localista, le ha permitido ir en marea con fueras locales y gozar de un prestigio en las periferias, que le ha dado la victoria en Euskadi sin necesidad de hacer marea con fuerzas locales (reduciendo a Bildu al mínimo) y un buen resultado en Aragón (donde barre del mapa el escaño de la CHA). 

En un tiempo marcado por  una interesante tensión entre globalización y antiglobalización, es evidente la confluencia del comunitarismo localista con el altermundismo, pues ambos defienden una suerte de minoría descartada por el sistema global de mercado. Y eso, en España, agrupa contra el sistema actual ambas fuerzas. Dependiendo de cómo evolucionen no sería descartable que, en caso de llegar un nuevo consenso constitucional, la sociedad comanditaria de Podemos y cía. permita traer una solución territorial que cierre un conflicto de tres siglos para que España vuelva a ser suma.

Recapitulando, las elecciones del 20D no han traído cambio de sistema, pero han clarificado y mucho el sistema, su futuro y los agentes del cambio que vendrá. Escritas están las claves del cambio. Los partidarios del mantenimiento pacífico del sistema en la onda mundial (4/5 del electorado), gozarán de un entendimiento PP-PSOE inédito y de un nuevo agente (Ciudadanos) como alternativa. Los partidarios de la alternativa altermundista periférica (numerosa minoría con 1/5 del pastel), tendrán todo un movimiento fuerte al que agarrarse. Ambos fijan una nueva balanza que ya no es la de derecha/izquierda. La marcha del mundo nos dirá hacia qué lado se inclina la nueva balanza y cuándo. Pase lo que pase, el nuevo episodio de la historia comenzó el 20D de 2015, y no parece que sea, ni mucho menos, peor que los anteriores. Las bases para un nuevo acuerdo constitucional están encima de la mesa. Dicho acuerdo podría ser mucho más inclusivo que el del 78 (cuyo consenso clientelar despierta la oposición que hoy encarna Podemos) y podría escribir un futuro pacífico en el tema territorial. Analizando las cosas con perspectiva, sin apasionamientos ni calenturas, creo que la palabra clave sería esperanza: el 20D ha sido un punto de inflexión que abre las puertas a un futuro que no tiene por que ser ni mucho menos peor que el pasado.