El que hoy en día podamos leer Me llaman Capuchino, (Automática Editorial, 2012) de Daniil Jarms, es uno de esos milagros que, solo de vez en cuando, la historia concede a la Literatura. Y es que en 1928, con la consolidación de Stalin en el poder, se produjo la nacionalización de todas las editoriales y revistas privadas y se decretó el «realismo socialista» como arte único y oficial del estado soviético. Esto significó la persecución y el fin de los escritores de la vanguardia rusa, entre ellos Jarms, que a partir de ese momento y, como tantos otros autores, quedó definitivamente proscrito.

Daniil Kharms

Daniil Kharms

Daniil Jarms es uno de los más de treinta pseudónimos que Daniil Ivánovich Yucachov (San Petersburgo 1905 – Leningrado 1942), escritor de la vanguardia rusa, utilizó a lo largo de los años. Jarms fue un poeta zaum del cubofuturismo (corriente resultante de la interacción entre los poetas futuristas y los pintores cubistas), un anticuentista que renovó de la tradición popular rusa del skaz (tipo de composición narrativa de cuentos populares de autores como Gogol) y uno de los creadores del teatro del absurdo.

 En diciembre de 1931 se pone en marcha el llamado «caso de los escritores para niños» en el que se acusaba a ciertos autores de instigar una conspiración antisoviética que, mediante cuentos y poemas, pretendía pervertir a la juventud del régimen. Hasta ahí llegó el absurdo estalinista. Jarms fue detenido y condenado a tres años de trabajos forzados, pero gracias a la mediación de su padre, antiguo activista revolucionario, se le conmutó el castigo por el destierro a Kursk.

Hasta entonces Jarms había escrito sobre todo poesía y relatos familiares. Su detención y destierro marca un cambio en su prosa, que se torna autobiográfica y empieza a reflejar «incidentes» cotidianos de un escritor marginal en la Unión Soviética de los años 30. De esta forma, sus cuentos, aparentemente ilógicos y faltos de sentido, comienzan a ser el perfecto marco de denuncia del terror ridículo impuesto por el régimen soviético. Las altas dosis de sinsentido y la evidente disociación entre causa y efecto disfrazan a estos relatos de inofensivos. Sin embargo, es solo una apariencia, pues los cuentos de Jarms esconden en esa falta de sentido y en esa inversión de la relación causa-efecto, una severa denuncia de la realidad soviética de los años 30; sociedad que Jarms desmitifica mediante la burla.

Para hacerse una idea de estas características, omnipresentes en la prosa de Daniil Jarms, no hay más que atender a cualquiera de sus relatos. He aquí uno titulado “Viejas que caen” que, bajo la apariencia del absurdo, denuncia el ambiente de sospecha que existía entre los vecinos y la impasividad del pueblo soviético ante la violencia del aparato:

Viejas que caen

Una vieja, excesivamente curiosa, se cayó por la ventana, se estampó contra el suelo y se hizo puré.

Otra vieja se asomó a la ventana y se puso a mirar a la que se había caído, pero, por culpa de su excesiva curiosidad, también se cayó por la ventana y se estampó contra el suelo.

A continuación, una tercera vieja se cayó por la ventana, luego una cuarta, luego una quinta.

Cuando se cayó la sexta vieja, yo me harté del espectáculo y me fui al mercado Máltsevski, donde, al parecer, le habían regalado una bufanda de punto a un ciego.

Jesús García Gabaldón, autor del fantástico prólogo de Me llaman Capuchino, se refiere a sus relatos breves como «cuentos de pánico» y «aterradores thrillers psicológicos»; pero lo curioso es que, sin dejar de ser esto verdad, muchos provocan también la risa. Gabaldón no se olvida de tratar este aspecto y afirma que «el humor y, sobre todo, el humor negro e hiperbólico que desemboca tanto en la irrealidad como en la crueldad, es el procedimiento desdramatizador, grotesco por excelencia, usado por Jarms para dar cuenta de una realidad social dogmática, asfixiante y absurda, de una aplastante época de terror que niega la libertad creadora y de expresión». Quien también ha estado acertado a la hora de analizar a Jarms es Patricio Pron; que, en su reseña de Me llaman Capuchino para Prodavinci, sostiene que «sus mejores cuentos decepcionan voluntariamente las expectativas del lector al presentarse como situaciones humorísticas que carecen de remate. Casi todos ellos, además, parecen haber sido escritos con displicencia y abandonados por su autor cuando este ya no supo qué hacer con ellos. Naturalmente, se trata de una falsa displicencia (que recuerda, por cierto, a la de Nikolái Gógol), pero su repetición sistemática provoca tarde o temprano en el lector la impresión de que, en sustancia, Jarms no sabía o no quería hacer las cosas de otro modo». Además, tanto Gabaldón como Pron coinciden en destacar dentro de la producción del escritor los relatos “Me llaman Capuchino”, “La vieja”, “Rehabilitación” y la pieza teatral “Pushkin y Gógol”. De entre todas ellas yo destaco “Rehabilitación”, que fue además lo último que escribió antes de morir y que, si se atiende a la autobiografía del autor, es fácil percibir la carga de sorna que lleva ímplicita el texto. En él, Jarms relata en primera persona el monólogo de defensa de un acusado de asesinato (entre otras barbaridades) que se defiende así:

Me acusan de ser sanguinario, dicen que bebí sangre, pero eso no es verdad: lo que hice fue lamer los charcos y manchas de sangre; nada más natural que tratar de eliminar las huellas de los propios crímenes, hasta de los más nimios.

Lo que está claro es que Jarms era un tipo especial, porque sino, después de esa primera condena al destierro, hubiese hecho lo que muchos otros: atenerse al orden establecido y cumplir con la propaganda y las consignas del realismo socialista. Pero no lo hizo, continuó fiel a sus principios y, sobe todo, a su máxima:

«Escribe siempre con interés y considera la escritura como una fiesta». Daniil Jarms, anotación fechada el 11 de abril de 1937.

 

Al principio de este artículo se celebra el milagro que supone el hecho de que podamos leer Me llaman Capuchino y no se trata de una exageración; ya que el 22 de agosto de 1941 Jarms es delatado por Antonina Oranzhiréieva acusado de afirmar que la Unión Soviética sería derrotada por el Tercer Reich (el 8 de septiembre los nazis bloqueaban Leningrado). A Jarms le diagnosticaron una esquizofrenia y le encerraron en un asilo psiquiátrico donde murió de inanición solo unos meses más tarde, el 2 de febrero de 1942. Tenía treinta y siete años. La segunda mujer de Jarms, Marina Málich, y su amigo el filósofo Yakov Druskin, sacaron de su piso los cuadernos que las autoridades no habían requisado y los escondieron en una maleta hasta la muerte de Stalin. Sus relatos y poemas no fueron publicados en la antigua Unión Soviética hasta 1988.

En definitiva, la obra de Jarms, no menos original que valiente, se salvó de chiripa. Somos afortunados. No le hagan ese feo a la Historia: lean a Jarms, se lo merece.