Desembarcamos en territorio desconocido con espíritu aventurero y muchas ganas de romper la campana de cristal que nos mantiene aislados. Venimos a hablar de arquitectura y de su expresión final, la ciudad. A hablar de su vertiente política, de ciudadanía y, sí, de diseño. Llegamos a La Grieta, esta plataforma que nos da voz, y, por tanto, también voto. Plataforma de pensamiento, de intención, de acción. No somos más que un grupo de estudiantes de arquitectura que no pueden, y no quieren, acallar sus inquietudes. Nos hemos bautizado como ink (web en proceso), pero, de momento, solo nos importa el (th)ink, el pensar, cuestionar, investigar, aprender. Cuando pensamos bajo qué categoría se podía inscribir nuestra temática, todo lo que realmente pudimos decirnos fue: «dejémoslo en arquitectura». La arquitectura es arte en su variante de diseño y tecnología, es economía en sus procesos y gestión, es política en su materialización, como conjunto y como elemento individual, en sus normativas. Así que sí, venimos a hablar de arte, de economía, de política. La relación entre ellas es intrínseca. Es imposible tejer este tapiz sin hilar todas las madejas.
Cuando decidimos titular este espacio La ciudad post-crisis, probablemente pecásemos de ambición,
porque realmente la crisis no ha acabado, no nos encontramos en un momento post. La crisis es algo continuo, vivimos en un estado de crisis constante, es un elemento de confrontación que nos permite avanzar. Pero queremos tomar como referencia la crisis económica y social para dar salida a nuestros pensamientos en forma de crítica, de replanteamiento. No somos expertos contrastados en la materia, leemos, absorbemos, vivimos la ciudad, aquí y fuera, sus cambios, sus fenómenos. Tampoco somos los primeros, ni los últimos. Y probablemente lo mejor es que nuestra labor vaya a ser la de dar a conocer aquella de quienes llevan años dedicándose a ello, construyendo los primeros escalones que queremos subir nosotros ahora.
Usemos el concepto de crisis como excusa. Ella, como si se tratara ya de un ente físico, en boca de todos, ha trastocado nuestros mundos, para bien y para mal. Aunque los datos económicos mejoren, y cabe preguntarse bajo qué condiciones, seguimos sumidos en una crisis de valores, en una crisis del «antiguo régimen» a la contemporaneidad. Una contemporaneidad polifacética, de infinitas capas superpuestas, que enfrenta en un mismo escenario generaciones con hábitos muy diversos, hábitos que evolucionan y se transforman a gran velocidad en la generación que nos adjudican, los millenials.
El escenario de estos cambios es la ciudad, una ciudad en crisis, el lugar donde se materializan estos cambios. No se puede escapar a ella, es el reflejo del día a día, nosotros definimos sus normas y sus normas nos regulan a nosotros. La ciudad es el espacio de acceso a tu portal, el pavimento de tu acera, la parada de autobús que te permite moverte, el propio autobús y la red de la que forma parte. Es un conjunto de sistemas entrelazados, físicos y no físicos, que se influyen recíprocamente. La ciudad eres tú, soy yo, somos los dos cuando nos cruzamos de frente, tal vez ignorándonos, tal vez buscando que ese encuentro, entre tantos miles de encuentros que suceden en ella, no acabe nunca.
I. ¿Por qué nos interesa, o debería interesarnos, la ciudad?
El punto de partida de nuestro viaje, ese por el que nos podemos perder entre la compleja anatomía de la ciudad, es buscar una definición para ciudad e intentar dibujar lo que es una ciudad hoy en día y cómo hemos llegado hasta ella. Solo así podremos tomar impulso para saber hacia dónde nos dirigimos. Y si vamos a hablar de ciudad, destripándola, diseccionándola por partes para entender luego el todo, intentando entender su compleja anatomía, pues mejor empezar intentando definir qué es ciudad, o mejor, qué es ciudad hoy en día, cómo hemos llegado a la ciudad que tenemos hoy y por qué es vital en todo en lo que somos ahora y hacia donde nos dirigimos.
La ciudad nace de un estilo de vida sedentario donde predomina la agricultura, donde se fraguan uniones entre personas, que habitan próximas unas de otras, y que configuran una sociedad. Las ciudades fueron creciendo mientras se creaban estructuras de poder que controlaban territorios, sociedades más complejas, con varias clases de individuos y diferentes derechos. Nació con ello la política en sus más diversas formas: desde tribus hasta reinos, dictaduras y anarquías.
El paradigma del concepto de ciudad más importante de la Antigüedad son las polis griegas, unidades socio-política soberana sobre un territorio periférico, donde los ciudadanos tienden a regirse por compromisos comunes expresados por leyes. Es decir, se crean casi tantas formas de gobierno como polis existían. Lo que es relevante es que en la Grecia clásica se consolida el concepto de ciudad y ciudadano, del deber y del derecho. La ciudad se convierte en un espacio que se rige por ciertas normas, con escenarios diseñados para ello, los ágoras, pero aún el ser ciudadano es un privilegio que no está extendido a todos aquellos que viven en ella.
La colonización griega del Mediterráneo extiende el concepto de polis y serán sus más aventajados alumnos, los romanos, quienes desde la base de una ciudad sobre siete colinas forjen un imperio. Los romanos exportarán el modelo de urbanización griego a los límites del mundo conocido. La relevancia de la religión en las ciudades medievales se traducirá en grandiosas catedrales góticas como afirmación del poder de una ciudad. Muchos núcleos urbanos nacerán en torno a los monasterios, refugios del saber en una época un tanto barbárica.
En esta carrera por la historia urbana llegamos con la lengua fuera al Renacimiento, que consolida las ciudades como epicentro de la creación, donde se concentran mecenas, artistas, hombres de poder, familias que manejan los destinos de naciones. Las ciudades adquieren nombre propio y prestigio en función de sus habitantes, en ellas se forjarán las ideas y conceptos sobre los que se asienta nuestra sociedad actual . El Barroco y la Ilustración traerán grandes avances en el urbanismo para el placer de un monarca o como iniciativa civil de sociedades de ciudadanos ilustrados.
Finalmente, la Revolución Industrial traerá a Europa (y con menor relevancia a España), el fenómeno que caracteriza ahora las ciudades de los países en crecimiento: masas humanas, urbanización masiva y contaminación, pero también una burguesía creciente, el concepto de clase y la lucha política, convirtiendo la ciudad en un lugar de confrontación entre realidades cada vez más complejo.
Como acabamos de ver, la ciudad ha crecido a lo largo de la historia como un escenario de los derechos, de las aspiraciones, del contraste, del progreso y del retroceso, es el objeto de deseo de quien aspira, en teoría, a una vida mejor. Es herramienta, utensilio, vehículo.
Con esta premisa llegamos al desencadenante de toda esta serie titulada La ciudad post-crisis: el mundo, inevitablemente, se está urbanizando a pasos agigantados bajo un desarrollo imparable y con un futuro incierto, y queremos saber por qué, y cómo. Y esto, obviando los despropósitos urbanísticos que encontramos en España cometidos durante los años del boom, no sucede en los países donde el crecimiento urbano no deja de ser gradual, controlado, con sus adosados y jardines, idílico y bonito. Sucede en el otro noventa y nueve por ciento, en los países en desarrollo que están dando su «gran salto adelante» y en forma de asentamientos precarios —slums, bidonvilles, favelas, llámese como quiera—. En estas nuevas poblaciones urbanas es donde realmente se juegan las cartas de nuestro futuro común. Es en estos millones de individuos con aspiraciones al modo de vida occidental, por llamarlo de algún modo, donde reside la clave del desarrollo sostenible —maldita palabra— de la igualdad social, de la justicia. Porque esos países que crecen a ritmos acelerados aspiran a ser nosotros, entendido como un estilo de vida y de bienestar asociado a un enorme consumo de recursos territoriales y ambientales. Si sois de los que necesitáis datos para creerlo, UN-Habitat, (organización de las Naciones Unidas para los asentamientos urbanos), edita cada año informes sobre el estado global de las ciudades y prospectos de urbanización, muy completos y de fácil digestión.
Los llamados países en desarrollo aspiran a tener voz y voto ante gobiernos no siempre dispuestos a darlo, aspiran a un contrato de propiedad que los legitime como propietarios de un trocito de ese oasis que es la ciudad. Hablamos de una ciudad que se escapa de la percepción, que acumula millones de almas, que crea megalópolis que se entretejen en el panorama global, que consume los recursos limitados de que disponemos.
En estos países, donde muchas veces ciudad no es igual a ciudadanía, encontramos la deformación del principio urbano, que no es más que una masa construida inmensa, un flujo de seres anónimos absorbidos por un entorno mecanizado, alienado de lo humano. La ciudad es ese oasis en el desierto que brinda la oportunidad de educación, de ascenso. En ella, además, se produce un fenómeno bastante negativo, que también encontramos aquí en España: el de la élite ostentosa, el del materialismo extremo. En lugares como Sao Paulo, metrópoli en ebullición que reúne el cielo y el infierno, el progreso se medía en el número de vallas publicitarias con promociones de viviendas que prometían el lujo y la singularidad entendidas como la separación del prójimo menos afortunado por una valla electrificada. También en nuestro país cualquier promoción que se preciara promocionaba su exclusividad, aun encajada entre dos salidas de autopista y con calidades ínfimas (hablaremos de todo esto en sucesivos capítulos).
Afortunadamente, la ciudad también ha sido el refugio de los ilustrados de cada país y no son pocas las iniciativas y los grupos que luchan por ciudades más justas y humanas en sitios donde estos conceptos resultan de lo más lejanos. En Brasil, una realidad que me es cercana, la presión de estos grupos conseguido establecer el «derecho a la ciudad» como un derecho constitucional ante los enormes problemas derivados del crecimiento urbano descontrolado y la miseria asociada en una sociedad de enorme contraste y desigualdad.
Mientras tanto, en nuestro país y en otros muchos la ciudad es un animal herido de muerte por la especulación del mercado, tal vez lo mejor de la crisis es que ha abierto los ojos a quien no quería verlo, porque en nuestro país, en nuestras ciudades, también hay injusticia, hay exclusión, hay pobreza. Los pasos que se den ahora definirán el escenario en que se desarrollarán las vidas de las generaciones futuras y la que nos queda por vivir a nosotros. Parece que hay quien aún no lo tiene claro y sigue queriendo ceder la ciudad que es de todos a unos pocos. Pero poco se podrá hacer mientras no tomemos conciencia de nuestra ciudadanía, con sus derechos y sus deberes, y nos sigan embaucando los espejismos de falsa ciudad basada en la imagen y en el consumo que se nos intentan vender. Por eso hemos venido a compartir esta preocupación, en la esperanza de que llegue a quien lea estas líneas.
En este ciclo iremos discutiendo de todo esto y más, sin prisa, pero sin pausa. Y si te interesa y quieres aportar algo, escribe a ink.spain@gmail.com.