Durante las últimas décadas, internet ha cambiado numerosos aspectos de la economía, principalmente gracias a las mejoras en la comunicación e información. Han aparecido nuevos productos, métodos de producción, sistemas de información, nuevos métodos de venta y comercialización de los productos, etc. Y como penúltimo capítulo de este proceso de disrupción tecnológica estamos asistiendo a una transformación de los poderes y valores económicos, que se refleja especialmente en la llamada economía colaborativa.

La economía colaborativa consiste en la coordinación de individuos para producir, distribuir, financiar o consumir bienes y servicios de forma conjunta, sin recurrir a empresas o profesionales. En general, la colaboración surge de la existencia de un exceso de capacidad de uso de bienes o servicios en los que la persona opta por poner a disposición de otros esta utilidad sobrante. Se trata de compartir, alquilar o intercambiar tiempo, bienes o dinero que estén infrautilizados y de desinstitucionalizar la producción y financiación. Aunque la economía colaborativa todavía se encuentra en pleno desarrollo, ya podemos ver numerosos ejemplos. Algunos son recientes como Airbnb, Lending Club, Wallapop, Bitcoin o Blablacar; y otros no tanto, como el software open-source, Wikipedia, eBay o Couchsurfing.

El alquiler, intercambio o uso común de bienes y la financiación o producción colaborativa no son comportamientos económicos nuevos, pero gracias a internet y las nuevas tecnologías se han reducido los costes de transacción y se ha simplificado y abaratado enormemente la comunicación, permitiendo que la colaboración sea una alternativa real y con mucho más potencial. En los últimos años se ha visto una explosión de la colaboración gracias a los smartphones que conectan al consumidor y permiten unir oferta y demanda local en tiempo real. Uber es un claro ejemplo de esto, internet y las nuevas tecnologías han permitido que sea viable alquilar activos (tiempo y coche) que puntualmente están infrautilizados.

La colaboración genera nuevos tipos de interacciones en la economía. Podríamos decir que se pasa de una economía basada en la propiedad y controlada por empresas o instituciones, a una economía basada en el uso y controlada por individuos. Las personas ya no buscan ser propietarias de los bienes sino simplemente poder disfrutar de ellos cuando sea necesario (participar de un programa de carsharing como Bluemove o Respiro en lugar de comprar un coche o colaborar en crear una enciclopedia gratuita que es de todos). Y las empresas pasan a ocupar un lugar secundario, en vez de producir y vender los bienes, controlando toda la cadena de valor, se convierten en intermediarias o facilitadoras de la colaboración. El rol de Airbnb como intermediario en el sector del alojamiento vacacional contrasta con el rol de las hoteleras que poseen y controlan los alojamientos.

Las empresas pasan a ocupar un lugar secundario, como intermediarias o facilitadoras de la colaboración

En los últimos años, la colaboración ha abierto grietas en numerosos sectores, principalmente en transporte, alojamiento, financiación, mercados de segunda mano y servicios (Collaborative Economy Honeycomb muestra el detalle de empresas de sharing por sector). En 2013 el mercado de economía colaborativa alcanzó los 15.000 millones de dólares, pero todavía queda mucho recorrido para llevar estos modelos a más sectores y a más consumidores. PwC estima que la economía colaborativa en 2025 será más de 20 veces mayor.

La economía colaborativa evolucionará no solo en tamaño sino también hacia un mayor grado de colaboración. Como explica el activista político Jeremy Heimans (Ted / HBR), existen varios grados de colaboración. Las primeras muestras de participación que superaron el consumo pasivo tradicional fueron las redes peer-to-peer para compartir música, vídeos o programas y las redes sociales en las que la oferta de entretenimiento e información se genera por la comunidad. A día de hoy, Wikipedia representa el súmmum de la participación, la mejor enciclopedia del mundo, creada y poseída por todos. Pero el futuro está en ir más allá del consumo participativo y pasar a financiar, producir y poseer en común con otros.

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El avance de la colaboración está generando un gran impacto en las personas y organizaciones, cambiando drásticamente el rol de unos y otros. En lugar de consumidores (término rechazado por el movimiento sharing por reducir al individuo a mero ser consumista), hay personas empoderadas, conectadas, organizadas, autosuficientes. Las personas se conectan y organizan a través de redes sociales, redes P2P y otras plataformas como change.org. Son más autosuficientes pues pueden prescindir de organizaciones que tradicionalmente eran necesarias para la actividad económica. Y todo esto les confiere un enorme poder sobre la economía y sobre las empresas. Las empresas no desaparecen, pero pierden funciones en favor de las personas y adquieren un rol de facilitadoras o intermediarias de la colaboración.

El poder pasa a organizaciones informales, abiertas, transparentes, apoyadas en individuos y basadas en la colaboración

Estos cambios llevan a la aparición de nuevas formas de poder y nuevos valores. Citando de nuevo a Jeremy Heimans, mientras que en la economía tradicional el poder lo tenían organizaciones jerárquicas, cerradas y profesionalizadas guiadas por la competencia hoy en día surgen organizaciones informales en lugar de jerarquizadas, abiertas a cualquiera, transparentes (como contraposición a la confidencialidad que guía a una organización competitiva), apoyadas por los individuos y basadas en la participación de estos a través de redes conectadas. Airbnb no construye ni diseña alojamientos, tampoco utiliza un organismo oficial para calificar con estrellas la oferta, ni siquiera posee un solo metro cuadrado de terreno. Y sin embargo, facilitando la participación, permitiendo que las personas ofrezcan sus casas infrautilizadas y empoderando a las personas a través de las calificaciones y opiniones, se ha convertido en una de las cadenas hoteleras más importantes. También en política se están viendo estos cambios en las personas y organizaciones; por ejemplo, la campaña electoral colaborativa y microfinanciada de Ahora Madrid consiguió desplazar a partidos tradicionales con recursos económicos y humanos mucho mayores.

¿Hasta dónde puede llegar la economía colaborativa? A día de hoy parece complicado imaginar un mundo sin empresas tradicionales y basado únicamente en la colaboración y participación entre individuos. A corto plazo, los principales impedimentos son el vacío legal y las limitaciones regulatorias que ponen trabas a este y otros tipos de innovación, a menudo por miedo al cambio y por proteger a los colectivos perjudicados. Además, algunos sectores se encuentran especialmente resguardados de esta colonización, principalmente los intensivos en capital y con grandes economías de escala. Pero tampoco hace unas décadas hubiera sido fácil prever los cambios a los que hoy asistimos.

Mientras tanto podemos disfrutar de los beneficios sociales, medioambientales y económicos que nos ofrece la colaboración. En el plano social se fomenta la interacción y colaboración entre las personas; en el medioambiental, al aprovechar más el uso de los bienes se reduce la producción y por lo tanto mejora la sostenibilidad del sistema. En el plano económico los bienes y servicios colaborativos son más baratos, las personas pueden obtener ingresos adicionales y se consigue un uso más eficiente de los activos. Pero, al igual que cualquier cambio importante, la economía colaborativa a corto plazo no beneficiará a todos, pues generará disrupción y pérdida de empleos en muchos sectores. Por ejemplo, un estudio reciente calculaba que Airbnb había provocado una pérdida de entre un ocho y un diez por ciento en el sector hotelero de Austin. Sin embargo, las consecuencias negativas en algunos sectores a corto plazo no deberían ser motivo para impedir un cambio que a largo plazo traerá beneficios sociales, medioambientales y económicos.